Diarios de cuarentena: capítulos I, II & III [2&3DORM]

Plaza Dignidad, «zona cero» de la revuelta comenzada en octubre, ahora vacía y desolada producto de la pandemia y su cuarentena.

Nota VHLV: El proyecto comunicacional de crítica radical anticapitalista y crítica de la vida cotidiana  2&3DORM  nos ha hecho llegar los tres primeros capítulos de sus Diarios de cuarentena. Cada capítulo se corresponde a las anotaciones periódicas y fechadas que un/a camarada realiza desde algún lugar del territorio dominado por el Estado chileno en el contexto de pandemia global y el confinamieno forzoso y creciente que los estados imponen a la población en todo el mundo. El panorama y su porvenir es desolador y, a diferencia de cómo podríamos haber hecho hasta antes de la pandemia, ya no podemos optar por obviar la debacle planetaria y simplemente pretender continuar como si nada con nuestras atomizadas y estrechas vidas. Esta vez, y de una manera nunca antes vista,  la realidad se ha impuesto irrumpiendo con violencia en la vida cotidiana de la mayoría de los habitantes del planeta. El mundo que habitamos está cambiando de forma vertiginosa y la crítica a los fundamentos que sostienen este mismo mundo no puede quedarse atrás. Es por eso que saludamos y agradecemos esta iniciativa compañera.

A continuación colgamos esta suerte de introducción y los enlaces de descarga tal cual aparece en el sitio de 2&3DORM y, posterior a eso, los capítulos del I al III de manera íntegra en esta misma entrada


Diarios de cuarentena / 21 al 28 de marzo

They say that history repeats itself. But history is only his story. You haven’t heard my story yet. My story is different from his story. My story is not part of history, because, history repeats itself, but my story is endless. It never repeats itself. Why should it? A sunset does not repeat itself. Neither does the sunrise. Nature never repeats itself. Why should I repeat myself? (1)

Sun Ra

La pandemia y la administración que los Estados del mundo hacen de ella nos revela una vez más el estado de catástrofe que engendra la sociedad organizada en torno al dinero, el trabajo asalariado, el “trabajo del amor” (no-trabajo doméstico y de cuidados) y la producción de mercancías. Pero todo momento de descomposición puede ser visto como una oportunidad de ajuste y como condición para una nueva experimentación. El órgano enfermo pide atención, no morfina.

Notas

  1. Una traducción posible: Dicen que la historia se repite a sí misma. Pero la historia solo es su historia. No han escuchado mi historia todavía. Mi historia es diferente de su historia. Mi historia no es parte de la historia, porque, la historia se repite a sí misma, pero mi historia es infinita. El amanecer tampoco se repite. La naturaleza nunca se repite a sí misma. ¿Por qué debería repetirme?

21 de marzo/ El comienzo de una época

 

El capitalismo no se puede dar el lujo de parar la máquina. Eso lo tienen claro los gobernantes, economistas y job creators alrededor del mundo: de su continuo funcionamiento depende el orden de cosas que los privilegia. Pero al individuo de a pie también le cuesta pensar, o derechamente teme pensar, que algo así realmente pueda ocurrir: ¿qué clase de mundo sería ese? ¿Cómo es siquiera posible una vida sin salario?

Este es el dilema más punzante que impone la pandemia sobre nuestra vida cotidiana, cual golpe seco sobre la mesa: economía o vida. La contradicción acecha a la humanidad hace siglos pero hoy se nos presenta por primera vez en la historia como un terremoto de escala planetaria. Estamos siendo testigos de un cambio profundo, ¿qué posibilidades hay de que la humanidad se transforme en protagonista de ese cambio poniendo fin a la inercia que nos empujó hasta el límite en primer lugar?[1]

Los expertos apuran los cálculos científicos y afilan sus plumas para el próximo best seller, pero la situación no admite proyecciones simplistas ni especulaciones elaboradas, todo está por verse. Quizá esa es una de las razones por las que esta crisis aparece como la más catastrófica del último siglo: por primera vez la infraestructura del sistema se ve amenazada de manera global y simultánea.

