Extraido de Lapeste.org
Que la revuelta sea permanente
«Si no llevamos esto hasta el final, pagaremos con lágrimas de sangre el terror que le infligimos hoy a la burguesía.»
Errico Malatesta
Los procesos sociales que vienen manifestándose durante las últimas décadas a nivel global han marcado la pauta para el desarrollo de nuevos contextos de luchas, tanto reivindicativas como revolucionarias en todo el planeta. No es menos acertada la afirmación que hacían algunas/os compañeras el 2014 “Las insurrecciones finalmente, han venido” (Comité Invisible, 2014), dando cuenta de una continuidad histórica de la revuelta social, Sin embargo, la suma aritmética de estos actos no serán el resultado de la revolución, sino más bien, demuestran que es necesario destruir las lógicas del sistema capitalista neoliberal que nos han impuesto como forma de vida.
La revolución, –como comentaba una compañera en estos días de insurrección– se hace con “Fierros” (Armas) y claramente el pueblo no los tiene aún, pero tampoco debemos caer en la fechitización de los “medios” o de la acción en sí misma, ya que “El grado de “violencia” de un movimiento no indica en nada su determinación revolucionaria.” (Comité Invisible, 2014: 106). Es sabido que grupos de ultra derecha como “Amanecer Dorado” en Grecia, utilizan la violencia para atacar a quienes se manifiestan contra el capital, sin ir más lejos, el 10 de noviembre del 2019 a veinticuatro días de iniciada la revuelta social en Chile, se comienzan a manifestar los actos desesperados de la burguesía por defender sus privilegios.
El análisis de los revolucionarios planteaba esa mismo noche que: “La irrupción de lxs encapuchadxs en algunos barrios de la elite generó pánico en los sectores más privilegiados, en Manquehue de Santiago o en Reñaca de Viña del Mar la gente rubia y adinerada se vistió con las odiosas «chaquetas amarillas» y se congregó para defender su estilo de vida y sus propiedades. En sus manos llevaban bates de béisbol, fierros, palos de golf y hockey, en sus cinturas escondían armas de fuego. A pesar de las amenazas las barricadas se encendieron en sus esquinas, la tensión entre ambos bandos era total y la chispa que encendería la ira estaba a punto de estallar.
El punto más álgido de esta confrontación se produjo cuando manifestantes se tomaron con ánimo festivo las playas de Reñaca, un hombre salió de su vehículo y disparó varias veces contra el grupo, hiriendo a uno de ellos en la pierna. El nombre de quien empuño el arma es John Cobin, gringo y supremacista blanco, declarado adorador de Pinochet y el sistema neoliberal chileno. El hecho generó un caos total en el balneario, la rabia se desbordó y cientos de personas quemaron todos los iconos del capitalismo del lugar.” (Crónica de la revuelta, Santiago de Chile.10 de noviembre, 24vo día de Revuelta Social)
Este pequeño párrafo deja de manifiesto que ni las armas, ni la violencia en si misma son revolucionarias, aunque podrían llegar a serlo bajo una táctica determinada en un contexto de lucha en particular, “Un gesto es revolucionario no por su contenido propio, sino por el encadenamiento de los efectos que engendra. Es la situación lo que determina el sentido del acto, no la intensión de los autores… (Comité Invisible, 2014: 107) Con esto no se quiere caer en la discusión estéril de la violencia y la no violencia, debido a que este es el terreno propicio del Estado y la burguesía para deslegitimar las luchas sociales.
Es preciso señalar que los que detentan el poder son los que poseen el monopolio del uso legítimo de la fuerza y con ello la violencia, utilizando todos los medios a su haber para someter a los espíritus insurrectos.
En este sentido los medios de comunicación masivos juegan un rol importante en complicidad con la clase dominante para legitimar las acciones que realiza el gobierno de turno, criminalizando la movilización social abiertamente. Como diría Bourdieu esta situación tiene un efecto de poder y de control en la población instalando una idea de verdad que posee una eficacia simbólica en la construcción de la vida social legitimando el discurso hegemónico (Si lo dijo la televisión debe ser verdad). Sin embargo, a medida que la revuelta comenzó a tomar forma y desbordaba la legalidad, la situación fue cambiando, dejando en evidencia la brutal represión al movimiento social.
