El proletariado juvenil se niega a ser domesticado [Ya no hay vuelta atrás N°2, febrero 2020]

Al igual que hicimos algunas entradas atrás, compartimos aquí el segundo artículo del la segunda entrega del boletin Ya no hay vuelta atrás, aparecido en febrero de este año, cuando la pandemia del Covid-19 todavía se veía lejana y no anticipábamos los alcances de la catástrofe que se cernía sobre el mundo y que ha reconfigurado el orden capitalista y nuestras vidas a nivel global, de una manera sin precedentes en la civilización moderna. Fue precisamente por no haber podido dimensionar la enormidad de los cambios que se avecinaban que el texto en cuestión no consideró la pandemia en su análisis. Sin embargo, son reflexiones aun vigentes para el papel que jugó la violencia disruptiva del proletariado y su componente juvenil en la revuelta que comenzó en octubre, y en las situaciones que esta disrupción violenta posibilitó, y qué, esporádicamente, como estos últimos días, vuelve a emeger con fuerza en esta región.

El proletario juvenil se niega a ser domesticado

 

A partir del estallido de la revuelta que sacudió este territorio el 18 de octubre del año pasado, y que aún continúa remeciéndolo esporádicamente hasta el día de hoy, se ha vuelto innegable que lo que desató la parálisis de gran parte de la infraestructura de la normalidad capitalista fue el despliegue de una violencia masiva e inusitada; violencia que ha desplegado nuestra clase en su conjunto. No obstante, si bien ha sido nuestra clase la que desbordó las calles, se enfrentó a la policía y desbarató los mecanismos que permitían el funcionamiento ininterrumpido de nuestra servidumbre cotidiana, es incuestionable el papel clave que ha tenido el proletariado juvenil tanto en el desarrollo de la revuelta como en el preámbulo de ésta.

La ideología dominante nos dice que la rebeldía es una reacción propia de la juventud contra el orden de lxs adultxs, etapa a la que le seguiría la pasividad y resignación de la supuesta madurez propia de la adultez, de manera que es popularmente conocida la supuesta relación entre juventud y rebeldía. Sin embargo, la verdad es que, de una manera que escapa a la comprensión burguesa del mundo y de la sociedad, esta vieja premisa es particularmente cierta para la juventud de nuestra época.

Y es que, para dinamizar su existencia a través del tiempo y perpetuar su reproducción, el Capital ha acabado con varias de las antiguas condiciones materiales que posibilitaban a los explotadxs de 15 o 30 años atrás formarse como fuerza de trabajo e integrarse con cierto éxito en el mercado laboral y, en base a ello, solventar materialmente su existencia. En otras palabras, hoy el Capital es incapaz de proveer a su fuerza de trabajo más joven de las mismas condiciones que aseguraron a generaciones anteriores un mínimo de estabilidad en la cual asentarse[1]. Esto se traduce en trabajos cada vez más precarios e inestables para el proletariado en general, pero especialmente para lxs jóvenes; en millones de jóvenes profesionales incapaces de vender su fuerza de trabajo especializada y obligadxs a trabajar en cualquier cosa; en que la única manera en que lxs jóvenes pueden asegurarse un techo es cohabitando con otrxs en condiciones similares a las suyas, pues ni sus ingresos ni el costo del hábitat les permitiría vivir ni mínimamente parecido a como lo hacían sus padres a su edad. Con distintos matices y particularidades, las condiciones que antes servían de justificación para la existencia de la explotación capitalista, pues ésta proveía el confort y el sustento para quienes se integrarán en ella, se esfuman por todo el globo. Sumado a esto, el cada vez más evidente y progresivo deterioro de la biosfera -producto de la misma devastación capitalista-, no podría sino acrecentar entre lxs jóvenes la perspectiva de que no hay un futuro posible para ellxs.

