Diarios de cuarentena / 31 de marzo al 4 de abril [2&3DORM]

Piñera sentado en Plaza Dignidad . El control sobre el centro de la ciudad ha sido recuperado plenamente por el Estado en el contexto de pandemia, y los enemigos declarados de la revuelta comenzada en octubre se pasean triunfantes en el lugar desde el cual cientos de miles de proletarxs procuraron durante meses su derrota.

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Los viejos creyentes no quieren permitirle a nadie que elija la vida que desea llevar, quieren que vosotros trabajéis para ellos y estéis contentos con la fe que os inculcan los doctores

Luther Blisset, Q

La crisis es total. El desenvolvimiento de la pandemia no deja dudas sobre el desmoronamiento uno a uno de los pilares que sostenían el viejo edificio de la separación. En el naufragio, las coacciones que imponía la civilización mercantil son puestas en cuestión por la propia realidad que de pronto aparece desprendiéndose de sus cualidades intercambiables, las apariencias de lo vivo. Se abre una brecha donde caben otros mundos posibles. Solo la apropiación de estas condiciones podrá acabar con la guerra social del capital. Es en la vida cotidiana, y no en el plano económico o político, donde, en última instancia se juegan nuestras posibilidades contra la decadencia civilizatoria. Lo humano no proviene de la máquina, sino del corazón.

 

31 de marzo/ La cura no puede ser peor que la enfermedad

 

Cuando Jacques Camatte habla del retorno de lo reprimido[1], el carácter psicoanalítico de su observación lo hace coincidir plenamente con Fritz Perls cuando afirma: “Nuestro fin es reestablecer —por medio de la concentración— las funciones del Ego, diluir la rigidez del “cuerpo” y el Ego petrificado, el «carácter». Este desarrollo debe moverse al principio en la dirección de una regresión. Queremos detener el progreso de una neurosis y de la osificación caracterológica y, al mismo tiempo, regresar a los niveles biológicos de nuestra existencia. Cuando más lejos estamos de nuestro ser biológico durante las horas de trabajo, más urgentes resultan las vacaciones. Todos necesitamos —al menos ocasionalmente— un respiro de la tensión que la profesión y la sociedad nos imponen, una regresión hacia nuestro ser natural. Todas las noches volvemos a ese estado animal y en los fines de semana volvemos a la «naturaleza»”[2].

Con todo lo difuso que resulta el concepto de naturaleza para el individuo civilizado, es evidente para la mayoría que en nuestra época la naturaleza pasó de ser una entidad en simbiosis con el humano (Ñuke Mapu en lengua mapdungundún), a un bien público[3], para terminar rápidamente transformándose en una escasa y cotizada mercancía. El metro cuadrado de bosque nativo cada día que pasa tiene un precio más “competitivo”, así como los “estándares mínimos de habitabilidad” para los asentamientos urbanos son cada vez más precarios[4]:

La escasez de espacio tiene un carácter socioeconómico bien definido; no se observa ni manifiesta sino en áreas concretas: en la proximidad de los centros. Los centros se mantienen en las centralidades históricamente constituidas, las ciudades antiguas, o se establecen fuera de ellas, en las ciudades nuevas.[5]

Aunque Henri Lefebvre hizo este comentario casi medio siglo atrás refiriendo a un proceso que ya estaba en curso hace tiempo, hoy resulta más evidente que nunca. La respuesta orquestada contra la pandemia ha vuelto excesivamente escaso el espacio en los centros de todo el mundo. Todo está ocupado por el Estado, por sus fuerzas armadas, su burocracia, etc. Esta ocupación tiene un carácter doble: en su cruzada sanitaria los gobiernos deben llevar acabo sus actos mercenarios, sin dejar de verbalizarlos como una santa salvación. El confinamiento que implica esta estrategia de ocupación ya está empezando a cobrar víctimas alrededor de todo el mundo. Al mismo tiempo, la manera en la que se desarrolla esta situación nos hace temer, con toda propiedad, la posibilidad de que los salvoconductos para salir de casa se transformen en la norma. And apes-ma, your cage isn’t getting any bigger, apes-ma[6].