El avance de las tecnologías y la comunicación a tiempo real lograron deslegitimar el discurso del Estado entorno a la paz social, y los mismos pobladores comenzaron a difundir información por Facebook, Instagram y twyter, mostrando la brutalidad policial y las mentiras del gobierno, dejando en disputa el escenario de los medios de comunicación masivos. Ahora era el pueblo quien se contrainformaba y relataba sus propias noticias a tiempo real en sus poblaciones.
Este escenario propicio una polarización social donde quedo de manifiesto el velo democrático que se instaló durante 30 años y que no permitían visualizar la realidad objetiva de las y los explotados. La elaboración de un discurso socialdemócrata de laboratorio no permitía que la generalidad de la población lograra descifrar los nexos más íntimos de la democracia representativa, que nunca represento a nadie, los cuales, perpetuaban las desigualdades sociales y amenazaban con extirpar la riqueza de una diversidad cultural alterna (Bartolomé 2004).
En un intento absurdo, los privilegiados de este país comenzaron a tratar de justificar sus dichos, que sacaban a flote su recalcitrante opinión. Por un lado, avivando la chispa que propicio la revuelta, el 8 de octubre del 2019 el ministro de transporte Juan Andrés Fontaine declaraba ante las alzas del pasaje de la locomoción colectiva, “Se ha abierto un espacio para que quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja”, provocando la indignación de la sociedad chilena. A raíz de estas declaraciones los estudiantes en un intento de sabotaje con inesperadas consecuencias, llaman a evadir el pasaje de la locomoción colectiva y saltar los torniquetes del metro de Santiago.
Torpemente, tratando de bajarle el perfil a las manifestaciones de los estudiantes secundarios que realizaban evasiones masivas en distintas estaciones del metro en Santiago, el ex presidente de esta entidad daba las siguientes declaraciones “Cabros esto no prendió”, encendiendo la mecha en las y los rebeldes más jóvenes, que a esa altura ya estaban siendo golpeados por los guardias privados del metro y la policía que custodiaba las estaciones más conflictivas.
Siguiendo con las provocaciones y manteniendo su discurso prefabricado de la violencia y la criminalización de los estudiantes que llamaron a evadir, todo esto con una clara complicidad de los medios de comunicación, el ministro de hacienda Felipe Larraín dio un consejo a los consumidores para reactivar la economía, “A los románticos: han caído las flores“, dijo, haciendo un llamado “a los que quieran regalar flores este mes, las flores han caído un 3%”.
La burla de la clase dirigente se hacía insostenible, llamados a levantarse más temprano para evitar los tacos y la congestión vehiculares en la ciudad, remarcaba el ministro del trabajo Nicolás Monckeberg. Por su parte, el subsecretario de redes asistenciales declara en los medio que “Los pacientes siempre quieren ir temprano a un consultorio, algunos de ellos, porque no solamente van a ver al médico, sino que es un elemento social, de reunión social”, burlándose de la gente que tiene que llegar a las 6 de la madrugada para poder acceder a una hora medica en el consultorio. Podríamos continuar con una larga data de declaraciones nefastas por parte de la clase dirigente, sin embargo, quedaba claro con sus declaraciones que nunca les importaron las condiciones de vida de las y los oprimidos
En este sentido, entendemos que los pobres, los oprimidos y explotados siempre estaremos dentro de la categoría de violentos frente a la clase dominante ya que como decía un panfleto de la revuelta: “Aquellos que dan por sentada la legitimidad de una sociedad capitalista son propensos a considerar violento a cualquiera que tome acciones para contrarrestar las desigualdades causadas por dicha sociedad… Entonces, cuando parte importante de la población está del lado de la resistencia, las autoridades se ven obligadas a redefinir dicha resistencia como no violenta, aun cuando previamente se le había catalogado de violenta” Por lo tanto, “si la violencia es entendida como un uso ilegitimo de la fuerza, dicho argumento puede ser resumido como tautológico: la acción ilegitima es impopular.”