Esta precarización progresiva de las condiciones vitales de lxs proletarixs más jóvenes se evidencia tanto más brutalmente en países como Chile. Si a la condición de precariedad que caracteriza a las familias proletarias de las generaciones anteriores de esta región le sumamos la precarización creciente a la que se ven enfrentadxs sus jóvenes, cualquier perspectiva de un porvenir en estas mismas condiciones se hace humo. Siendo así, a la farsa burguesa del porvenir y su ideología del esfuerzo y la recompensa al sacrificio, que querría hacer de la juventud el combustible con el que seguir dinamizando la decadente máquina capitalista, la juventud proletaria responde con un saludable e intransigente rechazo.

Para quienes ponemos atención a la dinámica la reproducción capitalista y la lucha de clases ligada a ésta, este rechazo en bloque a las condiciones existentes ya se entreveía en la multiplicidad de prácticas difusas que la juventud de esta región viene manifestando desde hace varios años. Pero, precisando en el tema que nos concierne aquí, fue en los liceos donde este rechazo intransigente prefiguró, mejor que en otros lugares, la ruptura que se avecinaba contra la normalidad y que barrería con la cotidianeidad tal como hasta entonces la conocíamos. Con anterioridad al estallido este rechazo se manifestaba desde hace tiempo en la violencia disruptiva y antipolicial en la que cientos de jóvenes se organizaban para salir a las calles, cortar el tránsito y enfrentar a la policía con demandas difusas o, más bien, sin ninguna demanda en particular salvo la propia subversión del orden existente.

Aun cuando el discurso de la burguesía apuntase a que no eran afectados directamente por el alza del transporte, fue la juventud de esos mismos liceos quien comenzó a organizarse para adoptar la única actitud lúcida frente a la profundización de la miseria y precarización a la que el Capital local nos somete a diario. Estxs jóvenes, dotados de la lucidez y el coraje que ya habían adquirido luchando, ya fuese organizándose para enfrentarse a la policía o en la acción espontánea que supone resistir todxs juntxs la entrada de lxs pacxs a sus liceos; reencontrados gracias a esta lucha con su sentido comunitario y la constatación de su propia potencia, sintiéndose capaces de todo, deciden organizarse para hacer concreto aquello que el sentido común mayoritario solo podía hacer en la imaginación: la evasión masiva del pago del pasaje del transporte público más complejo y securitizado de Santiago, y que millones de personas están obligadas a pagar a diario. Solo algunos días después, el reconocimiento de aquella misma potencia y sentido comunitario se irradiaría a toda la clase.

Aquella consciencia que los arraigados a las viejas tradiciones de izquierdas echaban tan en falta, de pronto se manifestó por todas partes con una irrupción violenta que trajo de vuelta a la escena a quien nunca se fue realmente, pues su existencia perdurará mientras exista la sociedad de clases, a la clase heredera de la explotación de todas las épocas: el proletariado y su juventud.

Esta consciencia demostró estar más presente que nunca en el estallido de la revuelta: de pronto, los actos de la juventud parecían evidenciar que ésta había entendido desde siempre que este orden de cosas no merece sino su desprecio; que la policía no está para protegernos, sino que nos protegemos entre todxs cuando actuamos contra ésta; que el transporte público no existe para facilitarnos la vida sino que forma parte del engranaje que nos sume en la inercia y la servidumbre; que no hay nada de honrado en pagar por las mercancías que nos ofrece el consumo permitido, sino que recuperamos parte de lo que nos roban cotidianamente cuando la saqueamos; que el progreso del que nos hablan no es para nosotrxs, sino que es el progreso del capital a costa nuestra; que la solidaridad, que hasta hace poco nos era desconocida en la práctica, nos permite la apropiación colectiva de un mundo que nos era ajeno, y nos evidencia ahora que cualquier cosa es posible cuando actuamos juntxs.

Así, la megamáquina que se nos presentó desde siempre como la garante de nuestra supervivencia y porvenir, permanentemente recreada por los anuncios de la televisión y el internet, pareció ser a los ojos de todxs aquella estafa a la que habíamos estado sometidxs de mala gana y con la que habríamos roto desde mucho antes si tan solo hubiésemos recibido el empujón que necesitábamos.

