Reflexiones a propósito de la carnicería capitalista en curso (Rusia-Ucrania)

 

“Lo absurdo de una lucha antifascista que escogiera la guerra como medio de acción aparece así claramente. No solo significaría combatir una opresión salvaje aplastando los pueblos bajo el peso de una masacre todavía más salvaje, sino también extender bajo una fórmula distinta el régimen que se pretendía suprimir. Es ingenuo pensar que un aparato de Estado que se ha vuelto poderoso por medio de una guerra victoriosa dulcificaría la opresión que ejerce sobre su propio pueblo el aparato de Estado enemigo, todavía sería más ingenuo pensar que dejaría que surgiera una revolución proletaria entre el pueblo, aprovechando la derrota sin ahogarla en el mismo momento en la sangre (…) principalmente en caso de guerra hay que escoger entre dificultar el funcionamiento de la máquina militar de la que uno mismo es un engranaje, o bien colaborar con esta máquina a segar ciegamente vidas humanas”.

Simone Weil, Reflexiones sobre la guerra, 1933.

 

La actual etapa del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas −que no son más que sus fuerzas destructivas −, trae consigo acontecimientos que se suceden uno tras otro, como una espiral siempre creciente de su crisis generalizada, en donde convergen la crisis del trabajo –que se manifiesta en la expulsión de seres humanos del proceso productivo mismo–, devastaciones ambientales –de las que la pandemia del Covid-19 y el cambio climático son consecuencias directas–, grandes flujos migratorios, entre otras catástrofes que se han vuelto cotidianas. La guerra y el militarismo son inseparables de esta irracional dinámica propia del capitalismo: hoy nos vemos enfrentados a la que se dice es la mayor movilización bélica desde la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de la Federación Rusa a Ucrania, bajo la excusa presunta, de enfrentar la “nazificación” y defender la zona separatista del Donbás.

Como si la catástrofe capitalista y las fuerzas de la contrarrevolución que ésta moviliza no fueran suficientes, vemos a grupos que se autodefinen como anticapitalistas defender abiertamente, o de manera solapada, el avance y bombardeo de las tropas rusas sobre las ciudades ucranianas. Un@s por una especie de rusofilia relativa a alguna nostalgia por la URSS, otr@s porque consideran a las fuerzas políticas y militares de occidente con las que se enfrenta Rusia como la encarnación del mal absoluto, y algun@s debido a que consideran que la ofensiva rusa sí tiene realmente como objetivo la defensa de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk, en Donbás y, que por lo tanto, constituye alguna forma de combate o de apoyo contra el “fascismo” de Ucrania. Así, sectores que van desde el leninismo-estalinismo hasta el anarquismo, no han tardado en encuadrarse a favor de una invasión militar por parte del Estado de una superpotencia mundial y su clase dominante, desechando el internacionalismo y cualquier perspectiva revolucionaria, relativizando las motivaciones y las consecuencias sangrientas de esta guerra imperialista. La experiencia histórica anticapitalista nos ilustra que las guerras imperialistas no son sino la forma en que el capital se reestructura a partir de una disputa bélica entre las distintas facciones de la burguesía internacional, en donde el proletariado es usado como carne de cañón, y la conciencia de que ningún Estado jamás movilizará sus tropas por motivos e intereses que no sean los de su clase dominante, se hacen agua ante la tentación de defender un proyecto de autonomía territorial −en forma de república, por cierto− ante la ofensiva “fascista” que el Estado ucraniano y las milicias irregulares neonazis mantienen contra la región del Donbás. El sinsentido de estas posiciones no resiste un análisis crítico mínimo, ni en su propia lógica −la motivación antifascista− una vez enfrentadas a la realidad, ni tampoco ante una práctica anticapitalista y revolucionaria coherente: el desarrollo y el resultado de la guerra lo confirmarán.

