¿Convención constituyente o asambleas territoriales autónomas?

Nota de Vamos hacia la vida: hemos recibido y compartimos otro interesante texto anónimo sobre la relevancia de la autoorganización y autonomía de nuestra clase para profundizar la ruptura que comenzó aquel 18 de octubre. Solo a través de la organización horizontal y autónoma en asambleas territoriales, en centros productivos y educativos, por fuera y en contra del Estado y las organizaciones que pretendan cooptar nuestra lucha hacia el politicismo y la gobernabilidad, es que las personas  reestablecen sus lazos comuntarios, se hermanan en la lucha y constatan en la práctica que todo es posible si actuamos juntxs. El siguiente texto es un esfuerzo en profundizar y problematizar en esto.

¿Convención constituyente o asambleas territoriales autónomas?

I

La rebelión del 18/10 fue espontánea, popular, masiva y anárquica. La “válvula de descompresión” que se intenta instalar desde arriba es jerárquica, elitista, institucional y “democrática”.

En efecto, pareciera que esta insurrección a nivel nacional casi no tiene precedentes históricos. Tal vez dos estallidos con los que notoriamente tiene más en común serían los de abril de 1957 en Valparaíso, Concepción y Santiago, y el movimiento de las ocupaciones en junio/mayo de 1968 en Francia.

En el primer movimiento, el proletariado de esas tres ciudades se alzó espontáneamente con un leve desfase temporal (30 de marzo en Valpo, 1 de abril en Conce y 2 de abril en Stgo.) a raíz del alza de precios del transporte, gatillando una insurrección intensa y breve que para ser derrotada obligó a retirar la policía de las calles y sacar al Ejército. Varias decenas de muertos, y el Gobierno echó atrás el alza[1].

En el segundo, la fuerte represión al movimiento estudiantil generó una huelga general espontánea, boicoteada por los partidos burgueses (sobre todo por el Partido “Comunista” Francés) y sus sindicatos. Tras un mes de una verdadera explosión popular de creatividad y combates callejeros con la policía, el movimiento empieza a decaer cuando se reorganiza el partido del orden incluyendo manifestaciones masivas por la paz social, y finalmente llegando a acuerdos de reformas económicas entre la patronal, los sindicatos, y el gobierno. Uno o dos muertos en todo el proceso (las vidas valen menos mientras más te adentras en el Tercer mundo), y el estallido del 68 adquiere una dimensión global (EE.UU., Córdoba, México, Japón, Checoslovaquia y un largo etc.)[2].

Pero ninguna revuelta es igual a otra -aunque en todas ellas se produce una suspensión de la temporalidad y la normalidad instalada por el orden social- y la del 18/10 parece haber sido un acontecimiento único. A pesar de que el “estallido” era predecible desde hace mucho tiempo (como afirman ahora varios generales después de la batalla) era imposible calcular cuándo y cómo se iba a producir, y menos aún que a 1 mes y medio de esta irrupción, este asalto horizontal y multiforme contra la normalidad capitalista, íbamos a seguir en las calles a pesar de todo.

En todo caso, si miramos a otros procesos actuales como las protestas en Hong-Kong y Francia, pareciera que en esta nueva oleada global de rebeliones contra el sistema de dominación las insurrecciones ya no tienen por horizonte una “conquista del poder” (tal como se entendía desde las revoluciones burguesas: mediante la captura del poder estatal), sino que son verdaderas “insurrecciones permanentes”, que a la vez que desafían al poder, tratan de constituir una comunidad humana que prefigura otras formas de vida.

II

Lo que sí es una maniobra predecible y casi “de manual” es la respuesta orquestada desde arriba. A 3 semanas de la “declaración de Guerra” hecha por el Presidente billonario con las desastrosas consecuencias de todos conocidas, pudimos ver reunida en un Palacio a toda la “clase política” –curioso concepto pues en rigor son todas expresiones de la política de una sola clase, la burguesa, a pesar de que en tanto políticos profesionales tiendan a constituir una especie de casta aparte-, que se unificó bastante apuradita soportando una fuerte presión entre la rebelión popular por un lado y las exigencias de la Economía y la mafia estatal-militar por el otro, para poder proclamar de madrugada la firma del “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”. Todos juntos en el esfuerzo de relegitimar al Estado, al capitalismo, al “modelo chileno”, y sin pronunciar ninguna palabra sobre el esclarecimiento y castigo a las prácticas masivas y  sistemáticas de violación de derechos humanos por parte de Carabineros, al mando del infame Director General Mario Rozas, y de las que son responsables también Piñera, Chadwick, Iturriaga y Espina. Obviamente, cuando se está negociando con criminales de lesa humanidad se les reconoce como interlocutores válidos y su responsabilidad política y criminal queda en la penumbra. En esto el cacareado Acuerdo muestra el sello propio de la clase dominante chilena, tomando como modelo las negociaciones inter-burguesas de fines de los 80 que pavimentaron el camino a la “transición”.

