Al igual que hicimos algunas entradas atrás, compartimos aquí el segundo artículo del la segunda entrega del boletin Ya no hay vuelta atrás, aparecido en febrero de este año, cuando la pandemia del Covid-19 todavía se veía lejana y no anticipábamos los alcances de la catástrofe que se cernía sobre el mundo y que ha reconfigurado el orden capitalista y nuestras vidas a nivel global, de una manera sin precedentes en la civilización moderna. Fue precisamente por no haber podido dimensionar la enormidad de los cambios que se avecinaban que el texto en cuestión no consideró la pandemia en su análisis. Sin embargo, son reflexiones aun vigentes para el papel que jugó la violencia disruptiva del proletariado y su componente juvenil en la revuelta que comenzó en octubre, y en las situaciones que esta disrupción violenta posibilitó, y qué, esporádicamente, como estos últimos días, vuelve a emeger con fuerza en esta región.
El proletario juvenil se niega a ser domesticado
A partir del estallido de la revuelta que sacudió este territorio el 18 de octubre del año pasado, y que aún continúa remeciéndolo esporádicamente hasta el día de hoy, se ha vuelto innegable que lo que desató la parálisis de gran parte de la infraestructura de la normalidad capitalista fue el despliegue de una violencia masiva e inusitada; violencia que ha desplegado nuestra clase en su conjunto. No obstante, si bien ha sido nuestra clase la que desbordó las calles, se enfrentó a la policía y desbarató los mecanismos que permitían el funcionamiento ininterrumpido de nuestra servidumbre cotidiana, es incuestionable el papel clave que ha tenido el proletariado juvenil tanto en el desarrollo de la revuelta como en el preámbulo de ésta.
La ideología dominante nos dice que la rebeldía es una reacción propia de la juventud contra el orden de lxs adultxs, etapa a la que le seguiría la pasividad y resignación de la supuesta madurez propia de la adultez, de manera que es popularmente conocida la supuesta relación entre juventud y rebeldía. Sin embargo, la verdad es que, de una manera que escapa a la comprensión burguesa del mundo y de la sociedad, esta vieja premisa es particularmente cierta para la juventud de nuestra época.
Y es que, para dinamizar su existencia a través del tiempo y perpetuar su reproducción, el Capital ha acabado con varias de las antiguas condiciones materiales que posibilitaban a los explotadxs de 15 o 30 años atrás formarse como fuerza de trabajo e integrarse con cierto éxito en el mercado laboral y, en base a ello, solventar materialmente su existencia. En otras palabras, hoy el Capital es incapaz de proveer a su fuerza de trabajo más joven de las mismas condiciones que aseguraron a generaciones anteriores un mínimo de estabilidad en la cual asentarse[1]. Esto se traduce en trabajos cada vez más precarios e inestables para el proletariado en general, pero especialmente para lxs jóvenes; en millones de jóvenes profesionales incapaces de vender su fuerza de trabajo especializada y obligadxs a trabajar en cualquier cosa; en que la única manera en que lxs jóvenes pueden asegurarse un techo es cohabitando con otrxs en condiciones similares a las suyas, pues ni sus ingresos ni el costo del hábitat les permitiría vivir ni mínimamente parecido a como lo hacían sus padres a su edad. Con distintos matices y particularidades, las condiciones que antes servían de justificación para la existencia de la explotación capitalista, pues ésta proveía el confort y el sustento para quienes se integrarán en ella, se esfuman por todo el globo. Sumado a esto, el cada vez más evidente y progresivo deterioro de la biosfera -producto de la misma devastación capitalista-, no podría sino acrecentar entre lxs jóvenes la perspectiva de que no hay un futuro posible para ellxs.
Esta precarización progresiva de las condiciones vitales de lxs proletarixs más jóvenes se evidencia tanto más brutalmente en países como Chile. Si a la condición de precariedad que caracteriza a las familias proletarias de las generaciones anteriores de esta región le sumamos la precarización creciente a la que se ven enfrentadxs sus jóvenes, cualquier perspectiva de un porvenir en estas mismas condiciones se hace humo. Siendo así, a la farsa burguesa del porvenir y su ideología del esfuerzo y la recompensa al sacrificio, que querría hacer de la juventud el combustible con el que seguir dinamizando la decadente máquina capitalista, la juventud proletaria responde con un saludable e intransigente rechazo.
Para quienes ponemos atención a la dinámica la reproducción capitalista y la lucha de clases ligada a ésta, este rechazo en bloque a las condiciones existentes ya se entreveía en la multiplicidad de prácticas difusas que la juventud de esta región viene manifestando desde hace varios años. Pero, precisando en el tema que nos concierne aquí, fue en los liceos donde este rechazo intransigente prefiguró, mejor que en otros lugares, la ruptura que se avecinaba contra la normalidad y que barrería con la cotidianeidad tal como hasta entonces la conocíamos. Con anterioridad al estallido este rechazo se manifestaba desde hace tiempo en la violencia disruptiva y antipolicial en la que cientos de jóvenes se organizaban para salir a las calles, cortar el tránsito y enfrentar a la policía con demandas difusas o, más bien, sin ninguna demanda en particular salvo la propia subversión del orden existente.
Aun cuando el discurso de la burguesía apuntase a que no eran afectados directamente por el alza del transporte, fue la juventud de esos mismos liceos quien comenzó a organizarse para adoptar la única actitud lúcida frente a la profundización de la miseria y precarización a la que el Capital local nos somete a diario. Estxs jóvenes, dotados de la lucidez y el coraje que ya habían adquirido luchando, ya fuese organizándose para enfrentarse a la policía o en la acción espontánea que supone resistir todxs juntxs la entrada de lxs pacxs a sus liceos; reencontrados gracias a esta lucha con su sentido comunitario y la constatación de su propia potencia, sintiéndose capaces de todo, deciden organizarse para hacer concreto aquello que el sentido común mayoritario solo podía hacer en la imaginación: la evasión masiva del pago del pasaje del transporte público más complejo y securitizado de Santiago, y que millones de personas están obligadas a pagar a diario. Solo algunos días después, el reconocimiento de aquella misma potencia y sentido comunitario se irradiaría a toda la clase.
