Movilizaciones reaccionarias y chantaje democrático: estratégias del orden capitalista
Mientras los Presos Políticos Mapuche continúan una huelga de hambre de casi 120 días, exigiendo garantías mínimas en los procesos judiciales en su contra levantados por el Estado chileno, los gremios de camioneros -fieles representantes de los intereses de la patronal y agentes históricos de la derecha política- llevan a cabo movilizaciones que tienen como principal demanda la intensificación de la represión estatal en el Wallmapu.
De esta movilización reaccionaria se pueden comentar varios elementos:
-El cacareado llamado a paro del 27 de agosto contó con muy poco apoyo, no siendo seguido por dos de las tres más grandes agrupaciones gremiales de camioneros (todas dirigidas por la derecha), y ha despertado un amplio repudio en toda la población.
-Se enmarca en una estrategia parainstitucional del gobierno que busca afirmar una base en torno a la derecha más rancia, conservadora y filofascista. Esto se expresa en la tolerancia y protección de las manifestaciones de este tipo, siendo uno de sus hitos más importantes el desalojo de la toma de la Municipalidad de Curacautín (y otras dos más) a manos de turbas racistas, que contaron con la abierta complicidad de las fuerzas policiales y militares, además del visto bueno del Ministro del Interior Víctor Pérez, quien horas antes se reunió con los dirigentes fascistas y anti-Mapuche que convocaron a estos ataques.
-También, quedan nuevamente en evidencia las fisuras dentro de la alianza gobernante, tambaleante entre la derecha más dura, y el manejo de la crisis mediante la integración del descontento generalizado en las vías institucionales, a través del plebiscito y proceso constituyente. No por nada algunos de sus rostros más publicitados afirman que votarán por la opción del “Apruebo” y hasta se autodenominan como socialdemócratas.
-Desde este sector de la política burguesa lidian abiertamente con la amenaza de una “revolución social”, y su objetivo declarado es combatirla por todos los medios. Para ello, apuestan, no sin contradicciones y roces internos, por el endurecimiento de la legislación represiva (todos los puntos del petitorio del gremio de camioneros apuntaban en esta dirección), el fortalecimiento de los aparatos policiales y de inteligencia (ídem), canalización institucional de demandas populares y fomento de organizaciones civiles de corte neofascista. Anticipando un escenario de intensa conflictividad social, tantean el terreno de la represión militarizada, junto con la promoción de enfrentamientos entre civiles, mientras otras fracciones, temerosas de un aislamiento total, intentan acercarse a posiciones de “centro” o “dialogantes”. Claramente, esta última política no descarta en absoluto recurrir simultáneamente a la represión sanguinaria; solo pretende acotarla.
-Por su parte, la respuesta general de la izquierda, tanto parlamentaria como pretendidamente revolucionaria, se limita a señalar la identificación con la derecha fascistoide del gremio de camioneros, exigiendo para éste el mismo trato represivo al que nos tiene acostumbradxs el Estado cuando somos nosotrxs quienes salimos a la calle. Así, se acusa al paro de camioneros de “atentar contra el Estado de derecho” y de “ir contra la democracia”. Por tanto, solicita la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado o incluso la Ley Antiterrorista, todo en el lenguaje propio de la clase dominante. Una cosa es denunciar la evidente desigualdad con que se tratan las manifestaciones callejeras dependiendo de su identificación política, y otra muy distinta aceptar la lógica y discurso del poder, pretendiendo que sea ejecutado con “justicia”. De esta forma, no se podrá sino ver montajes en las acciones radicales contra la infraestructura capitalista y sus agentes, quitando así legitimidad a la lucha por fuera de los límites que establece la legalidad burguesa para precisamente condenar a la impotencia cualquier intento de protesta. La consecuencia de esta lógica es la propia inactividad frente a las diversas formas en que el poder nos ataca; regalarles las calles, mientras se denuncia el obvio sesgo ideológico del gobierno y los aparatos represivos, como si pudiera esperarse otra cosa. Estos hechos deben ser reconocidos y señalados como expresión de la naturaleza de clase del Estado y la imposibilidad de su reforma. Deben servir para romper toda ilusión en un cambio en su política de defensa de los intereses capitalistas.
-Recordando su herencia propiamente socialdemócrata, esta izquierda intenta colar consignas como “más trenes menos camiones”, como si esa fuera alguna solución siquiera tibia frente a los crecientes conflictos. Como si esos trenes, y la infraestructura que requieren, no tuvieran otro objetivo que no sea acarrear mercancías y materias primas depredadas de nuestro entorno. Jamás pondrá en tela de juicio a las relaciones capitalistas mismas, pues eso sería su condena como variante de izquierda del partido del orden.
-A las manifestaciones del neofascismo se les combate desde nuestra clase, con nuestros propios métodos, no acudiendo a la represión estatal, pues al hacer esto último se otorga legitimidad a mecanismos generados fundamentalmente para ser aplicados contra nuestras luchas.
-Otro discurso de esta izquierda es que tras estas manifestaciones estaría la intención de desestabilizar el actual orden democrático (como si fuera hoy muy estable) con el objetivo de no llevar a cabo el plebiscito en octubre. Asumir ese razonamiento es no comprender que el plebiscito es precisamente la vía mediante la cual el partido del orden pretende recuperar su estabilidad (estabilidad que no es más que explotación capitalista sin mayores sobresaltos), y como consecuencia, tener una excusa para condenar cualquier expresión autónoma que no se cuadre con los delirios democráticos: el clásico y nefasto “no hay que hacerle el juego a la derecha”.
-Lxs explotadxs debemos comprender el mundo no según las categorías propias de la política burguesa (“derecha”, “izquierda”), sino sobre aquello que nos condiciona como clase dominada y explotada. Debemos criticar y actuar contra el capital mismo, y esto significa una oposición radical al Estado, a la jerarquización sexual, la producción y circulación de mercancías; la mercantilización de cada aspecto de nuestras vidas.
-Los sectores reaccionarios de derecha ya preparan la represión brutal de un eventual y probable resurgir proletario, tanto dentro como fuera de su propia legalidad. Mientras, buena parte de la izquierda intenta apaciguarnos y hacernos desfilar hacia las urnas de votos, urnas que de seguir aquella deriva serán más que una triste alegoría del destino de nuestros esfuerzos y nuestras propias vidas. O bien, intentará canalizar toda la energía desplegada en las calles, de la que hace solo unos meses comprobábamos su magnitud, en función de intereses electorales. Cualquier actividad autónoma por fuera de esos márgenes será calificada como irresponsable y relacionada a alguna forma de “guerrillerismo” o “lucharmadismo”, que no ha sido más que la variante armada del reformismo histórico. Nuestra lucha no se decide con votos ni con aparatos armados actuando en representación de toda la clase explotada. Más allá de esa dicotomía propia de la socialdemocracia, el proletariado construye sus organismos autónomos en función de sus intereses vitales, y recurre a las formas de lucha que le sean coherentes y útiles. Y esos medios no son democráticos ni militaristas.
-Frente a la parafernalia política que estas semanas se desplegará con mayor efervescencia, frente a las movidas neofascistas de grupos amparados por el poder, recordemos el potencial que vislumbramos en los meses de revuelta y confiemos en nosotrxs mismxs. Después de todo, no contamos con nada ni nadie más. Pero tampoco les necesitamos ni les queremos.
¡Solidaridad con las comunidades Mapuche que se enfrentan al Estado y cuadrillas paramilitares racistas!
¡Solidaridad en todas las poblaciones contra las políticas asesinas del gobierno de turno y su falsa oposición!
Vamos Hacia la Vida