¿Es posible salir de la espiral de violencia?
Hay que preguntarle al gobierno y recordarle las palabras de Blanqui: “Sí señores, es la guerra entre los ricos y los pobres. Los ricos lo han querido así y son, en efecto, los agresores. Con la particularidad de que ellos consideran como nefasto el hecho de que los pobres opongan resistencia. Al referirse al pueblo dirán sin ambages: es un animal tan feroz que se defiende cuando lo atacan”. El proyecto de Blanqui, que propugnaba la lucha armada contra los explotadores, merece ser examinado bajo la luz de la evolución conjunta del capitalismo y del movimiento obrero, que luchaba para acabar con él.
La conciencia proletaria que aspiraba a fundar una sociedad sin clases ha sido una forma transitoria que ha adquirido la conciencia humana en la historia, en una época donde el sector de la producción no había cedido el lugar a la colonización consumista. Esta es la conciencia humana que resurge hoy como insurrección en muchas partes, y de la que la revuelta en Chile es un presagio. Asistimos al surgimiento de un pacifismo insurreccional que, armado solamente con una irreprimible voluntad de vivir, se opone a la violencia destructora del gobierno. El Estado no puede y no quiere escuchar las reivindicaciones de un pueblo al que hace mucho tiempo se le ha arrebatado el bien público, su res publica.
Claramente, la dignidad humana y la tenaz determinación de los insurgentes son precisamente aquello que está salvando a los mafiosos en el poder de una oleada de violencia que los golpearía físicamente de lleno hasta en sus guetos de sucio dinero.
Para colmo de la absurdidad, no encuentran nada mejor que hacer que lanzar dardos contra un movimiento que les está evitando una justa reacción contra sus violencias. Azuzan a sus perros guardianes mediáticos y policías. Sacan ojos, encarcelan, asesinan impunemente. Multiplican las provocaciones exhibiendo ante los más desfavorecidos sus signos externos e irrisorios de riqueza. El cuidado que ponen en denunciar, o incluso en instigar con eficacia a los que encienden barricadas y a los que rompen las vitrinas, ¿no demuestra que lo que están buscando no es una verdadera guerra civil sino su espectáculo, su puesta en escena? Como todo el mundo sabe, el caos es bueno para los negocios.
Los dirigentes no tienen más sostén que el lucro, cuya inhumanidad los corroe. No poseen más inteligencia que la del dinero que cosechan. Son la barbarie cuya legitimidad usurpada los insurgentes no cesarán de anular.
Privilegiar al ser humano, organizarse sin jefes ni delegados autonombrados, asegurar la preeminencia del individuo consciente sobre el mugido individualista del rebaño populista, tales son las mejores garantías del colapso del sistema opresivo y su violencia destructiva para la insurrección en curso y para las poblaciones del mundo.