Para ser incluso más enfáticos en el discurso estéril de la violencia y la no violencia, y la discursividad emitida por la clase dominante, donde condenaban las acciones del movimiento social en la calle, nos hace un enorme sentido las palabras de Derrick Jensen donde plantea que: “No puedes discutir con un explotador: siempre perderás. De hecho en el instante mismo en que empiezas a discutir (o más exactamente, en cuanto empiezas a responder a sus provocaciones), ya perdiste, ¿Por qué? Porque los explotadores engañan, mienten, ponen bajo su control el marco mismo que define la “discusión” de modo que si te sales de su guion te agreden hasta que vuelvas a ponerte en tu lugar (y por supuesto, esto sucede también a una escala mayor)… Una conducta cruel y explotadora no es algo que haya que comprender. Es algo que hay que detener.” (Jensen 2015)
La realidad objetiva es incuestionable, la “estabilidad ha muerto” y no precisamente porque en Chile haya estallado la revuelta social, sino porque la mecha de la insurrección se prendió cuando comenzamos a cuestionar la institucionalidad burguesa, que día a día buscan instalarnos a la fuerza su discurso socialdemócrata.
En una entrevista para el programa “Guerrilleros”, Mauricio Hernández Norambuena decía, criticando la posición del Partido Comunista frente la transición pactada de la democracia, “…imagínate esos viejos, por decirlo así, burócratas, medios acomodados. Ellos se veían como fueron anteriormente… Para haber sido ministros, políticos, con todos los privilegios de la democracia burguesa. Imagínate una insurrección, ellos le tenían más miedo a eso que a la dictadura, que el pueblo controlara, al poder popular, las milicias… ¿Qué iban hacer esos viejos? ¿Iban a dirigir, qué? Si no sabían nada de eso…” (1) Estas palabras demuestran lo acertado que estaba la continuidad de la lucha en democracia de cientos de jóvenes revolucionarios que perdieron la vida y/o fueron condenados al presidio para acallar las voces rebeldes.
Sin ir más lejos, el silenciamiento de la democracia fue mucho más sutil que en la dictadura, pero igualmente a punta de balas y muerte. El 9 de agosto de 1990 durante el gobierno de Patricio Aylwin, el primer presidente luego de la transición pactada de la dictadura, es asesinado Aldo Norambuena Soto de 26 años, quien recibió un disparo de subametralladora en la cabeza por parte de la policía. El joven era militante del Movimiento Juvenil Lautaro. En noviembre del mismo año fue asesinado Marco Ariel Antonioletti de 21 años por la policía de investigaciones en la comuna de Estación Central. Ese mismo año fueron asesinados 5 jóvenes más por la democracia chilena.
Al año siguiente 1991 son asesinados 8 jóvenes que levantaban la bandera de lucha que hoy miles de chilenos levantan, “Aquí nada ha cambiado”. En 1992 son asesinados 9 jóvenes revolucionarios que cuestionaban la transición pactada con sangre. Al año siguiente 11 jóvenes son asesinados terminando por acallar la disidencia del chile neoliberal y dando paso a toda una generación de compañeros y compañeras silenciadas a la fuerza. “La construcción social del silencio en el caso de Chile, encuadra una transición pactada y con “amarres”, la gobernabilidad ocupa el centro de la escena política.” (Jelin 2001: 132)
Con el cambio de gobierno de Aylwin a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, resurge la memoria en las generaciones más jóvenes, hijas de la dictadura. El saldo, 7 muertos durante el periodo presidencial y así continuo hasta el día de hoy, alcanzando más de 100 muertos en democracia y en 50 días de revuelta más de 300 personas mutiladas, sin un ojo, por las políticas represivas del Presidente Sebastián Piñera.