Aún así, hay quienes no se encuentran bajo ley marcial. Todavía existe el campo, el lugar donde el espacio es más abundante, sin importar la falta de artefactos modernos que pretenden “mejorarlo”. La naturaleza se ha vuelto rápidamente una lugar de escape, una dimensión añorada por estar libre de la plaga. Son las ciudades —nuevamente— las que están más enfermas porque el hacinamiento es el mejor amigo del virus, o incluso su origen. En este contexto las “incomodidades” y “carencias” del campo ya no parecen tan hostiles.

Para el habitante de la ciudad el “afuera” ha aparecido históricamente no solo como un recurso a explotar, sino directamente como una amenaza. Es el temor a lo desconocido que resulta de la alienación respecto de lo natural —también en el sentido de Perls, la alienación respecto de la propia existencia biológica.

Pero nuestros antiguos nunca vislumbraron internet. Tanto el espacio virtual como el urbanismo, cambiaron definitivamente los límites entre el “adentro” y el “afuera”[7].

La situación de “estar por fuera” de la pandemia que viven algunxs, sin duda privilegiadxs en muchos sentidos, es cuando menos relativa. Hay, por ejemplo, quien está a salvo porque se encuentra lejos del entramado logístico urbano pero sufre de una crisis de ansiedad a la espera de que “llegue el virus”; y hay también quien estando en medio de las bestias urbanas más grandes y más afectadas aún no tiene idea que el sistema económico mundial se cae a pedazos por el virus, a pesar de que pueda contagiarse y morir. De esto se trata la marginalidad. Los espacios que no son “valorados” por el capital simplemente no forman parte de su flujo e influjo de datos, existen solo como residuos que se esconden bajo alfombra[8].

¿Angustia ante qué? Ante las figuras rotas de ese mundo hecho trizas, ante ese espacio desarticulado, ante esa «realidad» despiadada que se confunde con su propia abstracción, con su propio análisis. ¿Y qué es lo que reemplaza a lo subjetivo, qué es lo que toma el lugar de la expresividad? La violencia que se desencadena en el mundo moderno y asola todo cuanto existe.[9]

Suenan como grandes palabras, pero el escenario actual en el que transcurre la comedia humana pareciera hacerle justicia. Es de esperar que para cuando la pandemia llegue a los campamentos del tercer mundo —de refugiados más o menos permanentes, más o menos ilegales— el reloj de las megamuertes empezará a dar vueltas más rápido. No hay duda de que el contador integrado que oportunamente gestionó un estudiante norteamericano de 17 años se ha transformado en la sección rítmica del mundo el último tiempo[10], pero para entonces puede que el problema “ya esté resuelto”, y que esas muertes se transformen en los simples pero sofisticados indicadores a los que los expertos acostumbran reducir el mundo incivilizado. El problema volverá a estar “por fuera”. Bussines as usual, como dicen los creadores de trabajo.

Cuando Lefebvre empezó trabajar su gran tema de la vida cotidiana —retomando un impulso pre-existente y contemporáneo pero también abriendo camino a otros, como los situacionistas, etc.— la II Guerra Mundial estaba recién terminando. Su libro Crítica de la vida cotidiana, publicado en 1947, retrataba entre otras cosas el violento modo en que cambió la vida de la sociedad moderna entre una guerra y otra. Desde luego, no se puede ver aquí una simple coincidencia entre su caso y la situación actual; en que una “guerra mundial” sirva de referencia para un cambio brusco en la vida cotidiana de la mayoría del planeta.

Como el progreso es un tren que no se detiene y va cada vez más rápido, la guerra se nos presenta ahora en una forma completamente inesperada. Es casi como si no pudiéramos asimilarla porque se da en una dimensión desconocida. Pero todo el mundo habla de una guerra, así que debe estar ocurriendo en algún lugar[11]. Cada vez más “mundiales”, estas guerras son a la vez causa y efecto de la agudización de la competencia entre bandos de empresarios que demandan más y más territorio para librar sus batallas: ¡todo el suelo tiene dueño!

