Esto ya comenzó: es la guerra de clases
El actual ciclo mundial de revueltas inaugurado en 2018-19 con los ‘chalecos amarillos’ en Francia no deja de dar buenas nuevas. Si bien el contexto del coronavirus y el consecuente despliegue represivo estatal había logrado bajar la masividad e intensidad de los embates proletarios callejeros, son precisamente estas mismas condiciones agobiantes las que hoy reactivan los focos de conflicto: estallan las primeras revueltas de hambre tanto en nuestro territorio como en otros países de Latinoamérica, el desempleo se torna insostenible alrededor del mundo y la utopía capitalista del equilibrio mercantil se desmorona a ojos de todxs. El Estado se revela incapaz de responder a las urgencias de la pandemia y a las necesidades humanas más básicas. La irracionalidad capitalista desperdicia de tal manera la energía humana que prefiere mantener una “nueva normalidad” a media marcha, perdiéndose en esta maniobra miles y miles de empleos, antes que asumir la ineficiencia de la libertad del mercado, de la oferta y la demanda y de la lógica del trabajo abstracto. Las imágenes que nos llegan desde la “Gran América”, el país de la libertad y las oportunidades, solo confirman esta cuestión. La revuelta propia de este periodo, con cada vez más violencia se posicionó en el centro de la dominación capitalista en occidente, ocupó las calles y se lanzo orgánicamente contra los símbolos de su dominación: tal como pasó acá en Chile, bancos, tiendas y comisarías sucumbieron ante la iracunda energía proletaria, desarrollándose en esta ola la comunidad humana que no considera razas ni etnias ni subculturas y se levanta como una sola contra el viejo mundo; la juventud proletaria que se niega a ser domesticada.
¿Por qué acotamos este ciclo a los últimos dos años? Podríamos entender como parte de este mismo proceso la revuelta griega, la primavera árabe o los disturbios que sacudieron este y otros países en 2010-2011, y probablemente estos sean un precedente fundamental, pero aún así la expansión virulenta que veíamos con especial sorpresa hace unos pocos meses en nuestro territorio con tremendas batallas y acciones directas a lo largo de la mayoría de las regiones de este país, marca un salto cualitativo que debemos reconocer. Revueltas que se extienden por meses y se expanden por distintas ciudades, que dan como fruto distintos tipos de organizaciones y que desestabilizan efectivamente la normalidad capitalista. Para nosotrxs, con sus límites y debilidades propias de su época, se trata de un proceso revolucionario embrionario global, tal como lo fue el que se llamó “Segundo asalto proletario a la sociedad de clase” (1968-1977).
Si nosotrxs vemos en la actual ola de revueltas el inicio de un proceso revolucionario no es por la mera cantidad de tiendas saqueadas, y tampoco quiere decir que no lo entendamos como un fenómeno lleno de ataduras históricas; este proceso, del cual formamos parte, expresa una multiplicidad de lecciones para nuestra clase que ninguna lectura de los procesos revolucionarios anteriores, por más atenta que sea, logrará compensar y hemos visto como esto se ha cristalizado en una rearticulación ofensiva del movimiento proletario. Esto lo hemos relacionado siempre con el surgimiento de organizaciones de clase que han trascendido a la revuelta misma y que por ejemplo hoy en nuestro territorio están ejerciendo labores directas en las comunidades[1]; con la voluntad del poder proletario que ha movilizado a estas organizaciones y con el diálogo de contenidos revolucionarios en su seno.
Volvemos a insistir: tenemos conciencia de los innumerables límites de todo este proceso, pero no nos sentaremos a negar una realidad que explota en nuestras caras y apostaremos siempre a su fortalecimiento. Por otro lado, ha sido la misma reacción desde la contra revolución, y lo trastocado que se han demostrado los hechos desde entonces, los que nos van confirmado esta cuestión, y es que cuando hablamos de una presente revolución no estamos hablando necesariamente de un desarrollo automático del contenido comunista, aunque así lo quisiéramos, sino a un proceso real donde se trastocan y derrumban las viejas formas de dominación y que nos posiciona en un momento decisivo, donde aceptar la brutalidad del futuro que la burguesía proyecta o lanzarse a la incertidumbre de transformar la historia, con la cuota de urgencia que eso significa.