Hoy toman más sentido que nunca las palabras de Elizabeth Jelin, “Son a menudo las generaciones más jóvenes, que no vivieron el periodo del que quedan las huellas, quienes cuestionan y ponen en evidencia esos restos.” (Jelin 2001: 132), no por nada la consigna de la revuelta social “No son 30 pesos, sino 30 años”, deja de manifiesto las huellas de la dictadura. Aquí las jóvenes generaciones salieron a la calle a evadir el pasaje del metro, sin darse cuenta que encendieron la chispa de dignidad que había estado apagada durante 30 años.
El resurgir del estallido social
La intervención de Estados Unidos y la instauración de dictaduras en Latinoamérica lograron desarticular los movimientos revolucionarios de izquierda, bajo la extorción, la tortura, el asesinato y represión.
Este escenario promovió un proceso de despolitización de la sociedad y persecución política a lo largo del continente, permitieron la reelaboración de las ideologías estatales, buscando proteger al sujeto despolitizado e integrándolo bajo la premisa de derechos y deberes, de esta manera empieza a tomar fuerza la idea del ciudadano como un protagonista de los cambios que muchas veces son promovidos por los propios Estados. Aquí entra fuertemente la idea de gobernabilidad que plantea Jelin en la transición democrática.
Las políticas neoliberales instauradas a la fuerza marcan un quiebre en la continuidad histórica de las luchas revolucionarias. Con el retorno a las “democracias”, el miedo provocado por las dictaduras y el discurso socialdemócrata establecido por las izquierdas renovadas que consiguieron sus migajas en el poder, se pierde el espíritu revolucionario y comienzan a surgir las luchas ciudadanas y los movimientos sociales reivindicativos.
Alain C. describe este contexto global planteando que “…enterrada la revolución, cuando ya ninguna fuerza se sentía capaz de emprender la transformación radical del mundo y en vista de que la explotación seguía su curso, era necesario que se expresara alguna forma de contestación. Este fue el ciudadanismo.” (El Impase Ciudadanista, Alain c. pp. 7) De esta manera la lucha ciudadana se presenta como un actor relevante en la sociedad actual.
Cabe destacar que el ciudadanismo se presenta como el proyecto post-dictaduras para reforzar el Estado, promoviendo al sujeto ciudadano como base activa de su política, como claramente se vivió en Chile con el plebiscito y la transición dictadura-democracia. “La finalidad expresa del ciudadanismo es humanizar el capitalismo, volverlo más justo proporcionándole de alguna forma un suplemento de alma. La lucha de clases es sustituida aquí por la participación política de los ciudadanos que no solo deben elegir a sus representantes, sino además actuar constantemente para hacer presión sobre ellos con el fin de que apliquen aquello para lo que fueron elegidos…” (El Impase Ciudadanista, Alain c. pp. 3) por lo tanto, las reivindicaciones y luchas ciudadanas nunca desbordaran al Estado, ni mucho menos tendrán un carácter revolucionario, más bien se presentan como la nueva base ideológica del poder, para seguir perpetuando el estatus quo de este.
Sin embargo, lo que surgió el 8 de octubre del 2019 no fue una lucha ciudadana que pretendía humanizar un poco más el capitalismo, aunque fue así como partió, pero durante los primeros días de revuelta quedo de manifiesto que nunca estuvo obsoleta la lucha de clases, y que el descontento y la batalla en la calle se estaba dando entre oprimidos y opresores, o más precisamente entre las y los explotados y el brazo armado de la burguesía, la policía.
En este sentido entendemos que existe una conflictividad intrínseca con el Estado, debido a que éste se presenta como la figura material de la autoridad y el poder, legitimándolo mediante la dominación y el sometimiento de la colectividad. Esta división entre oprimidos y opresores se presenta como una declaración de guerra por parte de los detentadores del poder, que pretenden subyugar a las comunidades en lucha mediante relaciones autoritarias, perpetuando el estatus quo del Estado.
