Coronavirus, catástrofe capitalista y revuelta [YNHVA N°3]

La pandemia del coronavirus ha contribuido a acentuar la crisis de la sociedad capitalista de nuestros tiempos. Las revueltas sociales brotaban por diferentes partes del globo durante el año pasado, mostrando características nuevas respectos a procesos anteriores de conmoción social. Particularmente, destacaba la duración de estas, como en el caso del movimiento de los ‘chalecos amarillos’ en Francia, que se extendía por más de un año, o el mismo movimiento generado luego del “estallido” en Chile, donde la intensidad del conflicto no decaía con el pasar de los meses y se revestía de elementos revolucionarios.

La magnitud y profundidad de la crisis actual parece estar cerrando todo un ciclo del capitalismo, y las posibilidades que se abren son diversas. Las luchas actuales sin duda marcarán el curso de la historia. De ahí la importancia de comprender coherentemente el presente. El siguiente texto, aparecido en el tercer número de la publicación YA NO HAY VUELTA ATRÁS (otoño 2020), es una clara contribución en ese sentido, buscando alentar la autoclarificación y el debate en la propia clase.

Coronavirus, catástrofe capitalista y revuelta

“Una sociedad cada vez más enferma pero cada vez más poderosa ha recreado en todas partes el mundo concretamente como entorno y decorado de su enfermedad, como planeta enfermo (…) La producción de la no-vida ha seguido con cada vez mayor rapidez su proceso lineal y acumulativo; ahora ha traspasado un último umbral de su progreso y está produciendo directamente la muerte”.
Guy Debord, El planeta enfermo.

I

El momento histórico que atravesamos está marcado por el hecho de experimentar aquí y ahora los efectos destructivos de la relación social capitalista, de su forma específica de producir y reproducir la existencia biológica y cultural humana, subsumida a la necesidad de valorización de capital que se nos presenta hoy como un sucesivo cumulo de escenarios catastróficos.

Asistimos al agotamiento de un modo de vida producido específicamente por la civilización industrial-capitalista, que empieza a desbordar en todas direcciones las evidencias de sus propias contradicciones internas, teniendo toda catástrofe actual la misma raíz social: el dominio de las necesidades mercantiles de la economía por sobre las necesidades humanas. La actual crisis “sanitaria” del Coronavirus es entonces sólo una expresión singular de la totalidad de la catástrofe, que es la perpetuación del modo de vida capitalista.

II

La intrínseca necesidad de expansión y acumulación que tiene el capital, ha llevado a una colonización de los territorios a nivel planetario para integrarlos a sus procesos de valorización interconectados globalmente, no existiendo precedentes de un sistema de dominación de tales proporciones. El planeta Tierra es así concebido como una gran fábrica y autopista de mercancías al mando de la clase capitalista mundial, siendo la presión destructiva que se ejerce sobre el entorno natural y la biosfera, el desequilibrio ecológico que vivimos, una de sus más claros resultados.

Si el fenómeno del COVID-19 se ha tornado global es porque la dominación del capital ha logrado expandirse a todos los rincones del planeta, siendo la interconexión de las cadenas globales de reproducción del valor las que han marcan las pautas de la movilidad del virus. Y justamente dentro de sus causas encontramos la permanente irrupción humana en nuevos ecosistemas de especies animales con las cuales no teníamos contactos anteriormente, traficando aquellas especies para diversos usos y deforestando los bosques nativos para realizar allí actividades industriales como la producción ganadera intensiva, la minería o las extensas plantaciones de monocultivos con todos sus nocivos químicos asociados. La penetración en los espacios “vírgenes” por las necesidades de auto-expansión del capital, ha provocado la destrucción de las barreras naturales de contención de los virus y la transmisión de enfermedades zoonóticas desde otras especies animales hacia lxs humanxs con cada vez mayor frecuencia.

El turismo como venta de paisajes, consumo de “tiempo libre” y circulación humana mercantilizada también ha sido un factor esencial en la propagación del virus, que da cuenta del carácter global de la dominación.

III

El desarrollo capitalista y su “progreso técnico” asociado, ha impuesto una forma de habitar que le es inherente y se ha materializado a través de los procesos de mega-urbanización característicos del siglo XX, los cuales tienden a la concentración en aumento de una alta densidad de población en metrópolis y megalópolis, siguiendo un patrón de trayectoria que imita espacialmente la lógica de concentración del capital y que responde a su necesidad de disponibilidad de fuerza de trabajo humana para crear valor. Aquello ha implicado una degradación general de las condiciones de la vida de lxs proletarixs que habitan en ellas, manifestándose concretamente en una variedad de fenómenos cotidianos de precariedad como la contaminación ambiental (que causa la muerte anual de 7.000.000 de personas en el mundo), el hacinamiento en el transporte, la salud mental con las altas tasas de depresión, ansiedad y stress, la alimentación industrializada empobrecida, la desconexión con el medio natural, la mecanización de los tiempos de vida girando en una rutina asalariada sin sentido y un largo etcétera. La precarización de la vida cotidiana bajo el capitalismo es proporcional al grado de urbanización alcanzado.

