De la publicación anarquista Kalinov Most
Más de dos meses de revuelta contra el Estado de Chile: Raudos balances, instintivas proyecciones y permanentes negaciones
“La pasión por la destrucción es también la pasión creadora” – Mijail Bakunin-
“La insurrección es una fiesta. El ruido de su derrota nos divierte” – Fuerzas Autónomas y Destructivas León Czolgosz-
El avance de la revuelta: Días y meses en el combate
La revuelta que sacude a la región chilena sigue sin interlocutores válidos ni una dirección que la guíe. Continúa acéfala, autoconvocada, caótica y destructiva… imparable, a pesar de lxs muertxs, heridxs, mutiladxs y lxs casi 2.000 mil presxs que repletan aún más las cárceles de todo Chile. La chispa comenzada por una estrategia de evasión masiva al tren subterraneo en respuesta a una nueva alza del pasaje, cristalizó la continuidad de luchas y métodos contra el poder, desatándose con toda la fuerza y vitalidad un 18 de octubre.
Las constantes réplicas del terremoto que significó los primeros días de la revuelta se repiten diariamente en mayor o menor intensidad, expresadas en audaces ataques a comisarías, símbolos del capitalismo y en los duros enfrentamientos con carabineros. Aunque se perciba un cierto desgaste (normal y entendible después de más de 80 jornadas de combate), la violencia contra el poder goza de buena salud, legitimándose como la principal herramienta para quebrar con todo lo impuesto en sectores que hasta hace poco la condenaban. Esto último junto con la inexistencia de una conducción definida, creemos que representan, de una u otra forma, los ingredientes principales que han llevado a que la revuelta permanezca incontrolable.
La presencia anárquica en los distintos escenarios del enfrentamiento es clara y notoria desde el primer día, ¿cómo no serlo, si es la expresión desbordada y masiva de las prácticas transgresoras que se han llevado a cabo e intentado que se repliquen desde hace años? ¿Cómo no serlo, si es una revuelta incontrolada y sin una dirección centralizada? ¿Cómo no serlo, si está en directa sintonía con nuestros constantes llamamientos y acciones de propaganda? La revuelta es parte de nosotrxs porque somos parte de ella; nos sentimos completamente cómodos y felices en su vorágine destructiva intentando extenderla y agudizarla allí donde podamos y cómo podamos, alejadxs y contrarixs a cualquier expresión que pretenda domesticarla y/o conducirla.
Durante estos meses de revuelta, hacemos la pausa, respiramos tomando una gran bocanada del aire aun intoxicado con gas para sacar algunas cosas en limpio, colectivizar nuestras evaluaciones, proyecciones y por supuesto, nuestras negaciones.
Violencia callejera y represión.
Esta revuelta ha mostrado ser un cambio, pero también una continuidad en las formas de expresión y desafío al mundo del poder. Hemos podido observar una masificación en el ejercicio de violencia contra estructuras del poder (instituciones financieras, partidos políticos o símbolos del poder) y por supuesto contra sus distintas fuerzas de choque (militares, carabineros, detectives e intentos de bandas parapoliciales representadas por los chalecos amarillos[^1] ).
Estas expresiones generalizadas han echado mano a la amplia trayectoria de combate que, si bien, no comenzaron un 18 de octubre, se han sabido innovar al calor del conflicto, modificando estrategias ofensivas. A modo de ejemplo, el uso sistemático y masivo de escudos solo fue necesario en respuesta a la enorme cantidad de perdigones y lacrimógenas disparadas a la cara y el cuerpo con el saldo ya conocido a nivel mundial de mutilados y heridos. Al mismo tiempo la multiformidad se ha vuelto a expresar en el aporte que cada cual hace según sus capacidades al combate. Ejemplos de estos son desde quienes utilizan punteros laser para cegar a la represión, quienes destruyen el pavimento para sacar piedras, hasta quienes entregan alimento y agua a lxs que llevan horas de enfrentamiento. Todo esto organizado de forma completamente informal y al calor de la lucha y la calle.
La violencia política que se ha adquirido está validada y completamente legitimada durante estos días, llegando incluso a un romanticismo a la “primera línea” que más de alguna suspicacia nos puede generar debido a la exaltación heroica de determinados roles al interior de la revuelta que podrían derivar en fetichismos y lógicas de vanguardia militarista.