Al momento que el presidente Sebastián Piñera quito el manto democrático y develo las contradicciones de clases y su miedo a la perdida de la confianza en la institucionalidad, este declara la guerra a la sociedad chilena, muy claramente lo dice en cadena nacional “Estamos en guerra” sacando a los militares a la calle e instaurando el estado de sitio y el toque de queda en varias regiones del país.
Pero está perdida de confianza en la institucionalidad burguesa no es nueva, ya lo planteaba el “comandante Ramiro” anteriormente citado. Esta crítica estaba dormida pacientemente esperando su momento de despertar, regada y alimentada por el silencio de las democracias cómplices de las miserias del pueblo. Algunos especialistas de la memoria dirían que estaba operando una memoria subterránea de la resistencia, sin embargo, el despertar de un pueblo en armas marco una crítica radical a la globalización y a los Estados/Nación.
El primero de enero de 1994 se presenta a la luz pública en México, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) planteando su declaración de guerra conforme a las leyes estipuladas en la Convención de Ginebra (2), donde claramente se percibe que los ecos del zapatismo han reinventado la práctica revolucionaria a la vez que actualizaron la orientación de un pensamiento -político- que se creía perdido (El Fuego y La Palabra, Gloria Muñoz 2004) (3).
Con esto, comenzó a perder credibilidad el movimiento ciudadano que pretendía una igualdad y libertad de todos los ciudadanos en teoría, ya que en la práctica los grupos indígenas y las minorías quedaban subordinadas a una desigualdad y una violencia de Estado que no respetaba la diversidad, era una integración violenta que generaba en los grupos étnicos una identidad por oposición que busca reparar el daño ejercido por el Estado, reivindicando derechos de autonomía para satisfacer sus proyectos truncados (Gissi 2008)
En este contexto se han instalado diversas discusiones en torno al respeto a los derechos humanos como premisa inalienable, promoviendo la diversidad y la alteridad de la sociedad en su conjunto, planteando mejorar las condiciones materiales y sociopolíticas de los grupos que entran en conflicto con el Estado/Nación, develándose desde el inicio, las nulas intenciones de éste, por respetar los derechos humanos y la diversidad cultural alterna.
Bajo el histórico proceso de colonización y/o colonialismo interno, van surgiendo diversas reivindicaciones sociales, políticas y de corte étnico (4), buscando el reconocimiento de la población y de lo indígena que ha sido subyugado desde la constitución de los Estados/nación, hasta hoy en día.
En 1998 el surgimiento de la Coordinadora Arauco Malleco genera también un critica sustantiva al a las reivindicaciones ciudadanas, en este sentido el mal llamado conflicto Mapuche entra en un punto de no retorno en su conflictividad con el Estado. “La CAM, de este modo, marca un antes y un después en la táctica y estrategia que hasta el momento habían nutrido a las luchas reivindicativas indígenas en general. Con todo lo que esto significa, nuestra organización paulatinamente se fue transformando en una amenaza real para los intereses de las clases dominantes, las cuales no dudaron en desatar los mecanismos más violentos para detener el avance ideológico y material que nuestra organización llevaba adelante. En este sentido, si bien nuestra historia como CAM está fuertemente marcada por sistemáticos procesos de represión, criminalización y persecución política a nuestros militantes, es también la historia de un proyecto político que ha cristalizado los pilares ideológicos del movimiento mapuche autonomista y anticapitalista. Es una historia de la resistencia, de construcción política desde abajo, de la clandestinidad y, sobretodo, una historia que expresa fielmente la dignidad de un pueblo que resiste los embates más duros del sistema capitalista y colonial” (5).
Este reencantamiento del mundo con el sujeto rebelde y con los procesos revolucionarios permite una nueva narrativa en el pensamiento político desechando la democracia burguesa y entendiendo, de facto, que otros mundos son posibles incluso en la era de la globalización y el capitalismo brutal.
En este sentido, se observa un despertar de los jóvenes rebeldes que buscan evidenciar las desigualdades sociales en el resto de la población.