Puede que esta gripe esté matando menos personas alrededor del mundo en tres meses que una campaña militar en Siria en un par de semanas, pero su impacto expone en tiempo real la incapacidad de los gobiernos, incluso lo más ricos y poderosos, para salvaguardar vidas sin poner en riesgo la máquina económica que sostiene al mundo en su lenta agonía. Esa agonía ya no es una realidad ajena para nadie. En una civilización acostumbrada a la guerra en todas sus formas, donde el cambio climático es un problema heredable a las generaciones siguientes, la pandemia llega como un shock que nos recuerda abrupta y violentamente no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.

Es evidente que el verdadero problema no es la cantidad de vidas que pueda cobrar esta crisis, de otra forma no se explica que ninguno de los genocidios del tercer mundo en los últimos 30 años haya causado tanto horror y pánico globalizado como el de hoy. Es más, en China las cuentas son confusas. Primero se observó que era posible que dada la reducción drástica en los niveles de CO2 en el país, la pandemia indirectamente haya salvado más vidas de las que ocasionó directamente. Pero luego se habló también de que la cifra de 250.000 muertes por accidentes de tránsito al año[2] ya se había visto considerablemente disminuida gracias a la reducción del tráfico. A esto habría que agregar quienes no murieron en accidentes laborales, etc. Entrar en la matemática de los obituarios, en todo caso, es innecesario.

Lo que resulta enigmático de esta repentina pero anunciada crisis mundial es que una forma de vida entera pueda colapsar a pesar de que su base material no haya sido afectada. No deja de sorprender, por ejemplo, el hecho de que, aunque toda la infraestructura de desplazamientos aéreos esté prácticamente intacta —todos los aeropuertos y aviones funcionando, toda la tecnología y logística disponible, etc.— baste con un par de semanas de interrupción de los flujos normales de pasajeros para que todo el sistema esté al borde de la quiebra. Esta es la naturaleza gaseosa y efímera de la existencia bursátil a la que nos condenó Occidente poniendo el dinero al centro de toda la vida; un mundo en el que todo lo sólido se desvanece en el aire[3].

Con impotencia y un profundo sentimiento de haber sido robados lxs rehenes de las AFP chilenas[4] hoy están viendo cómo sus ahorros de la vida se evaporan en el aire digital. El verdadero crimen no es robar un banco, sino fundarlo. ¿Qué es la inflación? ¿Cómo se regula la producción de dinero? ¿Qué es el valor? ¿Qué es una mercancía? Este es el tipo de preguntas que funcionan como base para cualquier investigación sobre la volatilidad de los mercados. Pero ninguna explicación va a volver a llenar los fondos de lxs pensionadxs. Y, más importante aún, ninguna riqueza virtual se compara con la riqueza concreta de una vida digna y libre. Como se señaló ya hace rato el asunto no es interpretar el mundo, sino transformarlo.

Los mismos CEOs que hasta hace poco declaraban interdicto al Estado ahora retroceden con la cola entre las piernas: sólo la estructura política y militar que gestionan los gobiernos del mundo puede mantener su barco a flote. En esta escena nos recuerdan que Capital y Estado son dos caras de la misma moneda patriarcal.

Pero la situación ya no da para más. Luego de siglos y siglos de confusión y miseria, de violencia naturalizada y de formas de producción social fundamentalmente auto-destructivas, la tripulación tiene más esperanzas en el naufragio que en cualquiera de las ingeniosas ofertas con las que los capitanes intentan mantener su empresa a flote. La insurrección de la vida cotidiana se vislumbra cada vez en más partes del mundo como la única vía de escape del patíbulo. Transformar lo inconsciente en consciente, dirían los surrealistas junto al psicoanálisis.

La incompatibilidad entre economía y vida hoy es flagrante, sólo la neurosis la mantiene fuera de vista. ¿Pero cómo lidiar con esta neurosis cegadora en el contexto de pánico y terror que generan los medios de comunicación y la sociedad de control? ¿En el contexto de un “aislamiento social” programado para inocular nuevas cepas de TICs y TOCs que brotaran una vez que termine la cuarentena y quizá nos acompañen hasta la muerte? Después de todo, sabemos que la vida desdoblada y proyectada en internet no es más que una forma sofisticada del fetichismo de la mercancía, de nuestra uni-dimensionalidad. Quedarse en casa es una opción saludable para quienes la casa es un lugar seguro, o tienen casa del todo. ¿Quien se cuenta dentro de esta minoría?