La acción espontánea, a veces tan vilipendiada, demostró que aquello que, al parecer, no comprendíamos conscientemente del todo estuvo siempre ahí, de manera latente, como una intuición, y que solo se necesitaba de las condiciones prácticas que propicia una revuelta de esta envergadura para sacarlas a flote. Pues que aquella consciencia no es meramente teórica ni se inserta desde afuera, sino que ha surge de la práctica misma de la lucha. Ningunx de nosotrxs habría previsto la magnitud de este rechazo de no haber presenciado la masividad de la lucha callejera, de los saqueos, de los símbolos del poder vandalizados, etc., ni habría constatado el potencial comunitario que vive en nosotrxs de no haber experimentado su surgir precisamente a partir de estas acciones, llevadas a cabo en su mayoría por la juventud proletaria[2]. Lo que vino después, como la necesidad de organización, la propaganda, las asambleas territoriales, etc., surgió luego de esta primera constatación.

Estas conclusiones no pretender sustituir en ningún caso a lo que la juventud proletaria pudiese decir por sí misma sobre sus acciones, ya que éstas han sido lo suficientemente elocuentes al explicitar en actos su contenido. Y es que las revoluciones y revueltas siempre son una clarificación en actos de los problemas y contradicciones previamente existentes de las sociedades contra las cuales emergen. Con respecto a las conclusiones que extraigan de esto el Capital y sus agentes, dejemos que los economistas lloren sus millones perdidos, los urbanistas por sus paisajes inhabitables destruidos, dejemos que los pensadores a sueldo busquen las razones aparentes de lo que les parece el absurdo de la revuelta, que los conservadores de todo tipo sufran por sus iglesias y templos que ahora sí iluminan; la burguesía y sus lacayos armados poco a poco están comprendiendo la principal razón que tienen para temernos: hemos tomado consciencia de que somos la fuerza que mueve esta sociedad y que, por tanto, somos su peligro mortal.

Por nuestra parte, creemos que papel de una publicación como ésta no es solo darle la razón a lxs rebeldes, sino que también contribuir a clarificar sus razones; dilucidar teóricamente la verdad ya contenida en su actividad práctica. Es en su particularidad práctica que la violencia cobra sentido, ya sea defendiendo una manifestación o evidenciando a través de actos el rechazo hacia la dominación social. Y es desde esta perspectiva, en su dimensión práctica, que la violencia debe sopesarse.

No hace falta hacer apología de la violencia para admitir que gran parte de esto, que de pronto pareció ser evidente, fue gracias a los destellos de la violencia juvenil y proletaria que parecieron iluminar aquello que desde hace mucho parecíamos intuir como parte del problema. Así, la resignación solo necesitó de una chispa para transformar ese desprecio pasivo en una ofensiva abierta contra la violencia que nos imponen y que, de ahora en adelante, les devolvemos a sus caras.

 

Notas:

[1] Esto se debe, en gran medida, a que las constantes revoluciones tecnológicas que desarrolla el capital, en su búsqueda incesante de apropiarse del trabajo humano y convertirlo en ganancia, ha terminado por crear un número cada vez mayor de seres humanos “excedentes”. Es decir, seres humanos que no son necesarios para el capital y que, de hecho, le estorban.

[2] Al respecto recomendamos la lectura del texto “La rebelión estudiantil y la revolución social que se avecina”, escrita por lxs compañerxs del boletín “Comunidad de Lucha” algunos meses antes de la revuelta (Disponible en Internet: https://comunidaddelucha.noblogs.org/post/2019/06/19/sobre-la-rebelion-estudiantil-y-la-revolucion-social-que-se-avecina/).

La violencia venga de dónde venga [Julio Cortés, invierno 2020]

Presentación:

La revuelta de octubre constituyó el nexo desde donde aunamos nuestros esfuerzos y llevamos adelante este proyecto. La necesaria reflexión acerca del proceso que vivíamos, con su correspondiente cuota de urgencia frente a la serie de hechos diarios que nos mantenían en constante alerta, consolidó la comprensión de que los márgenes de este, tanto temporales como espaciales, excedían la pura contingencia, delimitando un proceso global que marcaba el final e inicio de toda una época. Fuimos comprobando tanto las viejas inercias de la historia, como las luces de un nuevo periodo.