El año 2001 con la creación de la ACES, órgano estudiantil en oposición al oficialista parlamento juvenil, se produce la mayor movilización desde los años ’80, conocida popularmente como “El Mochilazo” (6). Este despertar del movimiento estudiantil generaría un precedente hasta el día de hoy, marcando un nuevo derrotero en las protestas y en la conciencia social.
Pero este reencantamiento del mundo y la continuidad histórica de la lucha contra el Estado, no solo se desencadeno en Latinoamérica, sino que poco a poco se ha ido reproduciendo a nivel global, en Los Ángeles en 1992 se produce un estallido social debido a la violencia policial sobre los proletarios negros, la revuelta tomo tal magnitud que “Los periodistas y todos los que tenían algo que ver con el poder sintieron verdadero pavor ante la dimensión que la revuelta podía adquirir.” (Proletarios internacionalistas 2013)
En el Congo en 1999 se produjeron algunas tentativas insurreccionales en los suburbios de Kinshasa, la capital, y en el 2000 durante el fallido golpe de Estado, que le costó la vida a Kabila (7).
Por otra parte, el 25 de octubre del 2005 en un barrio periférico de París, morían dos jóvenes electrocutados en una subestación eléctrica tratando de escapar de una identificación policial. Resulta ser paradójico el caso de Francia, que a pesar de las diferencias que generaron el estallido social, las tácticas y políticas represivas del Estado fueron similares a las utilizadas por el gobierno chileno este año. Sin ir más lejos, la provocación de la clase dirigente no se dejó esperar, al igual que las declaraciones nefastas de la clase dirigente en Chile.
El Ministro de Interior Sarkozy en Francia, tildo a los rebeldes como “La chusma del suburbio” retomando la terminología clásica de la burguesía, que empleaba sobre el proletariado en lucha (8).
Al igual que en Chile, como el movimiento social no tenía representantes claros, ni líderes con los cuales parlamentar, el gobierno busco mediante la criminalización de la lucha social, deslegitimar el levantamiento de los suburbios. La revuelta con tintes insurreccionales amenazaba con romper la paz social del país, lo que desencadeno una brutal represión de los antimotines, instaurando el estado de sitio y el toque de queda para poder contener a la “Chusma” de los suburbios.
De la misma forma que lo hizo Piñera, Sarkozy con su lenguaje prepotente seguía echándole más gasolina al escenario político dejando en evidencia la guerra social que declaro la burguesía a los proletarios sublevados. “La lucha de noviembre del 2005 fue una bocanada de oxígeno para todos los revolucionarios. La vitalidad, la energía, así como los acertados golpes que desplegaron estos rebeldes, a pesar de sus límites, demostraron a todos que la paz social en Europa puede ser quebrada de un plomazo”(9).
Podríamos seguir hablando de lugares comunes donde la revuelta con tintes insurreccionales han dado un vuelco a la estabilidad institucional de la democracia representativa, como también a los estados autoritarios, podríamos hablar de Nueva Orleans el 2007, Atenas el 2008, 2010 y 2012, Irán el 2009, Francia 2010, 2018 y 2019, Inglaterra el 2011, Chile el 2011 y 2019, España el 2011 y 2012, Italia, la primavera árabe el 2011, Hong Kong, Líbano, Irak, Ecuador, Bolivia, Colombia. Si seguimos creyendo que el sistema capitalista es el modelo a seguir, estemos realmente perdidos.
Aquí los defensores acérrimos del liberalismo y el capitalismo, nos vendrán a decir que solo es una crisis del sistema, sin embargo bien sabemos que el capitalismo en sí mismo es una crisis.
El germen de la revuelta.
La diáspora revolucionaria se ha esparcido por el mundo floreciendo en insurrecciones que estallan agrietando el gris edificio de la civilización, desintegrando poco a poco el blindaje de la maquinaria capitalista. Ya no es solo la primavera árabe, sino que la primavera florece en todas partes del planeta, con la palabra de los rebeldes impresa en los muros de sus calles, en esas paredes que cuentan lo que los medios de comunicación callan en todo el mundo.