Así se pasó de enfrentamientos descentralizados durante los primeros días a combates circunscritos principalmente en el centro de Santiago y distintas zonas centrales de poblaciones o plazas y ciudades a lo largo de Chile. Batallas que muchas veces se tornan en combates por terrenos ganados y/o perdidos a la represión.
Los protagonistas son diversos, no fantaseamos con un rol estelar, único y excluyente de la tendencia anárquica. En la calle hemos visto tras las capuchas, antiparras y máscaras antigases la variedad de quienes alimentan la revuelta, lo cual no va a contracorriente de la caracterización anárquica que hacemos de la revuelta: contraria al poder, sin líderes y forjando relaciones horizontales de apoyo mutuo y solidaridad. La sensación de protesta o denuncia petisionista claramente es superada por aquella sensación de querer cambiarlo absolutamente todo, un sentir que si bien puede ser efímero y no sabemos cuánto durará, es el oxígeno de la revuelta estos días.
La represión recoge parte de su propio hilo y memoria de la historia con prácticas y métodos desde la dictadura, mostrándonos la evidente continuidad. Ampliamente han sido difundidas varias tácticas represivas que van desde las detenciones, golpizas, torturas, violaciones, abusos sexuales, mutilaciones de ojos hasta las muertes en las más distintas circunstancias (desde balazos, golpizas, muertos que son lanzados a negocios incendiados para hacerlos pasar por “saqueadores” o atropellos y asfixiados por los gases).
Desde el Estado observamos angustiosos y desesperados llamados a la paz y la unidad de los chilenos. Una estrategia de pacificación que hasta ahora no ha dado resultado alguno de forma masiva, sin conseguir imponerse a la rabia y la negación de la normalidad resquebrajada. Una campaña de paz continuamente ridiculizada por todxs, donde simplemente ya nadie cree ni espera algo de los poderosos. Por su parte todos los partidos políticos llegaron al consenso absoluto para despachar una serie de leyes represivas que ya están siendo aprobadas en la maquinaria administrativa.
Aprendiendo de la historia, esperamos desde la izquierda una estrategia de recuperación de la revuelta, llevándola a demandas negociables, a líderes o protagonismos de organizaciones. Esta estrategia se ha intentado fraguar sin éxito desde el conglomerado de “Unidad Social”, grupo que reúne a distintos sindicatos y organizaciones políticas. A pesar de sus tristes intentos de ponerse a la cabeza de las manifestaciones, la calle sencillamente hace oídos sordos y se mueve con indiferencia. Hoy, si Unidad Social llama al desarme de la revuelta y volver a la normalidad, sencillamente nadie escuchara. Lo que no quiere decir que lxs revoltosxs, no aprovecharan cualquier llamado a paro u otra convocatoria para congregar las fuerzas en más y más combates.
Al calor del combate y vinculado directamente con la revuelta han surgido formas de asociarse en los territorios. Polémicas y contradictorias, las asambleas territoriales se han vuelto un lugar común para discutir nuestras proyecciones, formas de vida y de asociarnos en la ruptura con el viejo mundo.
¿Nuevo germen en la revuelta? Asambleas territoriales
Las asambleas territoriales, nacidas en la revuelta, hoy se presentan, por un lado, como interesantes iniciativas donde es posible llevar a cabo experiencias de autoorganización en diversos ámbitos, iniciando y fortaleciendo procesos de autonomía territorial en muchos sectores, poblaciones y barrios de todo el país. Sin embargo, por otro lado, dichas asambleas, en su gran mayoría, demandan la creación de una asamblea constituyente que de origen a una nueva constitución que reemplace a la existente desde 1980. Grupos políticos, movimientos sociales y sindicatos que desde hace años vienen abogando por la asamblea constituyente, aprovechándose de la coyuntura, intentan posicionar dicha demanda como la única y la principal, lo que, evidentemente, representa una salida pacífica y ciudadana a la revuelta que se traduce en la refundación y, por lo tanto, el fortalecimiento del Estado.