El capitalismo de Estado Chino ha llevado a cabo en las últimas décadas un proceso tecno-industrial y de urbanización sin paragón en la historia humana y no es paradójico que el primer virus de dimensiones realmente mundiales se haya expandido desde ese punto del eslabón de la economía capitalista. Wuhan es una metrópolis crucial para el enclave industrial en China, y China es la fábrica de un planeta enteramente mercantilizado.

El vociferado “distanciamiento social” para lxs proletarixs que habitan bajo estas condiciones en cualquier metrópolis o megalópolis del globo y que se ven obligados a movilizarse para seguir vendiendo su fuerza de trabajo a pesar del virus, sólo existe en la imaginación del pensamiento putrefacto y descompuesto de quienes pretenden gobernarnos.

Las condiciones de vida capitalista son las óptimas para contribuir a amplificar la propagación de un virus.

IV

El sistema capitalista mundial debido a las medidas tomadas por los Estados como el cierre de fronteras, del comercio, la cancelación de los vuelos aéreos o la aplicación de cuarentenas para contener la propagación del Coronavirus, se ha visto forzado a interrumpir su dinámica incesante de producción, circulación y consumo de mercancías, provocando una desaceleración e incluso en algunos sectores la paralización del proceso de valorización del capital a gran escala, así como la postergación de proyectos de acumulación (“inversión”) futuros. La prolongación de esta ralentización en la economía capitalista reposa en la incertidumbre mientras no se logré frenar la propagación del virus, y cuanto más se extienda mayores serán las consecuencias de su deterioro y recesión global económica. Además, se encuadra en un período prolongado de “crecimiento débil” y “baja inversión” de capital desde su última crisis congénita en 2008.

Organismos de la clase capitalista organizada como el FMI ya hablan de la crisis del “gran aislamiento” y proveen el peor panorama desde la “gran depresión” de 1929. Otros como la CEPAL, pronostican que las economías capitalistas de América Latina sufrirán la peor contracción de su historia debido al COVID-19, recibiendo un mayor impacto las economías especializadas en exportaciones de “bienes primarios” que son más vulnerables a la fluctuación de los precios, como es el caso de Chile, Argentina, Brasil y Perú. Se espera una caída del PIB en la región de un -5,3% promedio, si se toma en cuenta que en la crisis de 1914 fue de un -4,9% y en la Gran Depresión de -5%, para comprender la magnitud de la presente crisis capitalista desencadenada.

Por lo demás, este escenario acentúa la crisis estructural interna de valorización capitalista que se viene profundizando sin detenerse desde los años 70 a este tiempo y que es reflejo del propio desenvolvimiento contradictorio del capital, que contrapone el desarrollo de sus fuerzas productivas a las relaciones sociales de producción. La introducción continuamente acelerada de mayor tecnología en los procesos de producción industrial-capitalista ha implicado un aumento de la productividad y ampliación de volumen de las mercancías, y con ello una drástica caída del “tiempo de trabajo socialmente necesario” en la producción de cada mercancía particular. Pero a su vez, como en cada mercancía particular se incorpora una menor proporción de trabajo vivo explotado a causa de estas transformaciones tecnológicas (y dado que el trabajo-humano-abstracto es la sustancia de la creación de valor), se va generando una disminución de la masa total de valor producido a ser repartido entre los capitalistas individuales, intensificando así estos sus luchas competitivas. Se conoce como la tenencia decreciente de la tasa de ganancia, en vista a la dificultad en las posibilidades de generar valor a medida que se desarrollan con mayor tecnología las fuerzas productivas capitalistas. En la actualidad esta contradicción interna es explosionada por el protagonismo que va teniendo la robótica y la automatización en los procesos productivos. Es así como las relaciones capitalistas internamente arrastran su propia decadencia, pudriéndose desde adentro.

En vista a la crisis de valorización (o la “desvalorización de valor”), el modo de producción capitalista que ya no es capaz de sostener sus procesos de acumulación en base a “valor real”, ha tenido que recurrir al protagonismo esencial de producción de capital ficticio para alimentar su propia dinámica de auto-expansión, aumentando con ello la deuda general que moviliza al sistema. El capital ficticio, que funciona en base a la especulación, o dicho de otro modo, a la capitalización en el presente de una hipotética expectativa de producción de valor en el futuro, se ha convertido en el motor de la actividad económica de inversión de capitales para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esta dinámica generadora de “burbujas” especulativas por las cuales se crea valor en forma de capital ficticio, en un punto tienen que reventar puesto que son insostenibles en el tiempo: ocurre cuando se desploma la cadena de expectativas de ganancia, haciéndose visible que no pueden llegar a materializarse. El capital ficticio se ha convertido en un mecanismo vital de “autocorrección” y resolución temporal para retrasar las crisis periódicas de los procesos de acumulación de capital real, aplazando su colapso implosivo pero estrechando sus maniobras de salvación de los años 70 al presente.