Ha habido una oleada de contestación masiva alrededor del mundo frente a esta nada nueva pero siempre creciente precarización de la vida. Si en Chile el levantamiento de octubre anunciaba con fuerza que “no volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”, hay ahora también en el mundo entero una esperanzadora sensación de que el virus ha abierto camino a la ruptura con una normalidad que la humanidad acarrea hace siglos como Sísifo[12]. Un graffiti que se ha visto rayado en varios países, en distintos tonos e idiomas, anuncia que “el coronavirus es una llamada de atención y una oportunidad para construir una nueva y más amable sociedad”.

Pero Trump, sus socios y secuaces, no piensan lo mismo. La misión es hacer que la máquina vuelva a andar a su ritmo habitual lo antes posible, a como de lugar. Hace unos pocos días le aclaró al planeta desde su estación de comando virtual que: “No podemos permitir que la cura sea peor que el problema mismo. Cuando haya terminado este periodo de 15 días, tomaremos una decisión respecto de cómo movernos”.

¡Ay, ay de aquella gran ciudad de Babylonia, de aquella ciudad poderosa! ¡Ay, en un instante a llegado tu juicio! Y los negociantes de la tierra prorrumpirán en llantos sobre la misma, porque nadie comprará ya sus mercaderías.[13]

 

 

RB / 2&3Dorm

31 de Marzo

 

[1] Ver capítulo del 28 de marzo anterior de los Diarios de cuarentena, disponible aquí.

[2] Yo, Ego y agresión, Fritz Perls (1947).

[3] Para un interesante y reciente comentario de Raoul Vaneigem sobre el concepto de “bien público” consultar Todo empieza aquí y ahora (en especial la nota al pie), disponible aquí.

[4] Desde el punto de vista humanitario, o de los derechos humanos, el mínimo común denominador para las condiciones de vida está descrito en función de lo que se conoce como Humanitarian Charter. El Movimiento Internacional de Sociedades de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja sintetizó estos criterios técnicos en un documento disponible en inglés aquí.

[5] La producción del espacio, Henri Lefebvre (1974). Capitán Swing, 2013.

[6] En un artículo reciente, escrito desde el epicentro de la catástrofe sanitaria, la epidemióloga italiana Sara Gandini denunciaba el enclaustramiento afirmando que “El Covid-19 no es solo una emergencia sanitaria. Es un problema político. Por otro lado, no hay ningún problema científico que pueda decirse que es neutral. Si nos enfrentamos a una crisis económica de proporciones imprevisibles, si aceptamos que se están restringiendo las libertades fundamentales, no es a causa de un virus, sino de unos gobernantes malintencionados que han recortado la financiación del sistema sanitario y que ahora afirman haber encontrado la solución correcta en la imagen inmóvil de la vida social y económica.” Su artículo Covid-19: rendere politica la rabbia está disponible en italiano aquí.

[7] Lo que los geógrafos llaman “urbanización planetaria”, en su sentido profundo no dista mucho de lo que Guy Debord llamaba “espectáculo integrado”. Se han propuesto diversos conceptos para referir a distintos aspectos del proceso de apropiación de todo el espacio social y mental por parte del capital.

[8] Desde tirar los aguas residuales y fecales por la ventana del mundo medieval hasta la transformación de los residuos de la minería en montañas a la usanza de los relaves del mundo contemporáneo, parece que el mundo civilizado solo sabe hacerse cargo de su basura  sacándola de su vista. Mientras que las “externalidades” no pueden valorizarse no existen para el capital.

[9] La producción del espacio, Henri Lefebvre (1974). Capitán Swing, 2013.

[10] Su sitio web se ha transformado en el centro de gravedad de los datos de la pandemia, y recuerda cada vez más las lúgubres premoniciones que hizo Stanley Kubrik en su película Dr. Stranglove.

[11] Ver El coronavirus como declaración de guerra, de Santiago López Petit. Disponible aquí.

[12]  Ver Sin retorno a la normailidad: por una liberación poscoronavirus, de Max Neiven, disponible aquí.