Superar el profundo trauma que va a significar la experiencia de esta pandemia no depende de la eficiencia y buena voluntad de los gobernantes, que hoy vemos con impotencia cómo nos sacrifican: para ellos era más conveniente fabricar armas que respiradores mecánicos.

El virus nos obliga a mantener distancia entre los cuerpos para mantenernos con vida. Pero esa misma distancia nos recuerda en la práctica que son las relaciones sociales reales, el apoyo mutuo, la solidaridad y la consciente interacción con nuestro entorno lo que puede salvarnos de la catástrofe. Una vez más tenemos la vida por delante dándonos la oportunidad de ser humildes y empezar de nuevo.

RB / 2&3Dorm

21 de Marzo 2020

[1] Así como hay científicos que niegan el calentamiento global y otros que no, mientras algunos científicos se apuraron en indicar a los folidotos y murciélagos como causantes del virus otros aseguran que la verdadera causa es el asalto humano al medio-ambiente y sus efectos sobre estas especies:  https://www.thenation.com/article/environment/coronavirus-habitat-loss/

[2] Según la OMS en 2018 se registraron alrededor de 256.000 muertes relacionadas a accidentes de tránsito.

[3]  La famosa descripción que realizó Marx acerca de la sociedad de la mercancía, y que Marshall Berman transformó en el título de su historia acerca de otro tipo de virus contemporáneo: la gentrificación.

[4]  Una de las tantas gemas del experimento neoliberal en Chile, un sistema de pensiones cuyos afiliadxs, reclutados a la fuerza por el Estado, ponen sus ahorros a disposición de los mercenarios de la especulación financiera.

25 de marzo/ Ahora es el futuro

La especulación sobre qué va a pasar cuando “empiece a bajar la curva” tiene al mundo en un suspenso estresante. Toda la cultura moderna gira en torno a proyecciones. Malogrado, el aquí y ahora se aleja —reprime— porque resulta incómodo, insuficiente, aburrido, doloroso, etc. Esta es una cualidad estructural de la ansiedad que caracteriza a nuestra civilización, y que tan familiar nos resulta a nivel personal.

Que baje la curva en este caso no necesariamente significa eliminar la amenaza del virus de raíz. La discusión refiere a lo que vendrá después del estado de catástrofe en el que se encuentra el mundo. Algunos expertos apuestan por que el virus ha dado un golpe mortal al capitalismo, mientras que otros afirman que lo que viene es una sociedad de control ultra sofisticada[1]. ¿Qué los hace pensar que habrá un desenlace definitivo a esta crisis en el corto plazo? Para la mayor parte de la población mundial, en cualquier caso, la vida transcurre en estado de excepción permanente hace mucho tiempo. El problema intelectual acerca de “el cambio” es, para bien o para mal, un problema relativo. La experiencia del cambio, por el contrario, es total. Después de muchos ires y venires ideológicos la siempre en aumento proletarización del mundo, de la que se nos advirtió hace ya más de un siglo atrás, hoy nos pone frente a frente con este hecho.

Entender el origen del virus permite entender a la vez que la crisis tiene sus raíces bien ancladas en suelo humano. Es más, las epidemias del último par de siglos se manifiestan como la sombra de la industrialización capitalista, tanto como su heraldo[2]. Desde las pestes bovinas en Inglaterra a fines del siglo xix, pasando por la fiebre española hasta el brote de Ébola en África en 2014, cada uno de estos eventos se corresponde con un proceso previo o simultáneo de industrialización masiva del campo. La devastación ecológica reduce dramáticamente el tipo de complejidad ambiental con la que los ecosistemas interrumpen naturalmente la cadena de transmisión de los virus, lo que sumado al hacinamiento que se genera entre humanos y animales (los pocos que deja a su paso) facilita la transmisión entre especies[3].