Si combinamos la situación actual de la economía capitalista a causa del Coronavirus con la crisis sistémica que ya ha desencadenado y su tendencia interior contradictoria, la configuración no puede ser sino desastrosa al mediano y largo plazo. Si se desata una crisis capitalista como la que se vaticina, el efecto dominó del desplome de capital ficticio será de gran hondura, reventando sucesivos eslabones de la cadena de valor global.

La relación social capitalista es una contradicción en proceso que cuando se ve en la imposibilidad de realizar su motivo elemental de creación infinita de capital entra en un movimiento entrópico y de desintegración, ya que articula su actividad por la ganancia y no la satisfacción de necesidades humanas que son sólo su efecto secundario, cargando consigo los momentos de crisis de manera inseparable a su dinámica. Los escenarios catastróficos que conllevan las crisis para la humanidad proletarizada en adelante serán una y otra vez más frecuentes y se desplegarán a una mayor velocidad de avance.

La contradicción interna del sistema global de producción de mercancías tiene un punto crítico que no es capaz de reformarse desde adentro, con una “atenuación de las desigualdades sociales de distribución de la riqueza” o el establecimiento de un “Estado de Compromiso” garante de derechos sociales, pues no se trata de una cuestión cuantitativa, sino de una matriz cualitativa que lo lleva a su descomposición periódica e histórica irremediablemente.

Y a pesar de que la economía capitalista engendra sus propias contradicciones, el ritmo auto-destructivo de su movimiento no va a colapsar por sí sólo terminalmente, ya que lo cierto es que sí tiene posibilidades de reinventarse. Percatarse y constatar la catástrofe interna autodestructiva que es el capital en movimiento, no indica que la acción de la humanidad proletarizada no tenga ninguna incidencia, porque el capital es ante todo una relación social, no un objeto; entonces sólo la acción organizada del proletariado con una perspectiva revolucionaria puede ser decisiva para romper “por fuera” con la economía capitalista, subvirtiendo y superando las relaciones sociales mediadas por la mercancía y el dinero.

V

Analizar el devenir de la economía capitalista no es un ejercicio de fetichismo economicista, sino dado que nuestras vidas están ahora más constreñidas que nunca a los vaivenes de la tiranía de las relaciones mercantiles, es una herramienta necesaria para comprender las razones de la pauperización de nuestras condiciones de vida a la cual nos empujan.

La administración estatal/capitalista de la crisis “sanitaria” del Coronavirus nos ha demostrado hasta el cansancio que los intereses de ganancia se imponen por sobre la protección de la vida de lxs proletarixs en la resolución de ésta, porque como ha planteado Piñera “si todos nos quedamos en nuestras casas, si Chile está funcionando a media máquina, va a ser imposible recuperar la economía”. Ha quedado al desnudo la evidencia de cuan a la deriva estamos de los dictámenes de la economía, de cuan frágil es la satisfacción de nuestras necesidades a través del trabajo asalariado y el dinero, que cuando la maquinaria social de creación de valor se ve forzada a bajar su marcha o detenerse (en este caso por el Coronavirus) se suspende cualquier estabilidad material prevista, cayendo nuestras vidas de golpe desde el castillo de naipes del consumo de mercancías al plano más terrenal de nuestras existencia, preguntándonos ¿cómo alimentarnos?, ¿cómo pagar la vivienda donde dormimos?, suspendiéndose toda certeza, entendiendo directamente por la experiencia lo que significa ser proletarix, porque la dictadura económica no puede detenerse sin colapsar, porque sin dinero simplemente perecemos, quedando expuesta nuestra dependencia.

Y el mismo procedimiento de administración de la catástrofe podemos esperar respecto a la crisis económica en marcha. La clase capitalista que administra el Estado es la real mano invisible del mercado cuando este entra en una crisis aguda para colocar la balanza en favor del capital, como lo expresa la orquestada “Ley de Protección al Empleo” (un eufemismo incoherente) en la cual se permite incluso a grandes empresas acogerse a ella y “suspender” por 3 meses los contratos, permitiéndosele a lxs trabajadores acceder al seguro de cesantía. ¿Pero cómo sobrevive el 29,6% (INE, 2020) de la fuerza de trabajo que tiene un empleo informal y no pude ampararse ni siquiera en esa miserable ley?