[13] Apocalypsi 18:10-11

 

La incertidumbre

 

Lo primero que gestionó el Estado fue borrar todos los rastros de la revuelta de las calles de Santiago. Lo hicieron inmediatamente después de anunciar sus medidas ante la pandemia. La “belleza” y la “limpieza” de las ciudades son valores estructurales para la cultura moderna y, como tales, se defienden a punta de fusil por sus detentores. Esto es lo que promocionaban los ideólogos y publicistas de la infraestructura estatal ya en el siglo xix: “modernos sistemas de transporte y nada de pobreza a la vista”[1]. Ningún barrio del mundo se puede preciar de ser un emblema del urbanismo si tiene pobres ensuciando sus veredas. No a menos que encuentre la forma

[1] Este era parte del programa que el famoso City Beautiful Movement (Movimiento Ciudad Bella), anunciaba en la Feria Mundial de 1893 en Chicago. El evento celebraba los 400 años de la llegada de Colón al “nuevo mundo” con la construcción de un modelo a escala real de una ciudad (más de 200 edificios temporales) que según ellos concentraba los ideales del urbanismo moderno.

 

31 de marzo/ La incertidumbre

Lo primero que gestionó el Estado fue borrar todos los rastros de la revuelta de las calles de Santiago. Lo hicieron inmediatamente después de anunciar sus medidas ante la pandemia. La “belleza” y la “limpieza” de las ciudades son valores estructurales para la cultura moderna y, como tales, se defienden a punta de fusil por sus detentores. Esto es lo que promocionaban los ideólogos y publicistas de la infraestructura estatal ya en el siglo xix: “modernos sistemas de transporte y nada de pobreza a la vista”[1]. Ningún barrio del mundo se puede preciar de ser un emblema del urbanismo si tiene pobres ensuciando sus veredas. No a menos que encuentre la forma de tratarlos como decorado.

Es una visión simplista y mediocre de la memoria aquella que considera posible tapar con el codo la experiencia. De hecho, esa visión no sería nada si no fuera por el fusil. Ni la memoria ni la experiencia son unidimensionales. Esto lo estamos constatando intensamente hoy en las ciudades de Chile, donde se ha transitado en los últimos 6 meses de un “estado de emergencia” a un “estado de catástrofe”. Más allá de la diferencia entre conceptos, ambos eventos se han vivido como violentas alteraciones a la vida cotidiana. Es más, se han vivido derechamente como limitaciones y restricciones impuestas sobre la vida cotidiana vía la militarización. Aún viva en la memoria del cuerpo, la experiencia represiva/espacial del toque de queda de octubre se repite intensificada. Por eso no deja de sorprender que, aún latiendo por debajo de la pandemia estatal, haya cierta efervescencia.

La amenaza del virus parece haber encendido otra señal de alerta más, una que mantiene despierto al pueblo a pesar del encierro. Gracias a este despertar destituyente, el Estado se ha visto sobrepasado como nunca antes. En la austral localidad de Porvenir, por ejemplo, hasta la alcaldesa salió a levantar barricadas para detener la propagación de la peste. De una forma inesperada ciertos sectores del planeta están volviéndose autónomos, exigen serlo para conservar su salud y vitalidad. Pero incluso más: la pandemia aparece como una oportunidad para recuperar una vida que había sido arrancada a la fuerza. En ese sentido, esperanza ha dejado de ser un vocablo equivalente a ingenuidad: el mundo está pasando de la espera a la acción.

Este dato nos trae a la memoria otros asuntos estructurales: ¿qué hay con todo lo que estaba ocurriendo en el mundo hasta hace poco? Es como si de golpe la realidad se hubiera alineado y ajustado a una sola dimensión. De pronto, el Covid-19 es la única noticia en desarrollo y vuelan muchos más helicópteros sobre nuestras cabezas que de costumbre. No es solo el espacio en metros cuadrados el que se ocupa, sino en metros cúbicos, mentales, espirituales y también cibernéticos.

Es cierto que cada unx de nosotrxs está viviendo este momento de la historia como un ajuste de cuentas postergado ya demasiadas veces, ya sea con la historia universal o la personal. Pero el hecho total en que se ha convertido la pandemia es más una metáfora que una síntesis del problema humano[2].