De igual forma nos encontramos con algunas tendencias políticas que buscan transformar las asambleas en consejos autónomos donde recaiga el poder a la hora de organizar (o suplantar) la “nueva sociedad”, como también otras líneas que buscan transformarlas en instancias de transición antes de un gobierno de los trabajadores.
En esto punto es necesario aclarar y señalar con vehemencia que ningún grupo, asamblea, federación u organización anarquista se encuentra levantando o apoyando la demanda de la asamblea constituyente. Ni una expresión del mundo anárquico percibe en la actualidad que una nueva constitución represente una salida válida o un triunfo de la revuelta, como equívocamente se ha esgrimido en un escrito difundido en las últimas semanas. Es más, todas éstas se han posicionado explícitamente en contra de la vía constitucional.
Si compañerxs anarquistas se encuentran participando activamente en asambleas territoriales (como efectivamente lo hacen) es para levantar iniciativas de satisfacer nuestras necesidades y autoorganización en diversos sentidos con el propósito de intentar prescindir del Estado y del capitalismo para la resolución de las necesidades, teniendo claro que nos encontramos en una situación de opresión donde es imposible escapar de los tentáculos del poder. Es para propagar y llevar a cabo dinámicas antiautoritarias allí donde se pueda, y no para demandar una nueva constitución, un nuevo colegio o un nuevo consultorio. En definitiva, la participación en las asambleas territoriales se enmarca en la búsqueda permanente de apropiarnos de nuestra vida, de tomar el control de ésta, experimentando con otrxs, sean o no afines, maneras de relacionarnos alejadas y contrarias a las impuestas. En este sentido, como anarquistas nos involucramos desde nuestra posición basada en la conflictividad permanente y la búsqueda de la libertad individual, por lo que no vamos a remolque de las asambleas ni nos confundimos con caminos que no son los nuestros, entendiendo también que estas instancias no son algo acabado y que, con el transcurso del tiempo, pueden adquirir ribetes autoritarios e institucionales, momento en el cual nosotrxs estaremos en la vereda del frente.
No está la última palabra dicha: Los escenarios están abiertos.
Este álgido, masivo y dinámico panorama sin líderes, sin petitorios concretos y aún no recuperado por el sistema, ha sido el escenario en que nos hemos movido y vivido estos últimos meses. Continúa ininterrumpido aunque su intensidad varíe según los acontecimientos y el desgaste provocado por la represión.
Intentando no acomodar los hechos a concepciones preestablecidas, es que cuestionamos constantemente nuestras conclusiones confrontándolas con visiones de otrxs compañerxs, de otras tendencias subversivas y con lo que está ocurriendo en la calle. Por ningún motivo queremos caer en fantasías autocomplacientes o ridículas teorías conspirativas que ven montajes en todas partes. En este sentido, resulta necesario señalar que dentro de la revuelta no todo es rechazo y destrucción de lo establecido, existiendo en ella grupos y movimientos sociales que son parte de la institucionalidad y muchos otros que, si bien no lo son, buscan ser parte de ésta. Sin embargo, a pesar de sus múltiples y constantes intentos, las expresiones ciudadanas e institucionales no han logrado conducir, centralizar y/o pacificar la revuelta. Fracaso que se evidencia de manera permanente y se pretende extender hasta un punto de no retorno por parte de diversos grupos anarquistas mediante expresiones propagandísticas – de todo tipo y en diferentes ámbitos – que apuntan al poder y sus tentáculos como el enemigo a destruir.
Construyendo caminos de destrucción: Evaluaciones, proyecciones y negaciones.
Este periodo de revuelta ha sacado a la luz nuestras debilidades, las cuales llevan manifestándose hace varios años pero que en el actual contexto se hacen notar con mayor claridad. Por un parte, la falta de articulación, coordinación y comunicación entre grupos y entornos anárquicos, especialmente entre los que apostamos por la informalidad y la confrontación permanente, provocó, entre otras cosas, que no se lograran llevar a cabo interesantes iniciativas de envergadura, especialmente en los primeros días de la revuelta (18, 19 y 20 de octubre). Una coordinación sólida, que se viniera forjando previamente, hubiera podido abrir nuevos caminos de enfrentamiento en un contexto de desborde generalizado donde todo era posible, donde todo se encontraba a la mano. El Estado se caía y había que ayudar a darle el golpe de gracia. Agudizar la ofensiva, ocupar espacios, entre otras muchas cosas eran posibles de haber realizado y potenciado, y para ello, pensamos, resulta indispensable generar canales efectivos de comunicación y articulación entre quienes luchamos por la destrucción de poder.