Se anuncia (CEPAL en su informe de mayo) el advenimiento de un empeoramiento y precarización general de las condiciones de vida capitalista en toda Latinoamérica para este año 2020, aumentando con ello el desempleo, la pobreza, la “extrema pobreza” y la “desigualdad social”. El desempleo se estima hasta el momento, llegará por lo bajo a los 37,7 millones de desocupados, 11,6 millones más que el año anterior, ubicándose en torno al 11,5%, lo que implica un aumento del 3,4% respecto a 2019 (en Chile se estima por lo pronto que habrá más de 1.000.000 de desempleadxs). En cuanto a la pobreza, se espera en la región un incremento adicional de 28,7 millones de personas, pasando del 30,3% al 34,7%, alcanzando a un total de 214,7 millones de personas, que es el 34,7% de la población latinoamericana (para Chile se espera que podría subir en el peor de los casos desde un 9,8% de 2019 hasta un 13,7% este año). La “pobreza extrema” en América Latina pasará de 11,0% a 13,5% que significa un aumento en 16.000.000 de personas. Queda claro que los efectos económicos de la crisis “sanitaria” se extenderán más allá de ésta, es decir, que la precarización de nuestras vidas se prolongará más allá de esta coyuntura particular del virus.

De este modo, la crisis capitalista llevará a engrosando las filas de “población sobrante” para el capital, que es el excedente de fuerza de trabajo que por requerimiento de los procesos productivos de acumulación en este nuevo escenario (donde se reduce la “inversión” y la “oferta de trabajo”), los capitalistas individuales no quieren ni necesitan comprar. Es la masa de proletarixs que se ven excluidxs de poder asegurar su supervivencia en la sociedad de clases con una relación salarial, lo que revela la contradicción fundamental e irreconciliable entre capital y trabajo. Esta coyuntura provocada por el Coronavirus además acelera la tendencia al protagonismo de la automatización en la producción, que también es un mecanismo que desplaza fuerza-de-trabajo-humana, reemplazándola por capital fijo (maquinarias).

Y es que lxs humanxs proletarizadxs cuentan sólo para el capital si es que son susceptibles de ser integrados al engranaje de algún proceso de valorización mercantil, si no serán pura población superflua, un “excedente” humano echado a su suerte. El paroxismo de aquello ocurre con lxs adultxs mayores, que al entrar en su edad “no productiva” son tratadxs por la sociedad como un simple desperdicio, una basura o un estorbo que “genera cargas” ya sea a las familias o el Estado. Vagando muchos de estxs adultxs mayores proletarixs entre la soledad, el olvido y la miseria.

VI

La medida de “estado de excepción de catástrofe” decretada por 90 días en este territorio dominado por el Estado chileno, a causa del Coronavirus, tiene la característica particular de haber frenado de golpe la continuidad de una revuelta, mostrando abiertamente su funcionalidad reaccionaria. El confinamiento forzado con un toque de queda en vigencia y la presencia de los milicos en las calles, le dio al Estado/Capital un respiro respecto al estallido de la conflictividad social y el antagonismo de clases desde octubre.

La revuelta y luego esta crisis del Coronavirus revelan que la clase capitalista no ha dudado ni un segundo en mutar su aparataje de poder desde un Estado policial democrático a uno expresamente militarizado para ser capaz de administrar y maniobrar la conjunción de estos dos escenarios; por lo cual no se pueden evaluar las acciones del Estado como si estas dos “crisis” ocurrieran por separado, puesto que se entrecruzan. La reacción estatal al Coronavirus está en relación inmediata con el contexto de revuelta, que de hecho se esperaba que volviera a intensificarse en el mes de marzo. El establecimiento del “estado de emergencia” desde el día 1 de la revuelta va en la misma dirección que los 90 días de “estado de catástrofe” previstos de antemano antes de cualquier desenlace de la crisis “sanitaria”, lo cual parece “exagerado” en comparación con el mismo tipo de medidas tomadas por otros estados que si decretaron por ejemplo “cuarentena total”.

Ante la explosión de escenarios catastróficos cada vez más agudos que remecen la normalidad capitalista, el Estado se ha visto obligado a reestructurar sus formas de dominación y disciplinamiento, procediendo así a tornar obsoleto el Estado de derecho burgués y erigir un “estado de excepción” mucho más “eficiente” para administrar sus crisis estructurales presentes. El “estado de excepción” parece perfilarse en la práctica como el modus predilecto utilizado por la clase capitalista para enfrentar cualquier escenario catastrófico de aquí en adelante, ya sea de carácter social, sanitario, económico o ecológico, encontrando en una “amenaza superior” el argumento perfecto para su aplicación. Las formas políticas de dominación democrática y dictatorial hoy se difuminan superponiéndose una sobre la otra, dando como resultado esta “excepción” que tiende a normalizarse, prolongarse y si le es preciso volverse permanente. El “estado de excepción” es la culminación de una formalización en la esfera de la política-separada (ya sin caretas democráticas) del despotismo de la dictadura económica mercantil que ya de facto gobierna la totalidad de los aspectos de nuestras vidas para sostener su dominación. La clase capitalista para administrar sus crisis internas actuales tiene la necesidad de reestructurarse y desechar su propio dispositivo liberal-burgués de los “derechos individuales” inalienables, tal cual hizo en su momento al destronar a la aristocracia del control del Estado y construir sus proyectos republicanos a partir de la revolución francesa.