III

Algunos analistas oficiales hablan abiertamente de que el objetivo de los acuerdos negociados y anunciados el 15 de noviembre es la “Pacificación” del conflicto, al que juzgan desde ya como relativamente exitoso. El Ministro Blumel apunta a que cada día hay menos manifestaciones y detenidos. Pero el proletariado juvenil no abandona la calle, ha aprendido a luchar masivamente contra los esbirros del GOPE/FFEE (el “Comando Jungla” en la ciudad), ha atacado y derribado los peores símbolos monumentales de la dominación dentro del territorio reconquistado todos los días por “la horda”, y además de adrenalina y espíritu de lucha tiene clara consciencia de que lo que se logró fue gracias a la acción directa de masas, y no a negociaciones, acuerdos, votos ni urnas.

La editorial de “El Mercurio” del 21 de noviembre también evalúa un éxito relativo en la labor de contención política “constitucional” como efecto de dicho acuerdo, y opina que las discrepancias observadas “aparecen en general encauzadas en el ámbito de la política y dentro de un marco institucional”.  Pero se queja amargamente de la “normalización” de la violencia: “Diariamente se conocen nuevos saqueos a locales comerciales y hasta centros médicos. Manifestaciones de estudiantes siguen alterando el funcionamiento del metro, e incluso ayer se habrían detectado nuevas evasiones masivas. En fin, peligrosamente, empiezan a sucederse las agresiones en masa a funcionarios policiales”.

El órgano de direccionamiento de la política burguesa que es la Editorial de “El Mercurio” concluye llamando la atención sobre los “legitimadores” de la violencia popular. Y ya se están viendo intentos de dirigir querellas desde el Ministerio del Interior por Ley de Seguridad del Estado en contra de quienes agitaron a favor del derrocamiento del gobierno.

IV

¿Podrá la farsa “constituyente” que se anuncia y que tanto entusiasmo causa a todos los fetichistas jurídicos y socialdemócratas de buen corazón contener y encausar las energías de la rebelión popular? ¿Podrán domar a la acracia para convertirla en democracia?

Creemos que no será tan fácil, pero dependerá de cómo nos organicemos a partir de ahora desde el contrapoder generado espontáneamente en las calles, y los objetivos que nos fijemos como clase/especie, desde afuera y en contra de todas las parcelas de “poder separado”.

En todo caso, lo que tenemos claro es que las asambleas territoriales son órganos creados a partir del 18 de octubre por las comunidades en lucha. Nuestro lugar es ahí, donde tendremos que por una parte discutir abiertamente con quienes abrazan más o menos conscientemente posiciones institucionalistas y socialdemócratas, que se expresan hasta ahora en un sentir mayoritario a favor de un “proceso constituyente”.

Pero no se trata sólo de eso: el mayor potencial de las asambleas territoriales, en la medida que mantengan su autonomía, actuando desde fuera y en contra del Estado, tiene que ver con cuestiones y tareas de orden práctico (auto-defensa, alimentación, comunicaciones, cuidado de niñxs y adultos mayores) que habría que empujar hacia sus límites para poder plantear a partir de ellas los objetivos comunizadores.

Las asambleas son el espacio desde el cual pueden surgir nuevas formas de relación social, que superen y manden al basurero de la historia a las relaciones sociales capitalistas. Se hace necesario coordinarlas a todas.