Lo que experimentó el movimiento en Chile tras el estallido de octubre, enmarcado en las revueltas que sacudían Francia, China y Ecuador, escapaba completamente a una mera seguidilla de protestas más o menos violentas; expresaba una verdadera revolución en el desarrollo actual del capitalismo, trastocando tanto su desarrollo económico, político y social. Independiente de si el resultado era favorable o no para nuestra clase, supimos que no había vuelta atrás. Con el tiempo, fue jugando sus propias piezas la contrarrevolución y junto a ella se desplegó la pandemia del coronavirus. Efectivamente, la normalidad tan cuestionada por la revuelta se fue y para siempre. Y con ella fuimos y somos testigos de un despliegue policial y militar que solo se corresponde con un Estado de sitio. Lxs proletarixs en la lucha por su sobrevivencia fueron sacadxs de las calles, insertos a la fuerza en la dictadura sanitaria del «distanciamiento social», pero sufriendo y evidenciando día a día todas las miserias que el mismo «estallido social» denunció.

Debemos lidiar con el fantasma de intentar recrear una revuelta de características idénticas a la que estalló en octubre. Comprender las posibilidades que esta generó y que aún existen en un plano global, el de la revolución de nuestra época, se convierte en la única salida posible para una vida que no sea aún peor de lo que hemos vivido y conocido hasta el momento. Hemos vuelto a todo esto para explicar como un proyecto de reflexión coyuntural, preciso en su tiempo y sus tareas, se convirtió en una plataforma para poder seguir desarrollando y tensionando el mismo proceso histórico independiente de los márgenes de la revuelta misma: hemos intentado comprender los límites del proceso del que fuimos parte, y queremos dar un paso adelante respecto a lo que vendrá.

Hemos querido mantener este proyecto, fortalecerlo y darle nuevas aristas, pues si bien la revuelta hoy no está presente de la manera en que lo estuvo hasta antes de marzo, sí lo están, y acentuadas, las mismas condiciones que permitieron su explosión. Por ende, siguen manteniéndose los mismos desafíos y obstáculos que el movimiento proletario, del cual nos sentimos parte, debe saber enfrentar. El libro que presentamos a continuación es una compilación de artículos escritos antes, durante y después de la revuelta de octubre, y expone de primera mano elementos en torno a aquello que permitió la explosión de la revuelta. El autor, Julio Cortés, un compañero presente desde hace décadas en distintas expresiones del movimiento tanto desde su ámbito profesional como personal, plasma en distintas piezas, pero con un mismo hilo conductor, muchos de los momentos que generó esta enorme fuerza social: desde la rebelión de la juventud, los embates represivos, la reaparición y mutación del conservadurismo de la derecha, la respuesta criminal del Estado y los amargos efectos de la imposición de la pandemia y las medidas represivas. Expresan juntos el amplio abanico de los factores involucrados en la revuelta, pero guardan también relación con los fundamentos de sus próximos embates.

Poner a disposición el siguiente material nos plantea el reinventar y potenciar nuestra actividad colectiva revolucionaria. La crítica desde la historia y la lucha de clases, el análisis del desarrollo de la humanidad y la relación con su entorno, junto con la comprensión general de nuestro periodo, se nos evidenció como la principal tarea para vislumbrar las necesidades y límites de un proceso explosivo que encandiló a la mayoría del espectro político nacional y mundial. En su difusión y fortalecimiento, en su sintonía con el movimiento internacional de nuestra clase, radicará su éxito o fracaso.

La violencia venga de donde venga – Julio Cortés

Notas sobre la revolución que comienza [Ya no hay vuelta atrás N°2, febrero 2020]