La clase capitalista nos habla de una “nueva normalidad”, de un “retorno seguro” que no es más que el nuevo devenir de la democracia capitalista, el “estado de excepción” militarizado, queriendo acostumbrarnos a su “corrida de cerco” autoritaria para que lo integremos de lleno a nuestra cotidianidad, a modo de naturalizarlo y no cuestionarlo. En el contexto de la revuelta en curso y del desencadenamiento de la crisis económica, el Estado/Capital va a jugar a prolongar lo más posible estas nuevas condiciones impuestas. Las fuerzas policiales y militares que reprimieron la revuelta de octubre, ahora se les presenta como los salvadores de la sociedad, exaltando su supuesta función de “ayuda humanitaria” que comunicacionalmente los desmarca de su función práctica esencial de ejercer la violencia de clase contra lxs proletarixs en revuelta. El Estado capitalista propaga un miedo generalizado llamando al confinamiento y aislamiento social, hablando un lenguaje de guerra contra un nuevo enemigo interno, pero ahora invisible, más eficaz que la figura del “terrorista”, intentando generar cohesión en base a una humanidad abstracta y amorfa para perpetuar la sociedad de clases, para someternos con docilidad a sus directrices y órdenes. Esto funciona con un “virus”, pero también exaltando la figura abstracta de la naturaleza o la economía, como entes que es sus crisis particulares amenazan la vida humana como especie, desconectando las relaciones de esas crisis internas con las dinámicas de la sociedad de clases.

La vigencia extendida de un estado de excepción permanente, militarizado, sería el momento histórico ideal para que la clase capitalista mundial pudiera emprender la aceleración de un complejo proceso de reestructuración y concretar una nueva revolución científico-tecnológica, queriendo salir así de sus actuales crisis internas de carácter múltiple, que son las mismas que dan parto al nuevo “estado militarizado de excepción” como un modo extremo de administrarlas, ya que se hacen incontrolables. Las grandes reestructuraciones capitalistas han necesitado altas dosis de violencia estatal para imponer nuevas condiciones de dominación (como acá ocurrió desde 1973) y lograr renovar los procesos de acumulación de valor, pero actualmente dada sus tendencias internas, estos saltos hacia adelante del capital son cada vez más inviables a posteriori.

La propagación del miedo, o más bien el pánico en masa y los “estados de excepción” indefinidos son un contexto propicio que facilita la proliferación de nuevos dispositivos de control social en que su implementación pasa inadvertida, ni motiva ninguna controversia o protesta social. La misma incertidumbre existencial ocasionada por la descomposición catastrófica de las relaciones capitalistas de dominación en los planos individuales, sociales y con la biosfera terrestre, es un terreno fértil para que lxs proletarixs caigan presxs de la condición psicológica basada en el miedo que el poder estatal/capitalista difunde a gran escala, metódicamente, disminuyendo su potencia vital revolucionaria para romper con esta realidad alienante. Es sólo bajo esta condición psicológica que lxs proletarixs humilladxs diariamente por la máquina capitalista pueden interpretar los dispositivos de control social como un aumento de su propia “seguridad”.

En medio del contexto de la revuelta y el Coronavirus, el estado policial de vigilancia se ha perfeccionado por medio de una tecnologización extraordinaria, y por otro la violencia estatal en forma de disciplinamiento social directo que supone el despliegue militar y policial del estado de excepción muestra toda su fuerza represora.

El Estado chileno este 2020 implementará la mayor arremetida de control social tecnologizado con el “Sistema de Teleprotección Nacional” que instalará 1.000 nuevos puntos con cámara de video-vigilancia, el cual incluye dentro de estas a 130 con capacidad de reconocimiento facial y detección de “objetos peligrosos” y el seguimiento del desplazamiento de estos o a las personas en tiempo real. No obstante, Joaquín Lavín, el Chicago Boy, el visionario de la “seguridad ciudadana” desde los primeros años de democracia en los 90 y pionero en la actualidad de nuevos dispositivos de control social como el uso de globos con cámaras y drones de vigilancia, está llevando a la práctica en la comuna de Las Condes desde diciembre de 2019 en modo de plan piloto, un proyecto que efectuará la instalación de cerca de 700 cámaras de reconocimiento facial que busca llegar a consolidar la detección de rostros con información fotográfica entregada desde el propio Registro Civil, y que el contexto de revuelta sinceró sus usos a través de sus propias palabras cuando afirmó que «la idea era detectar cuando llegaba algún delincuente habitual a Las Condes. Después, con el estallido social, nos dimos cuenta que su uso no se limitaba a eso», puesto que sirvieron para identificar a 5 personas en saqueos, dejándonos claro por lo demás, que sobre todo ahora la capucha es un arma mínima de autodefensa ante esta embestida del Estado.