V

Este acuerdo hace evidente la tendencia de la sociedad actual al “politicismo”[3]: lo que aparece siempre en la superficie, la punta del iceberg de la sociedad, es el sistema de dominación en su faz de “instituciones” políticas y democracia representativa. Marx dijo claramente que “las revoluciones no se hacen con leyes”, pero la ciudadanía izquierdista/democrática sueña con cambiar el país a través de un gran “Pacto Social”. Plasmando sus “sueños” en la gran Tabla de la Ley, creen que la base económica y social del sistema va a cambiar como siguiendo a la varita mágica del “poder constituyente”.

Una prueba evidente de esto es que la clase dominante apuesta a desactivar la tensión con medidas policiales y “constituyentes”, pero queda claramente en la nebulosa todo lo relativo a la “agenda social” con la que se decía que se iban a resolver las graves injusticias y abusos contra los que la gente se rebeló en masa hace un mes.

Empero, algunos analistas oficiales tienen claro que la reinstalación de la Paz Social depende de ambas agendas: “En el horizonte inmediato asoman dos desafíos. El más urgente es la capacidad de la clase política de poder construir un acuerdo en torno a pensiones, sueldo mínimo y endeudamiento, por citar algunas de las demandas más sentidas por los manifestantes. Si no hay respuesta rápida a esto, el movimiento se puede reactivar. El otro desafío es cómo garantizar la más amplia participación de cara al plebiscito de entrada”. 

VI

“Espontaneidad” no es lo contrario a organización consciente. Según Marx, “el partido proletario nace espontáneamente del suelo histórico de la sociedad moderna”. Obviamente que este partido histórico nada tiene que ver con el Partido-institución que la social-democracia tradicional y luego la radicalizada o leninista han legado a la historia, en una concepción que ha llegado ser dominante en la que se contraponen “espontaneidad” y “consciencia”. El movimiento proletario revolucionario es, en efecto, “espontáneo”, pero no sólo en el sentido de que cuando se manifiesta (Rusia 1917 o España 1936) es una revolución sin jefes, que no espera órdenes de arriba, sino que además en el sentido de que “estos movimientos del proletariado están totalmente determinados por la situación que esta clase ocupa en el conjunto de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad moderna, y por una coyuntura particular que, durante un período dado, le proporciona la ocasión de intervenir en la escena[4].

La consciencia no se opone a esta espontaneidad -al contrario de lo que creyeron desde la II Internacional Kautsky, y desde la III su discípulo Lenin, con la tesis de que es necesario introducir al proletariado una “consciencia externa”-, sino que “el proletariado adquiere, porque lo necesita, la consciencia de sí mismo, es decir, la representación clara de su situación, de sus relaciones con las otras clases y de su papel” y “por su situación en las relaciones de producción capitalista, la clase obrera es la única clase portadora, en tanto que clase, de la consciencia socialista”[5].

La rebelión chilena fue iniciada por el proletariado juvenil, pero al prender la mecha y extenderse inmediatamente a todo el país, fue asumida por el conjunto del pueblo. Donde aún no se ha logrado expresar de manera contundente es en los centros productivos, en los lugares de trabajo, salvo algunas excepciones, con movimientos e iniciativas  “gremiales” en general controladas por los sindicatos. No es necesario ser “obreristas” para darse cuenta de que esto ha sido una limitación vital del movimiento hasta ahora.

Lo que está claro es que en un mes de lucha el nivel de consciencia se ha incrementado notablemente, como siempre se ha dicho que tiende a pasar en estos procesos, y desde la crítica al modelo -“el llamado “neoliberalismo”- se pasa a la crítica del sistema (capitalista),  a su modo de vida y a las nocividades sistemáticas que éste genera.

En efecto, lo que brota por las calles desde el 18 de octubre es nada menos que la vida, en sus diversas expresiones. No sólo no es casual que no existan “jefes”, sino que es de profunda importancia que el mayor ícono del movimiento sea un animal no humano: el legendario perro que por años siempre nos acompañó en las calles y que es conocido como el “Negro Matapacos”.

La revolución social da una posibilidad a la humanidad para reconciliarse consigo misma, con los otros animales y con la naturaleza.

VII

A un mes del inicio de la rebelión hay algunas cosas que están quedando claras. Se ha desnudado el carácter terrorista del Estado, y se ha demostrado que el único poder de nuestra clase está en las calles, mediante protestas masivas y una “primera línea” de cientos de jóvenes que ponen el pecho frente a la represión y que han aprendido a defenderse y atacar individual y colectivamente, garantizando así que miles puedan seguir en la calle pese a las brutales embestidas de la policía.