Compartimos este texto aparecido en el segundo número (febrero 2020) de la publicación YA NO HAY VUELTA ATRÁS. Al momento de ser escrito y publicado, no aparecía todavía ningún caso de coronavirus en el territorio chileno, y la opción de la llegada de la pandemia se veía posible pero lejana. Se especulaba, en general, que sería utilizada como excusa para retirar de las calles a lxs manifestantes y apagar la revuelta. Sin embargo, los efectos sanitarios del virus fueron y son tristemente reales y, en un primer momento, fue más bien la solidaridad antes que el miedo o la paranoia la que influyó en la decisión de no seguir acudiendo o convocando a manifestaciones que implicaran niveles importantes de aglomeración. El factor de la pandemia, por tanto, no está considerado en este escrito. Sin embargo, sigue teniendo vigencia en tanto apunta a las características que comenzaba a tener el movimiento gestado al calor de la revuelta iniciada el 18 de octubre, los obstáculos que enfrentaba y los límites que expresaba. Hoy, a la crisis sanitaria desatada globalmente y, con especial crudeza -gracias al criminal manejo de esta por parte del gobierno local- en Chile, se suman los profundos efectos sociales y económicos de una crisis hace años larvada y que hoy se agudiza. Desde el poder se apresuran en medidas contra revolucionarias, previendo el rebrote espontáneo del descontento generalizado. Teniendo aún muy fresco el recuerdo del “estallido social”, no debemos perder de vista su naturaleza, sus alcances y limitaciones, sobre todo cuando es muy esperable un resurgir, probablemente con distintas características, de un nuevo periodo de intensa agitación social.

Notas sobre la revolución que comienza

1.- La lucha de clases, esto es, la manifestación de intereses antagónicos dentro de la sociedad, nunca deja de existir ni de horadar las bases de este sistema de muerte, por más empeño que pongan en enterrarla o disimularla ideólogos de toda ralea o las castas gobernantes de turno. Una multitud de conflictos, que oponen los intereses vitales de la humanidad explotada a los de la clase capitalista, surgen constante y espontáneamente por doquier. Sin embargo, hay periodos en los que estos estallan con inusitada intensidad, dejando entrever su auténtico contenido de clase, tras años en los que último parecía haberse diluido en decenas categorías e identidades sociologescas y parceladas.

2.- Por espontaneidad no entendemos que el movimiento que niega al Estado/Capital surja de la nada, ni que carezca de conciencia o de una organización determinada, sino por el contrario, que se levanta desde el seno de la sociedad actual, sin necesidad, y más bien a pesar y en contra de pretendidos líderes, caudillos o partidos políticos que, tal como pregonaron y pregonan diversas sectas socialdemócratas, le inyectarían “desde fuera” la conciencia “socialista”, para “conducirlo” hacia un horizonte fijado ideológicamente.

3.- En Chile, esta proliferación de conflictos sociales, si bien durante ciertos periodos incrementaba notoriamente su frecuencia y fuerza, no cuajaba en un movimiento que tuviera características insurreccionales. Estallidos comenzados por protestas estudiantiles (2001, 2005-6, 2011) fueron las experiencias más parecidas a lo que vimos el pasado 18 de octubre. Jornadas extensas y masivas de protestas, que incluían la paralización de actividades y toma de recintos educativos (universidades y liceos, principalmente), lograban generar simpatía y solidaridad en el resto de la clase, pero sin trascender las fronteras sectoriales ni superar las conducciones burocráticas (principalmente la CONFECH en el contexto estudiantil, y la CUT en el terreno sindical tradicional). Aun así, es el proletariado adolescente y juvenil -fundamentalmente lxs estudiantes secundarixs- quien se muestra menos fácil de domesticar, trascendiendo además sus propios límites en tanto que «juventud”, como parcela artificialmente separada de la clase. Continue reading

El teletrabajo enajenado

El teletrabajo enajenado

 

“El trabajo [asalariado] es, por su esencia, una actividad no libre, inhumana e insocial, condicionada por la propiedad privada y creadora de propiedad privada. La abolición de la propiedad privada no se hará realidad hasta que no sea concebida como abolición del trabajo”.
Karl Marx, Sobre el libro de Friedrich List ‘El sistema nacional de economía política’, 1845.

“Bajo las condiciones de la propiedad privada [el trabajo] es enajenamiento de la vida, pues yo trabajo para vivir, para conseguir un medio de vida. Mi trabajo no es vida”.
Karl Marx, Cuadernos de París, 1844.