Relacionado con lo anterior, la falta de espacios anárquicos donde nos podamos reunir y levantar actividades agravó dicha inconexión. El contar con lugares estables no solo podría haber ayudado a intentar generar instancias de reunión (a pesar de la poca y débil comunicación que existe) sino que también hubiera servido para llevar a cabo acciones de propaganda, acopio de insumos, etc. En fin, las posibilidades de incidir y transgredir en los territorios se hubieran ampliado considerablemente de haber existido dichos espacios, aun existiendo la incertidumbre sobre el comportamiento de la represión para con esos hipotéticos espacios.
No obstante, en la revuelta hemos visto una reafirmación de las prácticas y planteamientos que desde hace años venimos propagando y por las que muchxs compañerxs han pasado y aún se encuentran en prisión. Nos referimos a la apuesta por la destrucción aquí y ahora de lo que nos oprime, a la confrontación incontrolada y permanente, a la extensión y cualificación de la lucha callejera, en definitiva, a todo lo que hemos podido vivir y apreciar en estos últimos meses de manera masiva e ininterrumpida. Creemos que la conflictividad anárquica constante ha dado frutos, percibiéndose en la lucha callejera y salvaje que han dado lxs estudiantes secundarixs en los últimos años, la cual se ha caracterizado por el innegable sentido anárquico reflejado en sus discursos y prácticas. Esta lucha de lxs secundarixs, sin pausas y cada vez más álgida, fue el antecesor directo del estallido del 18 de octubre y en eso, creemos, no hay dudas. Las evasiones convocadas, alentadas y protagonizadas por éstxs fue el desencadenante inesperado de la revuelta que estamos viviendo, evasiones que, por cierto, fueron precedidas por meses de enfrentamiento con la policía, principalmente por parte de los estudiantes del Instituto Nacional, liceo emblemático ubicado en el centro de Santiago.
Que la revuelta continúe caótica y acéfala se debe a múltiples factores y circunstancias que de ser analizadas excederían por mucho los límites de este texto, sin embargo la fuerte presencia anárquica que apuesta por la extensión y la agudización de la revuelta, ha jugado un importante papel en la fracaso de los sectores que intentan pacificarla y conducirla. Los planteamientos ácratas expresados y materializados en la lucha callejera y en los demás escenarios de esta revuelta, han cuajando casi de forma armónica con la espontaneidad destructiva de las turbas enardecidas, lo que, en parte, ha impedido que se logre conducir este desborde.
En relación a lo anterior, vemos como una fortaleza el que la totalidad de los entornos anárquicos informales no se hayan obnubilado con pretensiones vanguardistas ni con ridículos intentos de formar una gran organización que sea capaz de conducir la revuelta, como lo plantean transnochados ex militantes de grupos político miliares de extrema izquierda que añoran un pasado en donde ellos eran los conductores y los canalizadores absolutos de las voces transgresoras. Lxs anárquicxs, creemos, hemos entendido muy bien que somos uno más dentro de esta revuelta, ni por debajo ni por encima del resto y que el luchar por extenderla no significa que la queramos dirigir, por el contrario, significa, entre otras cosas, combatir a quienes intentan conducirla porque sabemos que de ser así sería el fin de la revuelta.
La situación de lxs compañerxs en prisión antes de la revuelta se encontraba agitada por posibles traslados e imposición de leyes que obstaculizaban aún más su salida a la calle. Es real que durante la revuelta las prisiones no fueron escenarios de levantamientos, pero también es real que sacar a nuestros presxs siempre ha sido una prioridad en todas las revueltas, esta no tiene que ser la excepción, por la sencilla razón que son quienes nos faltan en la calle.