De esta forma, el “caldo de cultivo” que ha sido China en los últimos años para las distintas formas de Coronavirus nada tiene que ver con cuestiones culturales —con sus “malas y poco higiénicas costumbres” como algunos análisis racistas intentan mostrar—, sino con un problema de las dinámicas propias de la producción capitalista global y su despliegue geográfico. El “enemigo invisible”[4] al que los gobiernos del mundo le han declarado la guerra es también un enemigo interno. Pero como ha confirmado la ideología del progreso, el neurótico es ciego a lo obvio[5].

El nuevo sentido común ha observado que si la “emergencia” se viviera no solo como una situación de peligro sino como el momento en que algo efectivamente emerge, toda esta experiencia humana tendría un carácter totalmente distinto[6]. La dificultad está en que, tal como en el proceso terapéutico, lo que emerge en una crisis como verdad provoca no solo vértigo sino que incluso horror. Esto lo saben muy bien las tradiciones chamánicas alrededor del planeta. Por ejemplo, el consejo de los indios Cofán a este respecto es: si la serpiente viene por ti, deja que te coma.

Con todo, la pandemia se vive con desfases y no es un proceso lineal, se superpone a la fragmentación social preexistente. Lo que emerge no lo hace monolíticamente, y es aún misterioso. Mientras en China el presidente declaraba hace ya varios días la victoria visitando la zona cero y Europa está sumida en la tragedia, el hemisferio sur recién empieza a sentir los efectos a medida que se acerca el invierno. Pero la geografía global se reproduce a escala local como un fractal. Así, mientras unos barrios son aterrorizados por el Estado policiaco en medio de la pandemia, en otros se aprovecha el tiempo para coordinar las faenas de represión salarial desde balcones con vista al mar.

La disciplina del cuerpo alcanza niveles insospechados: ya no es solo el aparato represivo del Estado el que controla, sino que cada sujeto se vuelve rápidamente agente de control de sí mismx. Este condicionamiento, sin embargo, no es nuevo. Es solo que hoy aparece sin maquillaje. Al tiempo que la máquina económica pierde potencia, sus componentes biopolíticos parecen sofisticarse aún más: la cuarentena se transforma lento pero seguro en una nueva y surrealista forma de apartheid biológico global.

Pero los verdaderos alcances de la cuarentena están recién empezando a evidenciarse. La sublimación del mantra “del trabajo a la casa” que el último modelo de jaula significa, puede que esté resolviendo el problema del cambio climático —posponiéndolo un poco más— al eliminar un mayor porcentaje de “tiempo de ocio” de la ecuación a la que ha sido reducida la vida. Este “ocio” se traduce en nuestra cultura a dos industrias que se han detenido en seco: el turismo y la gran industria cultural y de entretención. Ahora las actividades outdoors se limitan, cada vez en más lugares, a “pasear al perro, salir a trotar una vez al día máximo y en solitario, salir a abastecerse de comida, ir al trabajo[7] solo si es estrictamente necesario”. ¿No volverá esto mucho más fácil la labor para las policías del mundo? Las calles vacías se ven más “limpias”. Es un criterio perfectamente robótico: arrestar o arrestar.

Aquí otro mantra: “el humano es animal de costumbre”. El pánico que está desatando hoy la plaga en el mundo civilizado pronto podrá transformarse en un cómodo aturdimiento traído hasta ustedes por el ministerio de antidepresivos. Teletrabajo, televigilancia, telesociabilidad[8]. Las mascarillas serán una prenda de vestir indispensable, y los drones traerán el resto de los commodities hasta nuestra puerta. Lxs pobres vivirán en las periferias de la urbe a su propia suerte. El virus será una amenaza que viene de los bordes, como la delincuencia. Solo la realidad virtual será considerada un “espacio seguro” y el movimiento libre en lugares abiertos estará restringido para las islas de los ricos. Pero, ¿no es todo este escenario futurista irónicamente familiar? No hay que ser experto para darse cuenta de lo poco que ha cambiado la simple vida cuando se piensa en esos viejos vectores: la precariedad, la injusticia y el sufrimiento.

“La casa” a la que nos mandan a guardar —así como el espacio en general— se ha vuelto protagonista justo en el momento histórico en que la humanidad la ha transformado en un problema existencial. Así como no hay “derecho a la ciudad”, tampoco hay derecho a techo. Es solo una fracción minoritaria de la población mundial la que tiene realmente resuelta su situación habitacional. Para la vasta mayoría no es un lugar seguro ni de confort sino, de un modo u otro, un fantasma que acecha persistente y constantemente.