Desde su auge hasta la fecha, la civilización capitalista ha asentado su poderío, entre otras formas, a través de la guerra, que no es más que la continuación de la economía por otros medios. Es decir, una continuación de la perpetua competencia entre distintas facciones de la burguesía por apropiarse de la mayor parte posible de la masa de plusvalía social, la cual por cierto, se encuentra en constante declive, debido al límite de acumulación interno con el cual está chocando el capital. El conflicto bélico ha fomentado, en gran medida, el desarrollo y la innovación industrial, lo que a su vez, posibilitó el desarrollo de las fuerzas productivas aplicadas en el “progreso” técnico, científico e industrial de la máquina militar, con vista a la conquista de recursos naturales, materias primas, regiones, ventajas competitivas en relación a otros Estados y mercados que permitan continuar con la reproducción, cada vez más acrecentada del capital y del poder de la clase capitalista. Si el capital es, ante todo, una forma de organización social que pone a la humanidad y a todo lo que habita en la tierra a merced de una explotación desenfrenada con el único propósito de echar a andar la economía y perpetuar a la clase dominante cuyo poderío depende de ésta, se desprende entonces, que las guerras no tienen otro propósito que perpetuar esta forma específica de reproducción y su consecuente dominación social. Así, las facciones del capital enfrentadas en la obtención de esta base material para asegurar su posición, más o menos hegemónica en la dominación capitalista, deben asegurar este poderío en el plano militar.

En el caso de este conflicto esta dinámica es particularmente ilustrativa: la invasión sobre Ucrania es un movimiento estratégico del imperialismo ruso frente al avance del bloque occidental OTAN-EE.UU. En décadas recientes, el desarrollo tecnológico y científico de la industria armamentista ha hecho posible el desarrollo de armas hipersónicas que podrían, entre otras cosas, tener alcances de potencia atómica. Esto implica que aquel Estado que logre la supremacía en esta área del desarrollo tecnológico contaría con la garantía de su supremacía en el área militar, pues esto brinda la posibilidad de acabar con la infraestructura crítica de la potencia enemiga inmovilizando en poco tiempo su capacidad de respuesta, anulando el riesgo de una represalia de la misma magnitud, superando así el esquema militar de la “Destrucción Mutua Asegurada” (Mutually Assures Destruction o MAD en inglés) que primó y garantizó la paz relativa entre las potencias imperialistas durante la Guerra Fría, en base al equilibrado poder de destrucción atómica de aquel entonces. Así, la posible entrada de Ucrania en el bloque militar de la OTAN y el posterior despliegue armamentístico en su territorio, pone en peligro la “seguridad” del área de influencia de Rusia: esta es la verdadera razón inmediata que provocó el conflicto.

En este mismo sentido, Rusia no pretende prolongar la ocupación territorial y militar sobre Ucrania, sino que mediante la invasión pretende imponer por la fuerza la “neutralidad” del Estado ucraniano ante la OTAN, evitando su adhesión a esta coalición. Y para lograr este fin, Rusia negociará un compromiso con Ucrania, y sí es necesario, derrocará a la actual administración y pondrá un gobierno títere que siga los dictados del Kremlin.

Mientras Putin y el Estado ruso afirman el carácter presuntamente humanitario de su invasión, asegurando que protegen la vida de l@s separatistas del Donbás, l@s líderes de la Unión Europea lloran lágrimas de cocodrilo por l@s civiles que son masacrados en los combates –que ya huyen por cientos de miles de sus hogares–, pero en realidad, les asusta la idea de una guerra que genere un punto de no retorno, que perjudique sus negocios y su dependencia energética. La verdad no se encuentra en las declaraciones públicas de ninguna de las potencias implicadas, sino que en el movimiento de sus fuerzas materiales –económicas, políticas, militares– que constituyen la base real de este conflicto.