Los insurgentes en la cuarta declaración de la Selva Lacandona nos decían “No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder” (10).
Esas palabras, esas flores regadas con sangre jamás serán silenciadas sino que serán la energía cinética para este nuevo despertar revolucionario. Hace algunos años atrás era ridículo y motivo de burlas hablar de insurrecciones a nivel mundial, aunque desde el 2008 se venían desencadenando con mayor frecuencia.
Hoy en día, la revuelta es el centro de la conversación entre quienes por años nunca se miraron a los ojos, de los vecinos que se auto-organizaron en cabildos y asambleas horizontales. Hoy en día este es el lenguaje que hace caminar entre precipicios a la clase dirigente que se ha visto amenazada hasta por su propia sombra.
“La insurrección ha venido” titulaba un antiguo panfleto que circula entre los rebeldes hace años, pero aún no ha llegado la revolución. Producto de la conexión internacional y la re significación que los rebeldes han dado al internet, hemos sido privilegiados en observar casi en tiempo real, como en los últimos años tantas sedes del poder oficial han sido tomadas por asalto por el descontento social. La toma de parlamentos, la ocupación de plazas en pleno centro de la ciudad, las barricadas y las ollas comunes, han marcado un cambio en la vida, que se venía pidiendo a gritos. Esa que dejo de manifiesto la solidaridad y el apoyo mutuo en las calles de las ciudades y las poblaciones, donde no se necesitó a ningún dirigente para salir a repartir comida a las y los encapuchados de la primera línea, nunca necesitamos que nos dijeran que hacer, sino que fue la reacción espontánea en base a nuestras capacidades la que nos permitió saber que estábamos haciendo lo correcto.
Muchos adictos sedientos de representatividad hablaran pestes de la espontaneidad, pero jamás comprenderán que en ella existe una organización mucho más práctica que la burocracia de sus partidos. No se necesitó un comité central para que más de un millón de personas organizara la resistencia en primera línea con escudos, en segunda línea con hondas y piedras, en tercera línea apagando lacrimógenas, en cuarta línea el agua con bicarbonato, y así sucesivamente, hasta quienes tuvieron que ser atendidos clandestinamente porque en los centro de salud del país no estaban sacando los perdigones a los rebeldes heridos. Esto demuestra claramente la confusión que tantos años ha perturbado a gran parte de la población, la espontaneidad no es sinónimo de desorganización, ni mucho menos es excluyente de quienes decidieron organizarse de otra manera.
Lo que nos queda claro con esta revuelta, es que el lenguaje de los rebeldes a secretado espacios comunes sin conocerse uno con otros, podemos ver salpicados en los muros desde el Cairo a Chile A.C.A.B. (All Cops Are Bastards), como un lenguaje universal. El aprendizaje de Hong Kong con la utilización de laser permitió que en Chile se botara un dron de vigilancia y que la policía no sobrevolara con helicópteros las manifestaciones masivas. Es así como se re articula el tejido social, como volvemos a construir una comunidad en lucha que estaba perdida en los recuerdos sepultados por las dictaduras.
Sabemos que la insurrección puede estallar en cualquier instante y por cualquier motivo, ya sea por la muerte de un adolescente negro el 2014 en Missouri, como por el alza de 30 pesos del pasaje de la locomoción colectiva en Chile este año (2019). Por lo tanto, se hace indispensable comprender el lenguaje común que hablamos los oprimidos en todo el mundo. “Comprender esto, comprender que somos parte de un ser que sufre los mismos problemas, las mismas penurias, nos permite comprobar al mismo tiempo que los diferentes niveles en los que se manifiestan estas condiciones de vida, las diversas formas bajo las que se personifica, sólo son episodios y momentos de nuestra condición de proletarios. Nos permite comprobar al mismo tiempo cómo, en el otro lado, patronos, políticos, sindicalistas y demás funcionarios del capital, es decir, burgueses, habiten en el suburbio o en la urbe, en un pueblo o en esas nuevas concentraciones de ricos protegidas por todo tipo de medios de seguridad, viven a costa de controlar y devorar nuestras energías, de despojarnos de nuestras vidas.” (Proletarios internacionalistas 2013)
Esas redes invisibles, ese sentir oprimido, esa sed de rebeldía y dignidad, permiten ver que durante la revuelta social en Chile, se observe un mural con el nombre de Alexandros Grigoropoulos, Joven asesinado por la policía un 6 de diciembre del 2007, desatando una gran revuelta en Grecia ese mismo año. Un rebelde Griego escribe «Una bala en el corazón de Alexandros para cerrar el ciclo de la omnipotencia de la maquinaria estatal. Un charco de sangre en la calle peatonal Messolonghìou para abrir el ciclo de inestabilidad que hizo escombros el orden establecido, extendiéndose el caos y la anarquía en muchas ciudades de Grecia»(11).