La revuelta en Estados Unidos representa un hito que solo confirma lo que hemos expuesto. Si la tensión cada vez más presente en la vida de todxs lxs proletarixs a lo largo de las dos últimas décadas solo hacía preguntarse cuando esto explotaría, el fenómeno del coronavirus parece haber acelerado esta condición, y demostró explosivamente al proletariado de EE.UU. la fuerza que poseía, de igual manera como en Chile se presentó repentinamente tras un tiempo de supuesto ascenso del “fascismo”. No podemos dejar de identificarnos con la revuelta estadounidense pues entendemos en carne lo que significa que un simple hecho pueda desatar la potencia revolucionaria. Por otro lado, aunque incapaz de consolidarse en el nuevo escenario, el proletariado en Chile no ha sido todavía derrotado, y sus minorías revolucionarias siguen su curso asociativo independientemente de si encuentran la forma de auto convocarse como lo hizo en Octubre, y eso nos da la certeza de que esto solo es cuestión de tiempo; es de conocimiento popular también el nivel de tensiones en Medio Oriente y comprobamos actualmente que las amenazas omnipotentes y belicistas del imperialismo gringo no se corresponden ni en su tentativa imperialista, ni en su propio orden interno. Aunque sabemos que el capitalismo es mundial y ante la caída del imperio de unos se beneficiarán otros, entendemos en este comportamiento los signos terminales de un sistema enfermo.
Reconocemos los límites del disturbio y de la forma ritual del enfrentamiento con la policía; la idealización del “gesto” insurreccional es algo contra lo que el movimiento revolucionario en este territorio ha luchado por décadas, pero somos capaces de entender el cambio de paradigma entre el disturbio parcial -de uno o dos días, meramente reivindicativo- con la revuelta cuando esta a lo largo de las semanas empieza a afectar a la economía nacional y la comunidad de la burguesía; hay que ser capaces de identificar y comprender los límites prácticos y teóricos del actual despliegue internacional de luchas proletarias, pero sin dejar de apreciar el divorcio social masivo y en actos con la normalidad burguesa. En el caso de las primeras y aún pequeñas revueltas de nuestro territorio que comienzan a reemerger, y también en el caso de los disturbios en EE.UU., es la ligazón consciente entre los órganos de clase, las asambleas y/o formas de organización directa que puedan crearse, con la ofensiva en la calle la que determinará el futuro próximo de la revolución[2]. El poder de lxs proletarixs no se manifiesta en las espectaculares fotografías incendiarias, sino en su capacidad de incidir e integrar formas comunitarias de vida que vayan ganándole terreno a la separación capitalista y estatal, en terminar de corroer y destruir una mentira histórica que ya se cae a pedazos, incapaz de lanzarse un salvavidas a sí mismo.
Vamos Hacia la Vida
[1] Principalmente en la ciudad de Santiago –pero también, en regiones-, en donde habitan cerca de 6.200.000 personas, tanto las Asambleas Territoriales, como diversas organizaciones sociales de base asentadas en poblaciones y barrios populares, han desarrollado una labor crucial para la alimentación de miles de familias en medio de un contexto de cuarentena total, con una cifra de cesantía oficial que llega al 15% – pero sabemos que es mucho mayor- cerca de 500.000 empleos suspendidos sin pago de salarios (“Ley de Protección al Empleo) y con un 30% de la fuerza de trabajo informal que no ha podido salir a la calle a conseguir dinero. La proliferación de ollas comunes, redes de abastecimiento colectivo, cooperativas de consumo, y la autoorganización a través del apoyo mutuo y la solidaridad de clase, en varios lugares coordinadas territorialmente en “Cordones”, han sido un pilar fundamental para resistir este embate del capital.
[2] En el caso de la incipiente revuelta en EE.UU., sobre todo ante la generalización del saqueo y el oportunismo de los medios oficiales en su tarea de dividir al proletariado entre manifestantes buenxs y malxs, tal y como se orquestó en Chile, será un pacto social transversal del Partido del Orden el que permitirá apaciguar al actual movimiento. Por su parte, será la organización asamblearia y directa de la clase la que podrá contrarrestarla.