Al leer las indicaciones y disposiciones que promulgan los gobiernos pareciera que cada habitante de las ciudades tiene a su disposición una habitación dentro de una casa espaciosa, que no existe la violencia de género, ni problemas de hacinamiento, etc. Exigen que los enfermos “se queden en su habitación con una ventilación natural adecuada”. ¿Saben acaso cuánto vale ese lujo? Una pobladora de una toma de Lampa, Santiago, le respondía sin pelos en la lengua a la prensa mercenaria a través de la televisión abierta: “porque estamos ilegales en esta tierra y somos pobres el gobierno nos condena a muerte”.

En países como Italia y España ya se ha hecho ver cómo, enfermxs o no, muchxs de quienes cuentan con el lujo de una casa pasaban jornadas completas “frente al televisor y con sus teléfonos alimentando su terror, o en las reuniones sociales, donde se excitaban y asustaban y se atacaban entre ellos, comentando los anuncios cada vez más ansiosos, haciendo recargas para actualizar el «doble juego» de los muertos y recuperados”[9].

¿Pero cómo gano China la batalla a la epidemia y al estado de excepción? ¿La ganó? Los reportes que describen la estrategia son dignos de la ciencia ficción más espectacular. El “Gran Hermano” descrito por Orwell parece un anticuado artefacto a vapor al lado de la ultra sofisticada sociedad digital en la que viven muchos Chinos hoy. Sin embargo, no hay que tragarse de golpe la propaganda. Como han hecho ver desde Asia, la verdad oculta es que la agresividad de la respuesta totalitaria del Estado chino es síntoma de su propia incapacidad para lidiar con la crisis, y toda la infraestructura de control que se exhibe con orgullo ante el mundo no es más que un sitio en construcción.

Lo que es cierto es que, así como en China, la cuarentena se vuelve lentamente una forma de vida en cada uno de los países más afectados. Salir de la casa se ha transformado en un lujo.

Puede que con esto estemos asistiendo a la “orientalización” de occidente, que el profundo y ancestral sentido de disciplina de la tradición confuciana, que alimenta ideológica y logísticamente el totalitarismo de sus dinastías modernas, sea el aporte de oriente a la última vuelta de tuerca del capitalismo. De hecho, el frente productivo también avanza. Occidente está quedando tan desvalido que todo apuesta por el poder de acaparamiento de la superindustria asiática: casi todos los insumos médicos y equipos que se necesitan vienen de China, India y Pakistán. Inundarán la vida cotidiana con tecnología de vigilancia de última generación, y de paso resolverán el problema sanitario amplificando su industria médica y farmacéutica. ¿Todo será vigilado por las máquinas de la gracia amorosa?[10] No está demás recordar, antes de entrar en pánico nuevamente, que todo está por verse.

Desde este rincón del mundo el virus se ve aún como una ola gigante que amenaza con azotar la costa. El territorio chileno, que conoce bien los tsunamis, en realidad nunca estuvo mejor preparado para una marejada: la insurrección de 5 meses que solo se detuvo producto de la pandemia despertó el sentido común del pueblo. En la isla grande de Chiloé, por ejemplo, sin esperar ninguna medida de gobierno, ese sentido común se organizó y salió a cortar las carreteras para impedir la circulación de mercancía humanas y no-humanas que en su flujo sólo expanden la pandemia a lugares altamente precarizados: para 180.000 habitantes de la isla hay sólo 6 respiradores disponibles. El mensaje fue claro: “acá no decide el Estado, decide Chiloé”. Hoy los pobladores escoltaron a la policía fuera de la isla. Sus carros militares desfilaron hacia un transbordador que los llevó de vuelta al continente.

Situaciones como esta se han reportado en muchos lugares del mundo. En Colombia, por ejemplo, comunidades indígenas de Santa Elena y La Sierra Nevada han salido a cortar el paso al turismo y los camiones de la agroindustria. La barricada no solo salvará vidas bloqueando el avance del Covid-19, sino que podrá eventualmente detener el flujo normal de la dictadura del dinero y la muerte que arrastra con él.