Los aprendizajes y las interrogantes son múltiples y se suceden en cada jornada de enfrentamiento, en cada descanso al calor de las barricadas o caminatas a lo largo de la ciudad. Las discusiones y especulaciones sobre los posibles escenarios pareciera que no paran y se reproducen en cada conversación entre lxs compañerxs durante algún fortuito encuentro o en medio de alguna actividad en los distintos territorios. Son estas apresuradas lecciones las que nos interesa colectivizar a compañerxs de todos los territorios y contextos, lecciones que se transforman en nudos de discusión sobre las posibilidades del conflicto aun en curso.
Desde las tendencias informales de la anarquía hemos venido levantando desde hace años la necesidad de la libre asociación y los grupos de afinidad, los hemos llevado a la práctica en distintas dimensiones del conflicto, por parecernos ésta la forma de organizarnos más coherente y cómoda con nuestros planteamientos permitiéndonos potenciar nuestras individualidades en el colectivo, sin estructuras que nos limiten o fuercen, uniéndonos en la sincera voluntad.
Durante el desarrollo de la revuelta, múltiples son las iniciativas territoriales de propagar tanto el conflicto como la autonomía, desde barrios, poblaciones, villas o comunas donde han tomado cuerpo dichos empujes. La dimensión territorial adquiere una importante fuerza tanto para enfrentar al Estado y su control como también para levantar iniciativas de sobrevivencia antagonistas al viejo mundo. Entonces, nos queda la pregunta ¿Cómo conjugar la afinidad con las perspectivas territoriales donde la unión radica principalmente en la ubicación geográfica? ¿En qué punto se intersectan y en cuales se distancian? ¿Podemos desentendernos de las iniciativas territoriales o entregar todas nuestras fuerzas únicamente en estos espacios? Estas son algunas preguntas que no se encuentran encapsuladas en discusiones teóricas, sino que se transforman en dudas sumamente prácticas del día a día durante la revuelta.
En ese sentido, preguntas como éstas o las posibilidades de autogestión y autonomía cuando el Estado se resquebraja, nos llevan a los debates de fondo sobre las proyecciones anárquicas. Es en la revuelta que nos hemos dado cuenta que aquellos debates que muchas veces rehuíamos, ya que nos parecían cargados de promesas de revoluciones futuras, son en realidad vigentes cuando los vemos en la óptica del conflicto permanente. El pulso de la revuelta y el conflicto lo dice, lo pide.
Entre quienes buscamos la efectiva destrucción del poder y no solo una dinámica de protesta rutinaria, surge la necesidad de experimentar las posibilidades reales de vivir antagónicamente al Estado, destruyendo al Estado. Cuándo todos los supermercados del sector están saqueados; Cuando gran parte del transporte se encuentra saboteado; Cuando los servicios del Estado-Capital simplemente no funcionan; Cuando la estructura de la ciudad está destruida y su funcionamiento es a penas intermitente ¿Cómo satisfacemos nuestras necesidades?¿Con quiénes?¿Entre quienes? ¿De qué forma?
Es en este punto que volvemos a la esencia de la lucha anárquica con la praxis destructiva/creadora. Entendemos que la destrucción y creación simplemente ocurren al unísono, no pueden ser comprendidas como dos etapas distintas, sino que se desarrollan como un ejercicio simultáneo. A más profundidad, el/la joven que decide destruir una sucursal financiera no solo está rompiendo un par de vidrios o reduciendo a cenizas aquel local, sino que también de forma paralela, además de destruir el símbolo, construye una forma distinta de entender la violencia, la normalidad, la urbanización, la vida y la forma de enfrentar la opresión. Somos clarxs, no se trata de vidrios más o vidrios menos, sino de relaciones sociales y estructuras de dominación, pero en ese sentido la revuelta genera disposiciones, voluntades, creatividades, imaginación y una vitalidad desconocida en el mundo del poder. Lo hemos sentido y vivido en carne propia, en conversaciones, en diálogos y en vínculos.
Desde el acto individual hasta el desarrollo de una revuelta generalizada, la destrucción de estructuras materiales y el resquebrajamiento de las relaciones de autoridad, traen en sí misma la creación, casi instintiva, la negación del presente y las posibilidades de nuevas formas de entender el mundo. Es en este terreno que necesitamos fortalecer las posibilidades que de ahí emanen llevándolas a la praxis, a la materialización para sobrevivir y atacar.