 

Defensa antifascista de la guerra imperialista 

Como ya se sabe, las dos autoproclamadas repúblicas de la región del Donbás, Donetsk y Lugansk, han sido asediadas por el ejército ucraniano y por milicias desde hace 8 años, al ser derrocado el gobierno pro-ruso a partir del Euromaidán. El carácter pro-OTAN del gobierno ucraniano desde el 2014 y, en particular, la presencia de fascistas en sus fuerzas armadas y la existencia de bandas armadas irregulares de neonazis que se hicieron visibles en las protestas del Euromaidán y luego en la guerra en el Donbás, más el carácter  “autónomo” y “popular” de las regiones separatistas, movilizó el apoyo de ciertos sectores de la izquierda internacional. Son numerosas las milicias que se componen de voluntari@s antifascistas, marxistas-leninistas y anarquistas. Pero es principalmente lo que se considera por much@s como un combate contra el fascismo el que moviliza la mayoría de estas simpatías. No obstante, lo que ocurre en la zona controlada por l@s separatistas, es mucho más complejo y disímil de lo que much@s creen ver.

Lo cierto es que en la defensa del Donbás no solo luchan contra Ucrania antifascistas e izquierdistas. Las milicias que luchan y han luchado en la defensa de la autonomía de esa región cubren todo el espectro político, incluyendo a voluntari@s de ideologías antagónicas a las de l@s milician@s antifascistas, como lo son algunas agrupaciones de la extrema derecha rusa, por ejemplo, el Movimiento Imperial Ruso y l@s neonazis de Unidad Nacional Rusa –entre muchas otras–, quienes han enviado combatientes desde el inicio del conflicto[1]. Queda claro que las agrupaciones que combaten a favor de la autonomía del Donbás son heterogéneas, ya que sus motivaciones van desde la defensa del experimento de la república autónoma, la protección de los habitantes de la región que sufren las constantes agresiones de Kiev, ciertas formas de nacionalismo pro-ruso, etc., pero, incluso sin la necesidad de un análisis exhaustivo sobre la composición política del frente de la defensa del Donbás, es evidente que está lejos de ser un frente unitario y esencialmente antifascista –con todos los límites que posee esta perspectiva: defensa de la democracia y del Estado, apoyo a una burguesía liberal, interclasismo, etc.–. Claro que esto último bajo ningún caso quiere decir que la región del Donbás no viva una crisis de carácter humanitario a causa de los constantes ataques que el ejército ucraniano y otras fuerzas irregulares realizan contra ésta.

Por otra parte: ¿Representa la “forma” República una posibilidad de emancipación social de las relaciones sociales capitalistas[2]? ¿Puede un Estado, como el ruso, garantizar la autonomía territorial en una región que hoy usa como justificación para dar comienzo a una guerra imperialista? Si de lo que se trata es de la defensa de la vida de los seres humanos que habitan en el Donbás contra los crímenes del Estado ucraniano y sus aliados ¿Cómo es que el ataque de una superpotencia sobre ciudades en las que las que reside población civil, y la crisis que esto supone para millones de personas en el territorio ucraniano, no representa para quienes sostienen esta perspectiva una barbarie similar, un agravamiento considerable de la miseria humana en medio la guerra entre las potencias económicas, entre las distintas facciones del capital?

Además, los crímenes perpetrados por un Estado y por las salvajes milicias neonazis, no vuelven automáticamente a toda la población que habita Ucrania en criminales, ni tampoco, en neonazis. Solo alguien cegado por la ideología podría afirmar que los seres humanos que habitan bajo el dominio de una clase dominante y de su Estado, son solo simples extensiones de esa clase dominante y ese Estado. La relativización o simple omisión de algunos sectores de la izquierda y del antifascismo con respecto a esto último es apabullante. La sinrazón y el desprecio por la vida humana que engendra la lógica capitalista permea incluso a quienes dicen oponerse a los efectos de esta socialización enfermiza. Incluso aunque quisiéramos pensar que la clase dominante en Ucrania es un reflejo de sus habitantes, o si quisiéramos creer que “en Ucrania son tod@s nazis”, como dice estúpidamente la propaganda pro-rusa, esta mistificación se cae apenas intentamos comprender su origen: los movimientos de extrema derecha y neonazis realmente existentes en Ucrania, y en particular el Batallón Azov, agrupación que se hizo conocido en el 2014 al combatir a las milicias de la República Popular de Donetsk, que más tarde pasó a formar parte de la guardia civil ucraniana, y que hoy cuenta con cientos de miembros activos. Esto último ha contribuido a la caracterización de los gobiernos posteriores al Euromaidán como “neonazis”, caracterización a la que ha contribuido enormemente la propaganda rusa. Pero, si bien es cierto que la democracia es donde las distintas facciones políticas de la burguesía se disputan la gestión del capital a través del Estado, también es cierto que durante las últimas elecciones presidenciales en Ucrania del 2019, Svoboda[3] –“Libertad”–, el partido que concentra la adhesión del electorado de extrema derecha, solo obtuvo el 1.62% de los votos. Esto debería bastar para poner en cuestión la caracterización, bastante imprecisa por lo demás, de Ucrania como una nación “nazi” o “ultraderechista”, sobre todo en lo que respecta a su población civil.