Buena parte de lo que circula en internet —espacio al que ha sido reducida la vida social— como noticia o comentario crítico, es producto de conductas obsesivas y neuróticas. Algunas plataformas generan unas condiciones tan estrictas y limitadas para la comunicación que facilitan esto al tiempo que lo producen. Amplifican la ansiedad a tal punto que, tal como la basura industrial, logran tapar los discretos brotes de vida que germinan por debajo.

Hay mucho pasando en el mundo, en nuestro entorno inmediato, pero nuestros sentidos e instintos se afectan tanto como la memoria por el shock de la represión y el trauma del encierro. En la medida en que estamos todos conectados a la Matrix, la pandemia aparece como la totalidad del problema. Pero esa Matrix es solo un fragmento de realidad que logra, por medio de viejos y perversos mecanismos, aparecer como el todo.

La “atención” padece cuando intenta asimilar la totalidad. El instante, la experiencia innombrable de la que está compuesta esa totalidad, escasea tanto como el espacio. A menos que el organismo luche, lo único que se experimenta son fragmentos organizados para nuestro consumo por fuerzas externas.

Entonces se apodera del espíritu una suerte de amnesia del corto plazo, sino una amnesia total. Las guerras de Medio Oriente, África, Centro América y Asia aún están ahí, la precarización de la vida aún esta ahí, la violencia patriarcal aún está ahí, el calentamiento global aún está ahí. Solo hace unos días atrás días un científico volvía nuestra atención sobre otro importante indicador de nuestro frágil estado existencial. Un iceberg gigantesco se derritió en el Ártico con dos repercusiones nunca antes registradas: su desaparición tomó un tiempo récord de 2 meses y su volumen liberado en el océano significó un aumento de 2 milímetros en el nivel del mar.

Sin duda son días excepcionalmente extraños. En el norte de Chile los enfrentamientos urbanos entre el pueblo y la policía se transformaron en batallas a campo traviesa sobre las montañas. En EEUU los “servicios mínimos” durante la cuarentena incluyen tiendas de armas, mientras en Ecuador el sistema de salud ya colapso. En el sur de Italia hay pueblos que amenazan con una rebelión ante la escasez. ¿O será un show de las mafias? Lo que está claro es que la elegante marca de ropa Armani ahora se ofreció para fabricar Equipos Personales de Protección (PPE en sus iniciales en inglés) y el fabricante de lujosos autos Ferrari para producir respiradores mecánicos —todo el mundo unido por la noble causa de salvar el trabajo asalariado. Hay músicos que hacen conciertos por webcam para personas encarceladas, y una amarga aceptación de la eutanasia como medida sanitaria va creciendo por el mundo. De pronto, tenemos que pasar todo el día encerrados con una serie de personas más o menos conocidas que día a día se vuelven más o menos desconocidas. O nos quedamos solo en compañía de esa altanera incertidumbre que ronda todo.

Aunque quizá la altanería esté en otra parte; la incertidumbre en realidad no sabe de nada. De ahí el vértigo. La incertidumbre es un virus para la mente.

 

RB / 2&3Dorm

2 de abril

 

[1] Este era parte del programa que el famoso City Beautiful Movement (Movimiento Ciudad Bella), anunciaba en la Feria Mundial de 1893 en Chicago. El evento celebraba los 400 años de la llegada de Colón al “nuevo mundo” con la construcción de un modelo a escala real de una ciudad (más de 200 edificios temporales) que según ellos concentraba los ideales del urbanismo moderno.

[2] Al respecto recomendamos consultar los últimos comentarios de Giorgio Agamben sobre la pandemia, disponibles en castellano aquí.

 

4 de abril/ ¿Un mundo sin dinero?

 

Dice Bob Black que “todos los trabajadores industriales y oficinistas son empleados y padecen formas de vigilancia que aseguran la sumisión”. En el mediometraje Arbeiter verlassen die Fabrik [Trabajadores saliendo de la fábrica], realizado para conmemorar los 100 años de la primera proyección pública de un film —que justamente mostraba a unos trabajadores saliendo de la fábrica Lumière—, el director alemán Harun Farocki se dedicó a comentar cinematográficamente esta tesis de Black.