Comienza una integración de nuevo cuño entre el espectáculo difuso e integrado señalado por Debord en términos de control social, entre la gestión democrática y burocrática del capital, que va al paso del proceso de normalización de los “estados de excepción” indefinidos. La “eficacia” del modelo de control social del capitalismo de Estado chino que se adaptó para dar respuestas en medio de la crisis “sanitaria” del COVID-19 (con aplicaciones que geolocalizan a infectadxs), y que este 2020 quiere llegar a contar con una red de 626.000.000 de cámaras de video-vigilancia de reconocimiento facial para implementar su totalitario “sistema de crédito social”, parece estar en circunstancias proclives a su extensión global, en medio de salidas extremas y sin discusiones ni replicas para administrar la catástrofe social capitalista y contener las revueltas proletarias que se avecinan. En su extensión, los BigDatas de las empresas Google, Facebook, Apple, entre otras, cumplirían un papel crucial para la vigilancia totalitaria. El Estado/Capital reaccionará más tiránicamente en este aspecto cuanto más profundas sean sus crisis y las revueltas.

VII

El 2019 estallaron un conjunto de revueltas generalizadas y extendidas en el tiempo en diversos territorios del capitalismo global como Francia, Irán, Irak, Líbano, Argelia, Hong–Kong (aunque por motivos un tanto diferentes), Ecuador o Chile, en donde el proletariado —con y sin perspectiva revolucionaria— ha salido a las calles para ejercer una crítica-práctica negadora y un rechazo general a la mercantilización cada vez más a fondo de nuestras vidas, lo cual podemos interpretar como signos sistémicos de crisis y antagonismos de clase en un punto crítico. En todos estos territorios los efectos del Coronavirus, que le ha permitido a los estados ejercer un mayor control social, les caen del cielo a la clase capitalista para transformar esta coyuntura en una clara herramienta de ensayo general contrarrevolucionario.

Pero a la vez, el tratamiento estatal del COVID-19 ha dejado al descubierto las contradicciones inherentes de las relaciones sociales capitalistas, pues no puede más que reproducirlas naturalmente en la administración de esta pandemia. Entre el “sistema público” de salud y el “sistema privado” hay un torniquete infranqueable para lxs proletarixs que se mueren esperando años por cirugías que nunca llegan y no tienen otra opción (15.000 personas en 2018), simplemente por la frivolidad y absurdo del funcionamiento de la sociedad de clases. En el contexto del coronavirus numerosos trabajadores de la “salud pública” han denunciado la falta de insumos médicos básicos en los hospitales, proletarixs han denunciado negligencia en el trato de los centros hospitalarios que denotan las marcadas diferencias de clase; si es que los contagios aumentaran velozmente de manera sostenida por algunas semanas los hospitales públicos se agolparían de pobres y simplemente colapsarían, dejando a cada humanx-mercancía a la suerte de su dinero, y eso está por verse según cómo evolucione el contagio, que no ha llegado a su cima todavía. El sistema de salud en Chile es una exposición nítida de la sociedad de clases, su fiel reproducción. Y eso no viene más que acentuar los motivos por los cuales la revuelta de octubre tuvo lugar.

Las revueltas no son acontecimientos aislados que se agotan en sí mismos, sino que forma parte de un proceso que se enmarca en el devenir histórico de la lucha de clases y su explosión abre trayectos con un abanico de posibilidades para lucha proletaria contra el mundo del Capital y el Estado, que dependerán de los aprendizajes y acciones que lxs proletarixs vayan definiendo en el enfrentamiento social presente y en su proyección hacia el futuro próximo. Por lo tanto, el repliegue momentáneo de la revuelta producto del Coronavirus se convierte en un arma de doble filo tanto para la lucha proletaria misma como para la represión estatal de ésta.