Desde que empezó la guerra hemos escuchado y leído afirmaciones del tipo, “todo es útil en la lucha contra el fascismo”, que justifican la invasión de Rusia o la relativizan. Incluso, como nos dicen, si el combate contra el fascismo tiene como objetivo evitar el advenimiento de la barbarie y posibilitar espacios para la emancipación social ¿Cómo es que el afianzamiento político, económico y militar de una potencia capitalista –en desmedro de otra– podría traernos algo distinto de aquello que se pretende evitar? ¿Qué les hace pensar que una facción de la burguesía en un periodo de crisis va a garantizar un menor grado de barbarie que el de sus contrincantes ideológicos? El fascismo implementó de la mano de Hitler, Franco o Mussolini, las medidas que el capital les exigía en su época, las que no fueron fundamentalmente distintas a las que Stalin impuso sobre el proletariado en distintos territorios[4]. Si nuevamente la tesis del antifascismo resulta inviable en lo abstracto, querer revivirla 100 años más tarde se demuestra completamente anacrónico. Para l@s revolucionari@s, y particularmente para l@s anarquistas, la trágica experiencia en la España del ’36, debería bastar para no hacerse ninguna ilusión en torno al antifascismo, que no es más que la defensa de las formas democráticas de gestión capitalista, la conciliación entre clases, la opción por “el mal menor” y el abandono del horizonte revolucionario[5].

De todo lo expuesto en torno a la dinámica capitalista y las guerras que ésta engendra, y también de las observaciones sobre el terreno en el que se desenvuelve este particular conflicto, resulta difícil que pueda surgir la posibilidad de algún tipo de emancipación social en medio de una carnicería encauzada precisamente para perpetuar la dominación de uno de los bloques en disputa, que no significa otra cosa que el recrudecimiento de la dominación capitalista, de la dictadura de la economía por sobre todo lo viviente. Y esto difícilmente puede refutarse: dos guerras mundiales, el genocidio y la desaparición de pueblos enteros, la destrucción psíquica de los individuos bajo su dominio y la destrucción de la biósfera ya han demostrado de sobremanera que la burguesía internacional ya ha hecho su elección desde hace mucho tiempo, y que no dudará en seguir expandiendo sus fuerzas destructivas hasta puntos inimaginables con tal de seguir haciendo funcionar su máquina productiva a sabiendas de que la “torta” cada vez es más pequeña y se reparte en menos partes. Esta guerra imperialista no traerá otra cosa que una restructuración global capitalista en medio de una crisis que no deja de profundizarse. Por lo tanto, se desprende que quienes defienden un bando en esta guerra no hacen sino, a pesar de sus intenciones, posicionarse del lado de la defensa del orden existente.

