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Nos quieren dar lecciones sobre violencia
“Divide y conquista” les aconsejó un policía a los ricos hace 500 años, y nunca lo han olvidado. Los sátrapas de turno se ven superados por todas partes. Hoy solo pueden recurrir al terrorismo, al montaje y la manipulación a través de sus conductos regulares: sus fuerzas armadas, sus medios de (in)comunicación, su teatro político.
¡Nos quieren dar lecciones sobre violencia! Dicen que “la violencia engendra violencia”, y no se equivocan. La vida es eterna en 5 minutos, sobre todo cuando se vive en la miseria. Pero hemos despertado. Y en respuesta a nuestro brote de vida el poder monta un espectáculo más: ya sea para erradicar campamentos, para construir los guetos donde nos tienen prisioneros, para apoderarse de un territorio o para aterrorizar a los que se levantan a luchar contra la inercia autodestructiva. Son los aferrados a esta civilización barbárica los que prenden fuego y destruyen sistemática y organizadamente para defender su pedazo de torta envenenada.
¡Nos quieren dar lecciones de ciudadanía! Afirman: “La decisión fácil hoy es usar la fuerza, la difícil, apostar por la Paz y el diálogo”. ¿De qué paz hablan? Vivíamos embriagados por la rabia frustrada de la guerra de todos contra todos: luchando por un puesto de trabajo o intentando llegar a fin de mes con el que teníamos, luchando por respirar en medio de nubes de polvo y ácido en las ciudades, luchando por conseguir un poco de agua en el campo. No era paz, era silencio: el buen ciudadano come y calla. Nos moríamos como vivíamos. Y ahora que levantamos la cabeza, que despertamos, ¡nos disparan en los ojos!
Quieren dividirnos. Se escandalizan porque se caen a pedazos sus monumentos a la violencia: bustos de militares genocidas, recintos de tortura, catedrales del dios macho y del dios dinero, los palacios que los ricos construyen para adormecernos con una interminable oferta de mercancías. Nos explotan y luego venden los productos de nuestro trabajo. Pero por mucha banca, luminaria pública, pan y circo con que el que quieran adornarlo, el mundo no ha dejado de ser una gran salitrera de la que la mayoría somos esclavos.
Saquearon los bosques, los ríos, los lagos y el mar con sus madereras, salmoneras y agroindustria. Contaminaron el desierto y lo volvieron un basural con sus mineras. Transformaron las ciudades en cámaras de gas y fábricas de cáncer. Exterminaron culturas ancestrales. Desaparecieron, mataron y aterrorizaron a cualquier poblador que quisiera cuestionarlos y acusar sus abusos. Pero nosotrxs no le tenemos miedo a ellos ni a su destrucción. Hemos construido todo lo que les pertenece y lo volveremos a construir a nuestra manera, de acuerdo a nuestras necesidades, deseos y en armonía con la madre tierra que nos sostiene. Después del fuego brotaremos como bosque nativo.
No importa cuánto plomo puedan descargar sobre nosotrxs. Desprendidos del dolor de la miseria cotidiana, nuestra energía estancada se vierte en pura creatividad y celebración. Aunque no hubiese garantía de una victoria final sobre la dictadura del dinero, esta ruptura es ya un placer. No hay retorno a la “pacífica coexistencia” de las mentiras reinantes.