“Las primeras en ser excluidas estamos luchando para que todas las otras personas que están excluidas, niños, viejos, enfermos puedan reapropiarse de la riqueza social”
El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, Mariarosa Dalla Costa
Un nuevo ocho de marzo pandémico nos encuentra. Lamentablemente, a pesar de la mediada visibilización de la violencia sistemática que vivimos las mujeres, la vida no parece dar tregua y las fotografías de jóvenes desaparecidas o asesinadas parece ser una realidad cada día más común, tornando la vida más hostil y violenta. Aun así, el constante cuestionamiento de las formas de denuncia social que el movimiento ha escogido para develar el óxido de las relaciones, se ha limitado a entornos que aparentaban estar limpios de violencia machista ya sea por su relevancia social, como es el caso de los centros de estudios, o por su crítica a la realidad, como son los ambientes políticos de “izquierda”. No obstante, el cuestionado movimiento de “funas” ha calado solo como forma de ventisca en lugares menos privilegiados, en donde la violencia no da tregua, demostrándose impotente a una realidad que se socava porque sus cimientos no buscan preservar la existencia sino que se orienta a alimentar el corazón de la forma de vida capitalista: la acumulación de riqueza.
Enfrentadas a este relato, es paradójico que justo este ocho de marzo, en donde el confinamiento ha implicado un aislamiento forzado que ha mermado la posibilidad de autocuidado y de hacer comunidad de forma efectiva, el foco de la lucha feminista sea el evento, como si la lucha se definiera cada ocho de marzo. Quienes convocan, la Coordinadora 8 de Marzo, presentan un video festivo, en donde nos muestran el empoderamiento femenino aludiendo a la manoseada belleza –a la huelga “acicala” y carnavalesca-, demostrando su interés de generar un movimiento masivo y poco profundo, de un contenido superfluo e inofensivo, luego de exponer la misma tendencia teórica al presentar un programa que intenta abarcar todas las luchas, en un extraño despliegue aparentemente interseccional que se torna vacío y, lo peor de todo, reaccionario puesto que demuestra la impotencia de su programa socialdemócrata que, renunciando a la revolución social, se conforma con humanizar el capital apuntando así a un desahogo vano que ignora el camino real de catástrofe al que caminamos como especie.
Así, la fecha se disputa, entre quienes se sienten convocadas por nuestra historia y por quienes se sienten marginadas de la misma. Todas quieren asistir al llamado en el centro, pero ahora es más relevante el quién se hace más visible, que el por qué estamos allí. Parece ser más importante definir quiénes somos las “verdaderas” mujeres y feministas, frente a qué haremos con nuestra historia presente llena de violencia. Este devenir ha culminado en una disputa identitaria en donde el feminismo parece ser una etiqueta exclusiva, deseable y pugnada por distintos segmentos sociales cuál de todos menos visible y más precarizado.
Este 8 de marzo pos revuelta social nos vuelve la cara con once mujeres asesinadas solo en lo que va del 2021. La realidad es que la guerra abierta hacia las mujeres en el espacio doméstico no va a desaparecer por proclamar que lo personal es político apelando a la conciencia y la autorregulación ética de una humanidad automatizada, el camino es a la inversa, es necesario disolver la escisión entre el espacio público y el doméstico, y eso solo se logra mediante la revolución social que recomponga la comunidad y organice la vida en torno a las necesidades de la especie en su conjunto, de quienes las mujeres somos parte al igual que todos los marginados.
Lamentablemente, la historia nos ha puesta en una encrucijada, a treinta años del anunciado “fin de la historia”, de la lucha de clases, el feminismo ha hecho eco a esa proclamación aludiendo a una izquierda anquilosada, reformista y derrotada que ha funcionado como mediador entre las fuerzas antagónicas que nacen y perpetúan esta realidad y que nunca buscó su autodestrucción sino que por el contrario, ser el ente gestionador del capital que le ha dado vida. Lamentamos que nuevamente la voz de la negación esté siendo acaparada por estas mismas fuerzas sociales, trayendo como consecuencia una popularidad tan inofensiva y digerible que hasta grandes conglomerados mercantiles, como Falabella y Baltica, hacen eco de las demandas de derechos que no afectan el normal funcionamiento de la vida capitalista.
En este sentido, es necesario apuntar a las raíces de las relaciones sociales violentas y recomponer el camino y para eso es fundamental observar el movimiento de la vida más allá de la experiencia individua que nos atraviesa, observar lo que mueve a la humanidad de hoy, lo que la hace levantarse de sus camas y les permite reproducirse alienadamente. Ninguna revolución individual ni deconstrucción es igual de potente que la comunidad restableciéndose y organizando sus medios de vida.
El ocho de marzo es un día donde recordamos a todas nuestras muertas y recorremos nuestra historia recomponiendo su camino, no es un día para ganar nada, como vocifera la canción, nada que valga nuestra vida se gana en un día, el inmediatismo solo ha sembrado la derrota. Este ocho de marzo no es más que una convocatoria que nos permite confluir para reconocernos en la lucha compartida y mirar en nuestras caras nuestra historia común, el dolor que no es ajeno a la precarización general de nuestras vidas que amenaza nuestra salud física y mental arrojados a un mundo en donde el narcisismo parece ser la única estrategia para sobrevivir muriendo.
¡De la emancipación de las mujeres a la emancipación de la comunidad!