El apaciguamiento de la revuelta por el virus le ha dado al Estado tiempo para reorganizar la disposición táctica de sus fuerzas represivas y de “inteligencia” así como también le ha otorgado un contexto propicio (con un nuevo “estado de excepción”) para robustecer la represión con todo su arsenal disponible, es decir, integrando al “control del orden” a los milicos en las calles, cambiando enormemente a situación del conflicto y mostrando a la vez los límites de la revuelta en su capacidad de organización, autodefensa y enfrentamiento frente a un contexto adverso como el que atravesamos, pero no significa que el Estado/Capital haya logrado aplacarla. Primero porque el descontento y malestar que fue el espíritu de la revuelta de octubre no ha desaparecido y no ha dejado de expresarse; es más, el tratamiento estatal del Coronavirus como delación práctica del antagonismo de clase que sustenta desde su base a esta sociedad de la mercancía, es favorable a provocar al igual que el desenlace de la revuelta, la adquisición de una creciente auto-conciencia de clase por parte de lxs proletarixs que los hechos mismos avivan. La grieta que se abrió en octubre desde lo existencial a lo colectivo fue muy profunda para que desaparezca producto de este confinamiento y aislamiento social obligatorio. Sin embargo, la revuelta ahora debe autocriticarse y plantearse el desafío de que el pánico y miedo difundido no logre disolver los vínculos auto-organizativos que se habían venido construyendo en la marcha, más allá del contenido de “ilusión democrática” que las instancias auto-organizativas surgidas desde octubre posean.

Esto porque la “guerra social” no puede reducirse en última instancia a términos militares, como si se tratara de un enfrentamiento entre dos bandos armados equivalentes, aunque la violencia proletaria sea una cuestión estratégica y táctica importante en el desenlace de ésta, ya que el sustrato de la revuelta (y de los procesos insurreccionales que posibilitan una revolución), de su generalización en el espacio, depende de la capacidad colectiva de organización para disponer de sus fuerzas que entraña. Tiene que ver con el alcance social de la revuelta y por ello es primordial no perder la auto-organización forjada. Lo anterior se ha expresado por ejemplo cuando en diferentes localidades las comunidades han cortado directamente el paso de vehículos que iban de vacaciones al litoral en días festivos, para evitar el contagio, o en las iniciativas proletarias de solidaridad relacionadas al autocuidado o provisión de alimentos. También debería expresarse en el rearme, mantenimiento y fortalecimiento de las redes asociativas auto-organizadas de las asambleas territoriales.

Si enlazamos el descontento y malestar general que no ha cesado de manifestarse, junto a la intensificación represiva del Estado luego del virus y la inminente crisis económica capitalista que no hace sino precarizar aún más las condiciones de vida proletaria, se concluye que los factores para que explote nuevamente la revuelta con sus contradicciones doblemente expuestas, se respiran en el aire y están al alcance de la mano. La intensificación paulatina de la protesta social y revuelta será correspondiente al paso del pick del contagio del virus.

En el marco de la conmemoración del 1° de mayo, la policía reprimió fuertemente las limitadas manifestaciones (debido al virus), deteniendo a las personas por el sólo hecho de reunirse en la “vía pública”, incluso a varios periodistas bajo la excusa que superaban una congregación de 50 personas, al mismo tiempo en que se reabren Malls, los templos del consumo, o Mañalich llama a retornar a clases. El absurdo del discurso de la clase capitalista y la conexión entre Coronavirus, represión y revuelta no pueden pasar desapercibida para el proletariado.

VIII

En los últimos 30 años de la lucha de clases, hemos presenciado el colapso del proyecto de emancipación socialista del movimiento obrero, inaugurado en 1917 y que mostraba su fracaso terminal con el colapso de la Unión Soviética en 1991, que acabó por consolidar un capitalismo de Estado totalitario del cual China es hoy su máximo exponente, pasando luego por un período plasmado en una “paz social” de gestión democrática del capital “globalizando” estas relaciones sociales, hasta este punto de la coyuntura presente del Coronavirus donde se hace evidente que empiezan a vivirse realmente las contradicciones internas (de clase, ecológicas, “económicas” de desvalorización) del desarrollo capitalista.

El fenómeno del Coronavirus y las diferentes revueltas del 2019, pueden significar la apertura histórica real de una nueva posibilidad de ruptura respecto a la forma de vida capitalista y al desenvolvimiento de la lucha de clases a nivel global, porque si global es el capital y su destrucción, mundial puede ser la revolución de la humanidad proletarizada. El actual escenario de catástrofe será el parto de una aceleración de los ritmos de los procesos históricos de cambio del siglo XXI, en torno al desenlace de la lucha de clases, donde la humanidad proletarizada se verá enfrentada a dos opciones: o la resignación y/o derrota ante la generalización de un control estatal totalitario con la argumento de gestionar las situaciones de “catástrofes” del capitalismo, o la construcción real de comunidades de lucha proletarias para establecer nuevas formas de vida y relaciones sociales como con la biosfera escindidas de la economía capitalista y su barbarie mercantil.

El desafío de la lucha proletaria en este siglo que nos adentramos pasa por tareas específicas complementarias: el saber conjugar al mismo tiempo la lucha colectiva insurreccional y revolucionaria —proletaria por quienes la realizan, anti-proletaria por su contenido— con la construcción de nuevas formas de vivir, de comunidades humanas que transciendan conscientemente la forma social del valor con sus relaciones mercantiles causantes del antagonismo de clase, junto a todas las formas de dominación industrial hacia el entorno natural, patriarcal entre los géneros o “racista” entre etnias culturales.