Siempre hemos realizado una crítica destructiva a las burbujas de libertad, y ésta no será la excepción. Aun así entendemos que en los escenarios de revuelta generalizada, de fractura y trizadura del Estado, es el propio enfrentamiento el que nos devuelve la pregunta sobre ¿Cómo resolver nuestra vida en el cotidiano de forma antagónica al poder? Sabemos que la respuesta no se encuentra en una vida alternativa y en coexistencia, sino que en la gestación de experiencias combativas y en abierta oposición al mundo del poder. Discusiones sobre apostar por el control territorial de pequeñas comunidades multiplicables y en enfrentamiento con el poder, son parte de algunas conversaciones al calor de la revuelta. Aprendemos de experiencias pasadas, pero necesitamos actualizarlas.
Siempre hemos apostado a que nuestros medios se encuentren directamente acorde a nuestros fines, pues entonces, desde las proyecciones anárquicas informales y negadoras, nos permitimos soñar despiertos mirando el presente ¿Cuáles son nuestros fines? Apostamos por la asociación entre pequeñas comunidades, que se apoyen y aporten entre sí, sin estructuras estables por sobre los individuos manteniendo la tensión permanente y el cuestionamiento permanente sin nunca creer en una realización ni final ni finalizada. Nuestras prácticas en el presente tienen que saber ir direccionadas en aquel sentido.
La revuelta nos abre continuamente nuevas discusiones, no son diálogos cerrados, ya que estamos viviendo el proceso de forma vigente y viva. Nos volvemos a preguntar cuáles son los límites de la revuelta y cómo transformarla en el colapso total del Estado y el régimen de autoridad, cómo echar por tierra lo establecido. La revuelta nos refleja nuestros propios límites, no aquellos que hablan de la falta de una organización específica, estructura, planteamientos y formas de funcionar, sino los que se refieren a nuestras capacidades de derribar el viejo el mundo, como también a la expansión y defensa de expresiones antiautoritarias.
¿Qué más podemos hacer? ¿Qué más podemos dar? La calle no ha dejado de arder y el conflicto adquiere un ritmo propio donde se cualifica y masifica. Lejos de querer o añorar partidos armados para devolver los golpes, descansando en esas estructuras, creemos que las revueltas tienen fuerzas y ritmos propios, y quizás las revueltas en pleno siglo XXI, tengan dinámicas que estamos recién explorando y conociendo. Punto aparte se merecen aquellos que tristemente ven la mano estatal detrás de los inicios y el desarrollo de la revuelta tildando la realidad que vivimos como un “simulacro de insurrección”, posturas cargadas de derrotismo y una visión higiénica y estructurada del desarrollo de una revuelta. Análisis que simplemente quedarán recordados como anecdóticos y perdidos entre el fuego de la revuelta, la destrucción a símbolos del poder en uno de los procesos políticos e históricos más importantes de los últimos años bajo el dominio del Estado Chileno y a nivel mundial en cuanto a la experiencia anárquica.
Hoy las calles siguen ardiendo, cientos de ojos continúan siendo cegados por los sicarios de uniforme, la sangre sigue tiñendo las murallas de las comisarías y cientos de prisionerxs enfrentan por primera vez la cárcel. El olor a bencina, gas lacrimógeno, el ruido de los estallidos, el color del fuego entre los laser se sabe mezclar con restos de estatuas y monumentos regados por el suelo. Cada día, en cada lugar es una nueva jornada de revuelta aun cuando el agotamiento muestra sus efectos y los combates son más episódicos. Hoy el poder no consigue imponer el orden ni la normalidad absoluta, mientras que lxs insurrectxs tampoco hemos conseguido dar vuelta completamente el tablero. Los escenarios siguen abiertos y desarrollándose en este mismo momento, mientras escribimos estas palabras van surgiendo nuevas iniciativas de insubordinación e insurrecta desobediencia.
Seguimos con todo y apostando por el todo Porque la revuelta está viva: ¡Viva la revuelta reproducible y contagiosa!
-Kalinov Most/Región chilena. Enero 2020
[^1]: Chalecos amarillos que nada tienen que ver con los franceses. Como se señala, grupos de ciudadanos organizados han decidido proteger las infraestructuras del capital y del Estado en sus barrios, y como distintivo han utilizado dicho atuendo.