Si el pueblo resiste el golpe de la ola no va a ser por una eficiente gestión desde arriba, sino por un vital resistencia desde abajo.

 

RB / 2&3Dorm

25 de Marzo 2020

[1] Ver recientes comentarios de Byung Chul Han sobre el coronavirus, disponible aquí.

[2] Respecto de este tema recomendamos revisar el excelente artículo publicado por el grupo Chuang, de Hong Kong, titulado Contagio social: guerra de clases microbiológica en China. La traducción al castellano fue recientemente publicada y está disponible aquí.

[3] La antítesis práctica de la devastación urbanizadora/industrial puede observarse hoy a vista y paciencia de todo el mundo, ocurriendo frente a nosotros como la escena de una película de Luis Buñuel: en Santiago de Chile se encontró un puma paseando por entre las casas de los barrios acomodados al tercer día de pre-cuarentena. Había bajado de los cerros a buscar comida probablemente porque las mineras que azotan su hábitat han eliminado su fuente original de sustento. Frente al silencio, no dudó en avanzar. Delfines, jabalíes, pavos reales, lobos y monos, etc. han hecho apariciones místicas y mitológicas alrededor del mundo

[4] Ver Enemigo invisible, de Rodrigo Karmy. Disponible aquí.

[5] Ver La personalidad neurótica de nuestro tiempo, de Karen Horney.

[6] En sus Tesis de filosofía de la historia, Walter Benjamin comenta: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas  las  alas.  Y  este  deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”. Y luego: “La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico.  En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas”.

[7] Por supuesto, esto solo se refiere al trabajo asalariado. El no-trabajo, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, el “trabajo del amor”, siguen en pie y se intensifica.

[8] Ver último comunicado del grupo Evade Chile 2020#, disponible aquí.

[9] Ver Diario Virale #3 de Wu Ming. Disponible aquí.

[10] “All Watched Over By Machines Of Loving Grace” es el nombre de un poema de Richard Brautigan escrito en 1967, en el que describió, en medio de el apogeo hippie, su versión de una utopía tecnológica. Es también en el nombre con que Adam Curtis tituló su serie de televisión de 2011.

28 de marzo/ La naturaleza no se apresura, pero todo lo logra.

 

I.

Para empezar a sanar una enfermedad hay que poder reconocer los síntomas.[1] Un médico alópata educado en la tradición científica moderna reconoce estos síntomas de manera racional. Busca en su enciclopedia mental qué datos se conectan con determinadas imágenes y números, etc., para luego poner un nombre técnico a esa conexión. Unas conexiones pueden ser más complejas y otras más simples, pero en el vocabulario de nuestra civilización enfermedad y síntoma están neuróticamente conectados. La causalidad, la relación de causa/efecto entre ambos, es tan lejos como nuestro sentido de la salud civilizado puede ver. La crisis de antidepresivos, opioides, y analgésicos que vive actualmente EEUU y el mundo en general es testimonio de ello.

En las tradiciones pre-industriales, en casi todas las culturas del mundo, la enfermedad y los síntomas son parte de un universo mayor en el que “la medicina” se desarrolla más como un arte que una ciencia. Quizá la distinción entre estas dos miradas era menos estricta antes porque la división del trabajo aún no había hecho lo suyo. El curandero también tiene que poder reconocer los síntomas antes de actuar, pero algo que lo distingue es que la sintomatología no se reduce a lo racional, y que los síntomas son solo el enunciado o señal de una historia más larga.

El astrónomo y revolucionario Anton Pannekoek sintetizó este problema de una manera excepcionalmente clara: la ley de gravedad es la abstracción conceptual que nuestra capacidad intelectiva extrae del fenómeno de la caída[2]. Las ideas se confunden con la realidad tanto como el síntoma con la enfermedad. Pensamos que el dinero es riqueza, y al cabo de un tiempo nos terminamos hundiendo en números. Esto intentaba hacer ver un confundido periodista a la jefa del departamento de economía de la OCDE (organización de la que Chile es el único y orgulloso miembro latinoamericano): “estamos siendo testigos de cómo frente al retroceso de la actividad económica global hay un avance y recuperación inmediata de los ecosistemas que tanto han sufrido en las últimas décadas”. Pero del otro lado no se encontraba con ninguna respuesta: “la situación va a hacer que nos cuestionemos profundamente la manera en la que hemos llevado la economía las últimas décadas”.

