Chile, un país que ayer parecía dormido. Una alargada franja de tierra, que muchos vaticinaban (¡Sic!) nunca iría a despertar, o bien que ocurriría –si así fuera, decían- en unos 40 años, o un par de generaciones futuras. Chile, un pueblo que ha cerrado numerosas bocas, sorprendidas, emocionadas por el despertar a la lucha por su dignidad. ¡Y con cuánta fuerza lo ha hecho!
Esa fuerza es la que tiene el pueblo, junto a su primera línea, en todas las calles de cada ciudad, y es en la contienda donde paraliza y mantiene a raya a la fuerza del régimen, a carabineros y la policía de investigaciones.
En las calles es donde el pueblo ha estado encontrándose todos los días, en ollas comunes, tecitos rebeldes y comunitarios. Allí comparten la conversación necesaria y el análisis pertinente del día a día, de las miles de anécdotas y experiencias. Y es donde se organiza la contienda y las acciones, el incipiente poder popular, en asambleas, reuniones y mítines.
En la lucha diaria es donde se van formando dirigentes combativos/as, conscientes, comprometidos/as. No son doctos ni eruditos personeros/as de las altas academias de las ciencias sociales. Son gente sencilla, muchachos/as humildes, trabajadores/as, padres e hijos esforzados. Son gente que aprende la única fórmula viable hoy: es la lucha de todo un pueblo, que lucha por cambiarlo todo.