 

Crisis de la conciencia y conciencia de la crisis 

Las distintas fases de desarrollo capitalista engendran sus propias formas de socialización y con ello los límites correspondientes de su conciencia. En la génesis del movimiento obrero, las guerras imperialistas se encontraron con una oposición consciente de algunos sectores movilizados del proletariado. El estado rudimentario de la sociedad capitalista de aquel entonces contrapuesta a la actividad desarrollada por el proletariado, por lo menos, desde medio siglo antes, permitió el surgimiento de un temprano internacionalismo para luchar contra la guerra y el capital. La conciencia de la necesidad de una perspectiva internacional y la conclusión de que ésta no puede sino afirmarse oponiéndose a la totalidad de las fuerzas burguesas enfrentadas en la guerra es la premisa lógica para un movimiento de emancipación global. Es en medio de este panorama que los sectores más consecuentes del proletariado opusieron en 1914 a la guerra imperialista –pese a la deriva chovinista y patriotera de la mayoría– la consigna del derrotismo revolucionario: abatir en el propio territorio a todas las facciones de su propia burguesía. Aun así, esta posición solo hizo eco en miles de proletarios movilizados en los frentes, al volverse la guerra una carga insostenible para las condiciones de vida de la clase trabajadora en general. En el actual conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, si bien puede que no tenga resultados inmediatos llamar al derrotismo revolucionario[6], es importante señalar la perspectiva internacionalista, sobre todo, por la constatación de ciclos de revuelta a nivel mundial que se han vivido en los últimos años: la crisis de la conciencia se revela de forma trágica como la conciencia de la crisis.

Hoy, sin embargo, las condiciones materiales han cambiado y suman una multiplicidad de elementos a tomar en consideración. En este contexto presenciamos la proliferación y la agudización de viejas tendencias nacionalistas y reaccionarias: los ataques xenófobos en el norte de la región chilena, el surgimiento de nuevos nacionalismos y hasta el conservadurismo del islamismo radical, son síntomas de esto. Este desarrollo tiene una dinámica paradójica pues mientras más entra en crisis el capital, que es el fundamento empírico del Estado-nación, más se exacerban las tendencias conservadoras como respuesta a esta crisis, como formas de preservar por la fuerza una normalidad que se desmorona por todos lados. Con motivaciones distintas, la exacerbación de las tendencias reaccionarias que achacan a “chivos expiatorios” la degradación de nuestra existencia, expresan una crítica superficial, parcial y truncada al sistema, caldo de cultivo para las maniobras de un neopopulismo que se muestra “rebelde” y “refractario”. Lamentablemente, esta visión fragmentada también golpea a l@s revolucionari@s. Aun así, el desarrollo del capital, la reestructuración de la relación capital/trabajo y la profundización de las relaciones basadas en la mercancía, en tanto sistema social global e interdependiente, han creado y exigen una nueva base sobre la cual plantear la necesidad de una comunidad humana liberada de mediaciones que mantienen su dominación: el Estado y el Capital.

Lo que llaman el reordenamiento “geopolítico”, no es más que la vieja disputa interburguesa, agravada por la profunda crisis de valorización que viene azotándonos desde el 2008. La barbarie capitalista está presente desde sus inicios y en su devenir ha superado varios límites a costa de la sangre y miseria del proletariado: hoy vemos como sigue intentando superar su contradicción fundamental acelerando las transformaciones del modo de producción capitalista y reorganizando por la fuerza  de las armas a los capitales dominantes, lo cual sólo puede profundizar la crisis –aniquilando literalmente población sobrante, expulsando el trabajo humano del proceso de producción y destruyendo la tierra para intentar valorizarse–. La guerra entre Rusia y Ucrania es consecuencia directa de esta crisis que obliga a los capitales y a sus Estados a las ya clásicas disputas por recursos, mercados y territorios, pero con una capacidad destructiva de un alcance nunca antes visto: la carrera armamentística así lo testifica. La confusión que genera entre sectores radicales no puede ser obviada, es ante esto que se hace necesario defender los principios revolucionarios indicando la naturaleza de la guerra en el actual contexto y la descomposición social en esa zona geográfica desde la caída de la URSS. El proletariado está recién levantando cabeza luego de la última derrota que sufrió tras el ciclo de luchas 60-70, y expresa que las necesidades materiales de nuestra existencia no solo ya no pueden ser resueltas por las relaciones sociales capitalistas, sino que éstas últimas han instaurado el riesgo de extinción[7]. Estamos, por tanto, en una situación histórica cualitativamente distinta, donde no existe nada parecido a la vieja clase obrera ni a su movimiento internacional organizado: hay que asumir de una buena vez que estas condiciones no volverán. Las promesas de seguridad y bienestar que el capitalismo publicitó por décadas, se diluyen por todas partes, y en su lugar acecha el estado de excepción permanente y una degradación creciente, sin precedentes, de nuestras condiciones de vida. Sin embargo, son las mismas condiciones que ha impuesto la disolución de estas antiguas formas de socialización y la crisis del capital las que han creado la base para un internacionalismo de nuevo tipo: al poner a todo el mundo en la misma situación catastrófica, la crisis estructural que padecemos, nos empuja a la alianza entre l@s explotad@s del mundo como una respuesta necesaria ante la crisis, ante la devastación del planeta y la amenaza constante de guerra, única solución realista contra la destrucción impuesta por la irracionalidad capitalista y su efecto sobre los seres humanos que padecen su socialización. Cada vez se vuelve más claro que solo hay dos opciones: comunidad humana internacional o apocalipsis capitalista.