 

II.

La transformación de la vida cotidiana a la que estamos asistiendo revela la pobreza de contenido de las películas de ciencia ficción con las que la industria cultural intenta vendernos el tiempo como un gadget más o, en el mejor de los casos, como una fantasía sobre la que proyectar nuestros propios sueños. Pareciera que nunca había sido tan cierto que “la realidad supera la ficción”. Incluso más: la situación actual está borrando el límite entre una y otra.

El escritor y activista norte americano Derrick Jensen desarrolló en su libro Endgame[3], la idea de que el imaginario apocalíptico es una característica propia de las “culturas civilizadas”. Dicho de revés, no es propio de la condición humana el miedo o deseo de fin de mundo, sino propio de la civilización. Esta sutil distinción entre miedo y deseo (rechazo y aprobación) es digna de observar de cerca. Así es como la industria cinematográfica divide falsamente a su audiencia: mientras para algunas personas el escenario post-civilización es una pesadilla para otras es un “sueño hecho realidad”, pero a todo el mundo fascina por igual.

Menos interés parece concitar el hecho de que a otrxs tantxs no quedan ganas siquiera de imaginar un “más allá”.

 

III.

El pensamiento se empeña en “poner orden” para encontrar una salida a las dificultades de la carne. Pienso, luego existo. Las medidas de gobierno, las políticas de Estado, la violencia sistémica, etc., por muy abstractas y ajenas que parezcan tienen un efecto directo sobre nuestros cuerpos y mentes. El cambio, cuando no es conducido por el propio espíritu sino por fuerza externas, se vive como una dolorosa tragedia.

Las respuestas y soluciones que vemos esgrimir a los expertos por televisión e internet nos parecen irracionales, desquiciadas y alejadas de la realidad, justamente porque lo son: lo suyo es el espectáculo, no la realidad. Nuestras vidas están en manos de ineptos totales en el mejor de los casos. Esta alienación profunda es el tipo de problemas que el intelecto intenta resolver hasta que duele la cabeza o da insomnio (la coraza se tensa). Y cuando al virus le siguen terremotos y maremotos[4], cuando los planetas parecen alinearse para sacudir la soberbia del “humano plaga”, a muchxs lxs inunda un extraño sentido de agradecimiento hacia la Pachamama.

La historia de la humanidad es también la historia de las respuestas que hemos dado a estos problemas existenciales. Hay muchas de esas historias. Nuestra civilización, desde luego, no las conoce todas y borra con el codo tantas más.

Si se trata de rastrear el origen de la catástrofe en la que nos encontramos, las apuestas se disparan. Se puede hablar de años, décadas, siglos, milenios o kalpas. El itinerario de la cosmología hindú, por ejemplo, es cíclico y no lineal, es multidimensional y no uni-dimensional. Según su calendario nos encontramos justo al comienzo de una de las cuatro eras que componen un ciclo: Satya Yuga, Treta Yuga, Dwapara Yuga y la nuestra, Kali Yuga. En la primer era no hay vicio; en la segunda el vicio se introduce; en la tercera el vicio se ubica en el centro y crece; en la cuarta el vicio se apodera de todo, Kalki aparece y destruye ese todo para que vuelva a empezar el ciclo. Este último yuga empezó hace 5000 años, es el más corto de todos y dura 432.000 años. Si bien, según algunos cálculos, la sumatoria de las cuatro eras resulta en 4.32 millones de años, lo importante es observar que el ciclo que describen es traducible a cualquier medida de tiempo.

Los 5000 años de Kali Yuga andados parecen coincidir con los cálculos que hacen otrxs observadores contemporáneos. Claudio Naranjo, el psiquiatra chileno fallecido en 2019, databa este problema a unos 6 mil años, fecha aproximada en la que según él transitamos desde una comunidad humana matrística (o matriarcal) a una sociedad patriarcal[5]. Coincide en esto con otro psiquiatra, Ian McGilchrist, que observó cómo en cierto momento de la historia humana nuestro lado izquierdo del cerebro se “tomó la palabra” en desmedro del lado derecho[6].