Aquella consciencia que los arraigados a las viejas tradiciones de izquierdas echaban tan en falta, de pronto se manifestó por todas partes con una irrupción violenta que trajo de vuelta a la escena a quien nunca se fue realmente, pues su existencia perdurará mientras exista la sociedad de clases, a la clase heredera de la explotación de todas las épocas: el proletariado y su juventud.
Esta consciencia demostró estar más presente que nunca en el estallido de la revuelta: de pronto, los actos de la juventud parecían evidenciar que ésta había entendido desde siempre que este orden de cosas no merece sino su desprecio; que la policía no está para protegernos, sino que nos protegemos entre todxs cuando actuamos contra ésta; que el transporte público no existe para facilitarnos la vida sino que forma parte del engranaje que nos sume en la inercia y la servidumbre; que no hay nada de honrado en pagar por las mercancías que nos ofrece el consumo permitido, sino que recuperamos parte de lo que nos roban cotidianamente cuando la saqueamos; que el progreso del que nos hablan no es para nosotrxs, sino que es el progreso del capital a costa nuestra; que la solidaridad, que hasta hace poco nos era desconocida en la práctica, nos permite la apropiación colectiva de un mundo que nos era ajeno, y nos evidencia ahora que cualquier cosa es posible cuando actuamos juntxs.
Así, la megamáquina que se nos presentó desde siempre como la garante de nuestra supervivencia y porvenir, permanentemente recreada por los anuncios de la televisión y el internet, pareció ser a los ojos de todxs aquella estafa a la que habíamos estado sometidxs de mala gana y con la que habríamos roto desde mucho antes si tan solo hubiésemos recibido el empujón que necesitábamos.
La acción espontánea, a veces tan vilipendiada, demostró que aquello que, al parecer, no comprendíamos conscientemente del todo estuvo siempre ahí, de manera latente, como una intuición, y que solo se necesitaba de las condiciones prácticas que propicia una revuelta de esta envergadura para sacarlas a flote. Pues que aquella consciencia no es meramente teórica ni se inserta desde afuera, sino que ha surge de la práctica misma de la lucha. Ningunx de nosotrxs habría previsto la magnitud de este rechazo de no haber presenciado la masividad de la lucha callejera, de los saqueos, de los símbolos del poder vandalizados, etc., ni habría constatado el potencial comunitario que vive en nosotrxs de no haber experimentado su surgir precisamente a partir de estas acciones, llevadas a cabo en su mayoría por la juventud proletaria[2]. Lo que vino después, como la necesidad de organización, la propaganda, las asambleas territoriales, etc., surgió luego de esta primera constatación.
Estas conclusiones no pretender sustituir en ningún caso a lo que la juventud proletaria pudiese decir por sí misma sobre sus acciones, ya que éstas han sido lo suficientemente elocuentes al explicitar en actos su contenido. Y es que las revoluciones y revueltas siempre son una clarificación en actos de los problemas y contradicciones previamente existentes de las sociedades contra las cuales emergen. Con respecto a las conclusiones que extraigan de esto el Capital y sus agentes, dejemos que los economistas lloren sus millones perdidos, los urbanistas por sus paisajes inhabitables destruidos, dejemos que los pensadores a sueldo busquen las razones aparentes de lo que les parece el absurdo de la revuelta, que los conservadores de todo tipo sufran por sus iglesias y templos que ahora sí iluminan; la burguesía y sus lacayos armados poco a poco están comprendiendo la principal razón que tienen para temernos: hemos tomado consciencia de que somos la fuerza que mueve esta sociedad y que, por tanto, somos su peligro mortal.
Por nuestra parte, creemos que papel de una publicación como ésta no es solo darle la razón a lxs rebeldes, sino que también contribuir a clarificar sus razones; dilucidar teóricamente la verdad ya contenida en su actividad práctica. Es en su particularidad práctica que la violencia cobra sentido, ya sea defendiendo una manifestación o evidenciando a través de actos el rechazo hacia la dominación social. Y es desde esta perspectiva, en su dimensión práctica, que la violencia debe sopesarse.
No hace falta hacer apología de la violencia para admitir que gran parte de esto, que de pronto pareció ser evidente, fue gracias a los destellos de la violencia juvenil y proletaria que parecieron iluminar aquello que desde hace mucho parecíamos intuir como parte del problema. Así, la resignación solo necesitó de una chispa para transformar ese desprecio pasivo en una ofensiva abierta contra la violencia que nos imponen y que, de ahora en adelante, les devolvemos a sus caras.
Notas:
[1] Esto se debe, en gran medida, a que las constantes revoluciones tecnológicas que desarrolla el capital, en su búsqueda incesante de apropiarse del trabajo humano y convertirlo en ganancia, ha terminado por crear un número cada vez mayor de seres humanos “excedentes”. Es decir, seres humanos que no son necesarios para el capital y que, de hecho, le estorban.
[2] Al respecto recomendamos la lectura del texto “La rebelión estudiantil y la revolución social que se avecina”, escrita por lxs compañerxs del boletín “Comunidad de Lucha” algunos meses antes de la revuelta (Disponible en Internet: https://comunidaddelucha.noblogs.org/post/2019/06/19/sobre-la-rebelion-estudiantil-y-la-revolucion-social-que-se-avecina/).