Mientras pasan las imágenes con las que abre su película, Farocki observa un fenómeno que hoy se está viviendo de forma invertida. Los trabajadores que nos muestran los hermanos Lumière son un grupo social; la toma y la acción de la escena así lo demuestran. Pero, ¿a dónde van? ¿Van atrasados a una importante reunión? Las imágenes que acumula la historia del cine parecieran indicar que escapan. La fábrica siempre ha sido escenario de “conflictos sociales”. Esa es una parte central del contenido asociado al ícono.

En lugares como India las fábricas a la antigua, esos condensadores sociales, obras maestras de la arquitectura, la ingeniería mecánica y humana[1], hoy son casi inexistentes. Quedará una que otra por ahí —modernas oficinas de multinacionales, ensambladoras de smartphones o co-workings— pero en la mayor parte de la gran industria India (textil, etc.) el lugar de trabajo no se distingue de la vivienda.

Quizá por esto el famoso lockdown no le parece tan descabellado al primer ministro Modi, que ya de entrada tiene poco interés por las brutales condiciones de hacinamiento en que vive el pueblo. La instrucción es clara: todo mundo en sus casas. Y le dio carta blanca a sus policías para que mantengan las calles “limpias”. Se han dado el gusto hasta de hacer bromas disfrazándose de Covid-19 para controlar el tránsito o de apalear a quien encuentren rompiendo la cuarentena. Aunque la casta de mafiosos al poder de un momento a otro se volvieran santos, jamás podrían resolver por sí solos el problema que enfrentan.

No solo es absolutamente imposible para el gobierno contener la propagación del virus en un país de 1400 millones de personas, mucho menos dar abasto con su sistema de salud, sino que incluso estando encerrados en sus hogares/fábrica, los indios son incapaces de sostenerse económicamente porque nadie está comprando lo que producen para subsistir.

Esto está ocurriendo en todo el mundo producto de los despidos masivos. Las empresas despiden porque no tienen ventas, pero al despedir a la gente, reducen al mismo tiempo el volumen de demanda. El dinero está dejando de circular como antes, y se está volviendo de una forma incontrolablemente rápida escaso e inútil. Esto obviamente tiene a los fieles de la economía desesperados. Su ansiedad y escándalos neuróticos, en todo caso, en nada pueden compararse con la realidad de miles de millones que están quedándose sin comer por vivir en este mundo que depende esclavizadamente del dinero. Una mujer de la ciudad de Mumbay, sostenedora de un hogar de cinco y que vive al día, le gritaba a un periodista: “¡El coronavirus nos matará de tos o de hambre!”

En Chile se quizo hacer creer que el levantamiento de octubre fue culpable de la crisis económica actual, cuando en realidad fue todo lo contrario. La idea de que la pandemia está desatando una crisis global al paralizar la producción y circulación de dinero es igualmente falsa: el virus solo reventó la burbuja financiera sobre la que los capitales internacionales estaban sentados desde la caída y “reactivación” del 2008. La crisis económica, como lo anunciaron antes del virus países como Chile, Francia, Haití, Irak, Jordania, etc., ya estaba ahí. Pero también estaba ahí en los 70s. Y hace 100 años. Las fluctuaciones descontroladas son la carne del sistema del dinero[2]. Su constante e inevitable deterioro también. Pero ahora su principio fundamental, “economía o vida”, llegó golpeando hasta las puertas del patrón. De este jaque no es fácil salir.

Así lo demuestran las últimas declaraciones del G20 tras su telereunión[3], y también las declaraciones del grupo Alsea en Chile, que controla Starbucks y Burger King, entre otros. Estos últimos anunciaron que, haciendo uso de “todas las armas que les otorga la democracia”, dejarían de pagar el sueldo de 90% de sus trabajadores. “Trabajadores cuya hora de trabajo vale menos que un espresso”. Toda la absurda situación laboral descrita por los sindicalistas del holding en este nuevo montaje empresarial sería excelente material para un chiste del dibujante argentino Quino[4].