El teórico Jaques Camatte apunta también a un ciclo temporal mayor. Según él la errancia de la humanidad[7], su locura y alienación, sólo terminará cuando se reintegre a la naturaleza de la que escapó hace varios miles de años. En su opinión este largo periplo está llegando a una conclusión ante nuestros ojos, pero es aún imposible vislumbrar si está conclusión significará la realización de la comunidad humana (Gemeinwesen) o su extinción.

En una carta reciente a  “un/a compañerx de la región chilena” a propósito de la pandemia Camatte confesó: “Lo interesante es que estamos siendo testigos del resultado de este vasto fenómeno que se desarrolla durante miles de años entre los dos momentos de la afirmación de la amenaza del riesgo de extinción. Estamos en el corazón de su despliegue, es decir, de la manifestación, de la epifanización para señalar su potencia integral, del riesgo. Es como si nada fuera a pasar y, sin embargo, todo está sucediendo ahora. No obstante, no sabemos cuánto tiempo va a tomar. En última instancia, lo importante es ser capaz de poder experimentarlo —vivirlo— efectivamente en su totalidad, lo que requiere restablecer la preeminencia de la afectividad que permite el sentido de la continuidad y, por consiguiente, del poder de la vida.”[8]

 

IV.

Lo que más cuesta aceptar es que el problema lo estamos teniendo aquí y ahora.

Esa es la primera condición para sanar nuestro mal-estar.

 

RB / 2&3Dorm

28 de Marzo 2020

[1] A la pregunta de “¿Cuánto tiempo dura el tratamiento?” Sigmund Freud responde con una referencia a una fábula de Esopo: “Uno tendría que conocer el paso del caminante antes de estimar la duración de su peregrinaje” (La iniciación del tratamiento, 1913).

[2] Ver Lenin, filósofo (1938), de Anton Pannekoek, disponible aquí (http://marxists.catbull.com/espanol/pannekoek/1938/lenin/index.htm)

[3] Ver Endgame Vol I, de Derrick Jensen, disponible en inglés en (https://derrickjensen.org/endgame/)

[4] El terremoto registrado en las islas Kuriles, Rusia, el pasado 25 de marzo tuvo durante algunas horas en pánico a los países del pacífico ante la amenaza de un maremoto.

[5] Para mayor información consultar La mente patriarcal  (RBA 2010).

[6] En su trabajo The master and his emissary. The divided brain and the making of the modern world, McGilchrist ofrece una completa síntesis sobre cómo nuestros cerebros están constituidos y perciben la realidad. Ahora bien, el autor no propone una glorificación del sentimiento a expensas del pensamiento. A diferencia de la doctrina comúnmente aceptada, McGilchrist argumenta que la división del cerebro en hemisferios permite dos tipos de atención que sirven a tareas esencialmente diferentes. En términos muy generales, el hemisferio derecho está a cargo de la percepción de la totalidad del contexto, mientras que el izquierdo está a cargo de la atención orientada al detalle. Estas dos formas de percibir dan origen a dos versiones incompatibles del mundo, con prioridades y valores muy diferentes. Un punto central de la obra es que, si bien la conciencia se produce constantemente a través de las conexiones entre nuestros hemisferios, prácticamente hemos perdido contacto con la información procedente de nuestro hemisferio derecho a raíz del dominio del creciente cientificismo de la cultura tecnológica. McGilchrist sugiere que el fomento del pensamiento preciso y categórico a expensas de la experiencia y la visión de fondo ahora ha llegado a un punto en el que está distorsionando seriamente nuestras vidas y nuestro pensamiento.

[7] La errancia de la humanidad fue publicado originalmente en la revista francesa Invariance en 1973. Se puede encontrar la versión original aquí (link) y una versión en castellano aquí (https://anarquiaycomunismo.noblogs.org/post/2017/09/16/errancia-de-la-humanidad-jaques-camatte-1973/)

[8] Ver Carta de Jacques Camatte a un/a compañerx de la región chilena, disponible aquí (https://hacialavida.noblogs.org/post/2020/03/24/carta-de-jacques-camatte-a-un-a-companerx-de-la-region-chilena/)