La necesidad de una manera diferente de habitar en el mundo, requiere de “medidas comunistas” concretas para suministrar los medios de subsistencia por parte de las comunidades humanas que emerjan en ruptura histórica con el capitalismo y sus relaciones sociales. Es la puesta en común de los medios de vida como proceso histórico revolucionario, para satisfacer de manera colectiva las necesidades humanas. Esto implica romper con la propiedad privada y todas las categorías del capital (dinero, trabajo asalariado, producción de mercancías) y el Estado (como jerarquización social). Tenemos que imaginarnos en el presente, como una propuesta programática de auto-abolición proletaria, el cómo modificar radicalmente nuestras maneras de alimentarnos, de proporcionarnos abrigo, de movernos, de relacionarnos simbióticamente con el entorno natural, de convivir afectivamente, de crear, como experimentamos la vida social e individual en sus diferentes ámbitos, la totalidad de la existencia. Habrá que decidir colectivamente qué elementos utilizar de la maquinaria de producción social actual susceptible de subvertir su uso y qué desechar por completo de ésta, por sus efectos nocivos irreconciliables. El modo de producción industrial y todo aquello que envuelve debe ser cuestionado de raíz.

Estas son tareas concretas referentes a las formas de vida comunistas que no pueden aplazarse para “después de la revolución”, necesitamos pensarlas e imaginarlas colectivamente desde hoy, incluso ponerlas en prácticas experimentalmente con todas sus limitaciones obvias sin perder de vista la lucha de clases y su articulación con ésta. La comunización de los medios de vida debe ocurrir desde el principio del proceso revolucionario, pues la lucha de auto-abolición proletaria de todas las clases sociales por venir, no puede repetir el fracaso de los procesos de “transición socialista” que eternizaron la continuación de la dominación estatal y mercantil durante las revoluciones obreras del siglo XX.

Es necesario que la auto-organización que vimos desarrollarse en la revuelta proletaria de octubre, el surgimiento de órganos autónomos de organización como las asambleas territoriales (u otros por crear), que se extendieron por todos los rincones de la región chilena, se multipliquen como potencia de la capacidad proletaria para afrontar de manera comunitaria los escenarios de catástrofe del modo de vida capitalista presente y futuro. Así, como saber desplegar medidas de autocuidado y de solidaridad proletaria autónomas al Estado/Capital.

Cuando la razón de Estado ahora se transforma en razón de salvaguardia de una “humanidad” abstracta, luego de eso no hay otra salida que no se una revolución proletaria. O en el siglo XXI se concreta una revolución comunista o se sella la barbarie de la civilización capitalista que significará la extinción humana.

IX

La crisis sanitaria del COVID-19 incluso produjo el aplazamiento del pacto de la clase capitalista para contener la radicalización de la revuelta: el plebiscito por una nueva Constitución, la farsa constituyente para reestablecer la normalidad capitalista.

Pero una nueva constitución no puede entregar ninguna opción válida para salir como humanidad proletarizada del escenario de colapso de la civilización industrial-capitalista, ya que es imposible reformarla y sólo prolongaría su agonía en el tiempo. De todos modos, se hace necesario incitar la discusión de esta resolución del conflicto propuesta desde el Estado, en los órganos de auto-organización surgidos desde octubre que en general apoyan el “Apruebo”. Debemos entender el momento en que se encuentra la lucha de clases y que quizás al proletariado deba entender por la práctica la inviabilidad de cualquier pretensión de reformar el capitalismo y sus catástrofes.

Porque el Estado es la organización política-separada por excelencia de la dominación mercantil, el comunismo será anti-estatal y anárquico, o no será.

La pandemia del coronavirus ha contribuido a acentuar la crisis de la sociedad capitalista de nuestros tiempos. Las revueltas sociales brotaban por diferentes partes del globo durante el año pasado, mostrando características nuevas respectos a procesos anteriores de conmoción social. Particularmente, destacaba la duración de estas, como en el caso del movimiento de los ‘chalecos amarillos’ en Francia, que se extendía por más de un año, o el mismo movimiento generado luego del “estallido” en Chile, donde la intensidad del conflicto no decaía con el pasar de los meses y se revestía de elementos revolucionarios.
La magnitud y profundidad de la crisis actual parece estar cerrando todo un ciclo del capitalismo, y las posibilidades que se abren son diversas. Las luchas actuales sin duda marcarán el curso de la historia. De ahí la importancia de comprender coherentemente el presente. El siguiente texto, aparecido en el tercer número de la publicación YA NO HAY VUELTA ATRÁS (otoño 2020), es una clara contribución en ese sentido, buscando alentar la autoclarificación y el debate en la propia clase.