 

Vamos Hacia la Vida, marzo de 2022

 

[1] Ver: “Antifascismo y extrema derecha: compañeros de armas en el Donbáss”: https://politikon.es/2014/11/14/antifascismo-y-extrema-derecha-companeros-de-armas-en-el-donbass/

[2] Ni siquiera la aplicación de la estrategia leninista del “derecho a la autodeterminación de las naciones” resiste análisis alguno; a principios del siglo XX, cuando aún los regímenes de algunas colonias no habían desintegrado totalmente las relaciones comunitarias, ya fue denunciada como contrarrevolucionaria por compañer@s como Rosa Luxemburg y las distintas izquierdas comunistas: “no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias”. Hoy, un siglo después, esta propuesta demuestra ser una excusa y bandera para el imperialismo de la Federación Rusa. Por otra parte, el concepto de pueblo para referirse a la población de un país no tiene sentido alguno frente a una sociedad dividida en clases a nivel mundial.

 

[3] Que defiende el antisemitismo, la implantación de un único idioma nacional, el militarismo, el etnocentrismo, el criptoracismo, la homofobia, el antiabortismo, y la nacionalización de empresas.

[4] Estado hipercentralizado, aparato represivo omnipresente, conservadurismo valórico, chovinismo, militarización del trabajo, campos de concentración, persecución a la disidencia, etc.

[5] En este sentido recomendamos: “Fascismo / Antifascismo” de Gilles Dauvé; “Resumen de las Tesis de Amadeo Bordiga sobre el fascismo en 1921-1922” de Agustín Guillamón.

[6] A pesar de lo anteriormente señalado, es necesario que las minorías revolucionarias denuncien la guerra imperialista sin tapujos, frente a tanta desorientación y seguidismo programático burgués en que cae la izquierda, pero también sectores del anarquismo, frente a conflictos bélicos como éste. La agitación y la propaganda por el derrotismo revolucionario, el sabotaje y la deserción, aunque no sea efectiva en lo inmediato, es necesaria como perspectiva revolucionaria. En este sentido recomendamos leer los siguientes textos –entre muchos otros–: “Algunas posiciones fundamentales del internacionalismo proletario” del grupo Barbaria (https://barbaria.net/2022/02/26/algunas-posiciones-fundamentales-del-internacionalismo-proletario/); “¡Proletarios en Rusia y en Ucrania! En el frente de producción y en el frente militar… ¡Camaradas!” de Třídní Válka (https://www.autistici.org/tridnivalka/proletarios-en-rusia-y-en-ucrania-en-el-frente-de-produccion-y-en-el-frente-militar-camaradas/); “La guerra ha comenzado” del KRAS-AIT (https://www.iwa-ait.org/es/content/kras-ait-contra-la-guerra).

[7] Veáse: Camatte, Jacques (2021) Instauración del riesgo de extinción. Santiago: Vamos hacia la vida.

 

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