Lo que se extraña es mayor presencia de propaganda y reivindicaciones dirigidas a exigir la libertad de la gran cantidad de compas que han sido encerradxs en las cárceles mediante prisiones preventivas, y que han sufrido un ensañamiento evidente por parte de la Fiscalía y los Tribunales.

Es necesario exigir en lo inmediato su liberación incondicional, sin importar el tipo de delito imputado. Y como contrapartida, sin caer en otorgar ninguna confianza al Estado, debemos exigir esclarecimiento y castigo de todas las violaciones de derechos humanos cometidas por militares y policías, y en base a su carácter generalizado y sistemático, ascender en la exigencia de responsabilidad a los niveles más altos del gobierno y el Estado.

VIII

Muchxs compas anticapitalistas (pero no necesariamente antiautoritarixs) ven con buenos ojos el espacio “constituyente”. Señalan, por ejemplo, que “pese a que la Asamblea no será la que ponga fin al modo de producción capitalista en Chile, sí es la instancia que, por una parte, si se logra revertir el acuerdo pactado por el partido del orden, abrirá
el camino para poner fin al período político e iniciar uno nuevo con la clase trabajadora como protagonista avanzando mucho más rápido de lo que hizo en las últimas décadas; y por otra, podría permitir conquistar y consagrar una serie de demandas que han nacido en los últimos años de movilizaciones sociales. Estas conquistas deben materializarse, puesto que de esta manera se prueba que la lucha da, que solo con organización se avanza”.

No estamos de acuerdo: ha quedado demostrado una vez más que el camino para poner fin a la dominación capitalista/estatal/patriarcal no es la integración de las reivindicaciones populares a la esfera política especializada, sino que la acción directa de masas en las calles y plazas del país. ¿Por qué habría que ir a “probar” esto mediante la aprobación de leyes y constituciones que son ´precisamente el lenguaje del Estado que estamos intentando suprimir y destituir? Y si la idea es “integrar a la clase trabajadora” (entendida en el sentido más obrerista y tradicional), ¿por qué es el espacio “constituyente” y no la lucha frontal y directa lo que podría convocarlos?

Nosotrxs no nos restaremos de las asambleas territoriales por el hecho de que en ellas se expresa la demanda de Asamblea Constituyente. Pero tenemos claro que ese no es nuestro terreno.

Lo que haremos será proponer en esos espacios la abolición del orden social existente mediante demandas destituyentes, partiendo por la exigencia de disolución de Carabineros de Chile, y en especial de su “Comando Jungla” (GOPE y FFEE), abolición del SENAME, libertad a todxs lxs presxs de la revuelta, etc.

A partir de eso, nuestro programa de aboliciones (del Estado, del dinero, de la policía) debería empezar a plasmarse con toda claridad y coherencia.

 

Notas:

[1] Sobre el “2 de abril del 57” existe un muy bien documentado libro del historiador Pedro Milos en LOM, y un breve reportaje en “Comunismo Difuso” N° 2-3.

[2] Sobre el 68 en Francia, ver el libro Situacionistas y enragés en el movimiento de las ocupaciones, de René Viénet, disponible online en el Archivo Situacionista Hispano. Sobre el nuevo escenario global abierto ese año, ver “El comienzo de una época” en “Internacional Situacionista” N° 12, septiembre de 1969.

[3] Sobre las dos desviaciones clásicas y simétricas de la concepción socialdemócrata de la transición al socialismo, gestionismo y politicismo, ver el libro La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo, del Grupo Comunista Internacionalista, en especial “El politicismo contra la revolución” (P. 27 y ss.). Allí se afirma que: “Para los politicistas, la economía es realmente asunto aparte, y por ello, a pesar de ser tan ‘revolucionarios’ en la política no sólo son tan reformistas (contrarrevolucionarios) en lo socioeconómico (ningún ataque al capital, sino la búsqueda de su centralización jurídico-estatal), sino que terminan sin excepción haciendo entrar por la ventana lo que decían expulsar por la puerta: el gestionismo”.

[4] Denis Authier, Prefacio a León Trotsky (2002) Informe de la delegación siberiana. Trotsky contra Lenin. Madrid: Ediciones Espartaco Internacional. P. 13.

[5] Ibíd., P. 14.