El cuadro, mientras más de lejos se le mire, permite empezar a hacer todo tipo de cálculos, pasando del humor a la tragedia. El autoritarismo cibernético Chino está a la vuelta de la esquina, la gran reconstrucción que vendrá les dará una excusa perfecta para exportar su sistema e insumos, el espectacular despliegue de las olimpiadas el 2008 fue un anuncio público de esta estrategia de dominación, el plan es el totalitarismo global, etc. Las teorías de conspiración pueden ser o no reales, pero lo que indiscutiblemente se manifiesta como parte integral de esta experiencia es un sentimiento paranoide generalizado que en nuestra cultura se siente como en casa. Especular se vuelve, nuevamente, más importante que estar presente.

Pero es cierto que la incertidumbre apremia y se moviliza rápido. En este contexto, en un mundo que exige a las personas someterse a toda costa a sus intercambios monetarios (la ciudad), el trabajo asalariado es la necesidad vital. Después de algunos días de claustro, ir al trabajo se transforma en un privilegio porque es una oportunidad para escapar del encierro. La proletarización se completa[5]. El mundo es, en esta escena, un gran campo de concentración. En ese sentido, nada muy distinto del mundo observado por Farocki.

Entre todo lo novedoso que surge a nuestro alrededor, sea positivo o negativo, hay un espíritu que ronda subterránea pero activamente y en contraste total con la paranoia. Hay quien está tomándose el virus como un sano reto. Como una forma de superación, una invitación a ir más allá. Esto se manifiesta de muchas formas. Lo hemos visto alrededor nuestro desde el primer día. No son solo las barricadas espontáneas como las de Puerto Chacabuco, en el sur de Chile, esta semana. No es solo la creatividad pública en cualquiera de sus manifestaciones. Hay quien ve el virus directamente como un llamado a recuperar su sistema inmunológico, a estar física y mentalmente preparadxs para enfrentar no solo la amenaza biológica del virus sino también, como decía Genesis P-Orridge, la “amenaza psíquica”[6].

Atrapados en un entorno autoritariamente tóxico, donde nuestros cuerpos están expuestos a todo tipo de virus biológicos, mecánicos y digitales que nos someten a formas cada vez más brutales de miseria, hay quien piensa que la sobrevivencia impuesta desde arriba puede transformarse en vivencia autoimpulsada, y esa vivencia a su vez en liberación. Ciertas técnicas así lo demostrarían.

 

RB / 2&3Dorm

4 de abril

 

[1] Sobre la fábrica como obra maestra se puede consultar otro documento del cine aleman, Der VW-Komplex, del director Harmut Bitomsky. Disponible aquí.

[2] “En otras épocas, el tiempo era más lento y más predecible; hoy en día, en los mercados especulativos, el tiempo se mide en nanosegundos, que sólo las computadoras poderosas pueden medir. Por eso nuestro especulador tratará de ganar dinero con las cotizaciones fugaces de los valores que posee, reuniendo información sobre las empresas con título u otros especuladores más o menos (mal) informados. El ritmo de compra y venta de valores es muy elevado y las operaciones se realizan como resultado de pequeñas variaciones en los precios de los valores; por ejemplo, al ser positivos producen ganancias de valor y se mantienen si se esperan nuevas subidas; o se venden inmediatamente si se esperan reducciones de precios.” Para un breve pero incisivo análisis sobre cómo el sistema financiero se comporta en estos tiempos de crisis global consultar la última entrada de Grazia Tanta,  Como o sistema financeiro se vem apossando da Humanidade [Cómo el sistema financiero se ha apoderado de la humanidad], disponible en portugués aquí.

[3] Algunos de los puntos más importantes de esta reunión están resumidos en una declaración del gobierno británico, disponible en inglés aquí.

[4] Ver noticia aquí.

[5] Acá lo que describió Marx en torno a la primera forma de alienación que engendra el capitalismo: «cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador”.

[6] Las tesis de lx recientemente difuntx Genesis al respecto pueden ser encontradas en su obra maestra literaria THEE PSYCHICK BIBLE: Thee Apocryphal Scriptures Ov Genesis Breyer P-Orridge and Thee Third Mind Ov Thee Temple Ov Psychick Youth, lamentablemente aún sin traducción al castellano. Así como su música que vivirá para siempre, esperamos también que su palabra se difunda en todos los idiomas.