Algo está claro y es que esta época se incendia poco a poco socavando los cimientos del neoliberalismo, como gritaban los muros en Italia “Il Cile sarà la tomba del neoliberismo” (Chile será la tumba del neoliberalismo) o como nos interpelaban las paredes de Francia “Chili, Hong Kong, Irak, Liban, Colombie, France… Fini Dêtre Dociles! (Chile, Hong Kong, Iraq, líbano, Colombia Francia… Dejemos de ser dóciles). Es el momento en volver a tener la vida en nuestras manos y tomar el cielo por asalto, para volver amar y para volver a vivir.
“Algunos de nosotros han muerto, otros han conocido la prisión. Nosotros hemos persistido. No hemos renunciado a atacar este mundo y construir otros. De nuestros viajes hemos vuelto con la certeza de que no vivimos unas revueltas erráticas, separadas, que se ignoran las unas a las otra, y que todavía haría falta vincular entre sí… Nosotros no somos contemporáneos de revueltas dispersas, sino de una única ola mundial de levantamientos que se comunican entre sí de manera imperceptible” (Comité Invisible 2014: 12)
En todo el mundo se siente la misma sensación que corre por nuestras venas, estamos sedientos de dignidad y no de indignación.
Pero algo hemos aprendido de todo esto, y hay que aceptar que los revolucionario, o gran parte de ellos hemos sido derrotados, no porque no hayamos alcanzado la revolución aun, sino porque hemos sido desprendidos continuamente de la revolución como proceso. Seguimos mirando la historia con la perspectiva derrotista de la izquierda, que lejos de liberarnos de ese pasado complejo, nos lapida a repetir una historia de fracasos. Sin embargo, el fuego de la insurrección, la crítica radicalizada a los símbolos del capital (Incendios), nos ha permitido reencontrarnos con nosotros mismos, sumergirnos en nuestra sensibilidad, de cómo percibimos el mundo. En este sentido hemos sacado a relucir nuestros nexos íntimos, desarrollando esa conexión subterránea entre la pura intensidad política del combate callejero y la presencia ante uno mismo sin maquillaje.
En la lucha y en la barricada nos hemos reencontrados con la necesidad y las ganar de seguir viviendo.
Escribo por lxs que quedaron sin ojos para que nos vieran
Escribo porque nunca saldremos en las páginas de los libros de la historia oficial
Escribo porque temo perder la dignidad viendo la televisión pasivamente.
Escribo para no olvidarme de esa decisión ética de vida de no olvidar a nuestrxs compañerxs
Escribo en contra de la maquinaria de la amnesia y el virus de la desmemoria
Escribo para que la muerte lenta no ataque mi garganta y termine por silenciarme
Escribo para no sentirme solo en esta sociedad, y seguir siendo cómplice de esos ojos rebeldes que incendian la ciudad
Escribo porque la pluma de mi narrativa se baña con la sangre de las que ya no están.
Escribo por ellos, por ellas, porque elles somos nosotres sacando nuestro instinto iracundo.
Escribo porque escribir “es como coser los pedazos de una tela” (12) forjando una nueva vestidura.
Recibido el 17 de enero del 2020