 

I

En las últimas décadas, como consecuencia del desarrollo de la automatización y de la microelectrónica, el teletrabajo venía anunciándose cada vez más como la forma de trabajo por excelencia de un futuro que parecía lejano, pero que hoy aparece bajo la forma de un presente cada vez más catastrófico. En efecto, la pandemia mundial de coronavirus –una manifestación particular de la debacle ecológica mundial actualmente en curso- ha puesto a teletrabajar a millones de seres human@s. Este proceso de artificialización sin precedentes en la historia del trabajo alienado, no debe ser tomado como una medida excepcional que prontamente será abandonada una vez que se retorne a la “normalidad”. En primer lugar, porque esa normalidad jamás volverá -ya se perfila en todos los Estados del mundo occidental el neologismo “nueva normalidad” como la referencia por excelencia a la militarización de la sociedad y al trabajo a distancia-, y, en segundo lugar, porque la generalización del teletrabajo era un proceso que venía desarrollándose progresivamente hace al menos una década, y que hoy ha recibido un empujón debido al contexto de crisis mundial. El teletrabajo no tiene nada de anormal, sino que es parte de una tendencia histórica inmanente a la producción capitalista: el reemplazo del trabajo vivo por maquinaria, una tendencia histórica del capital que convierte al trabajo humano en un elemento cada vez menos determinante en la producción material al lado del desarrollo de la ciencia y de la tecnología que domestican las fuerzas naturales.

En el teletrabajo vemos una agudización de todas las características propias de la producción mercantil[1]: 1) la degradación de la totalidad del mundo humano objetivo e histórico a la abstracción, la reducción de todos los productos de la actividad humana, y la actividad humana misma, a valor. 2) Lo físico, lo material y sensible, como envoltorio de lo suprasensible y, por consiguiente, la inversión de lo real: la especie humana esclava de sus propias creaciones. 3) El trabajo privado, desvinculado de la comunidad y realizado, por tanto, sin tener como objetivo la satisfacción de necesidades humanas sino la producción de valor, aparece y se presenta a sí mismo como trabajo directamente social. En resumen: la mercancía como organizador universal de la sociedad bajo la forma consumada del dinero y del capital, es decir, del valor que se valoriza a sí mismo. En nuestra época, se ha realizado empíricamente la comunidad material del capital a escala planetaria, y ya preparándose para traspasar en las próximas décadas la frontera que separa al planeta tierra de los planetas, satélites y asteroides más cercanos. El principio del fetichismo de la mercancía, que convierte a los seres humanos en simples cosas, y que termina por humanizar a las mercancías, encuentra su realización plena en una sociedad en que un número creciente de actividades pueden realizarse “a distancia”.

Si todas las fuerzas técnicas de la economía capitalista deben ser comprendidas como operantes de separaciones, en el caso del teletrabajo se trata de la administración misma de lo separado en tanto que separado. La integración de l@s teletrabajador@s asalariad@s en el sistema debe recuperar a los individuos en tanto que individuos aislados en conjunto. En el teletrabajo, el principio inhumano que rige esta sociedad -el sometimiento de la vida social real a la lógica despótica del valor-, alcanza un nuevo grado de degradación de la vida humana con el fortalecimiento de la atomización y separación de los individuos propios de la división capitalista del trabajo. Algun@s ven en el trabajo solamente la precarización de la vida, la verdad es que se trata del triunfo cada vez más consumado de la proletarización del mundo, que la producción mercantil llevaba potencialmente en sus entrañas y que se ha constituido empíricamente en comunidad material planetaria desde mediados del siglo pasado. En efecto, el teletrabajo -tal como el trabajo asalariado “presencial”- es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que salvaguarda el poder de clase: el mantenimiento de la atomización de los trabajadores que las condiciones capitalistas de producción reagrupan en torno a los núcleos de valorización de las grandes ciudades. La revuelta de octubre en la región chilena, que se insertó en un contexto global de revueltas proletarias en diferentes continentes, demostró que el aislamiento social en medio de las grandes muchedumbres propio de la vida en las megalópolis del capital  contiene peligrosamente el germen de la rebelión, sobre todo a medida que las continuas revoluciones científico-tecnológicas del capital aumentan considerablemente las masas de humanidad sobrante -de proletariado superfluo e inempleable- que se agrupan en las periferias de todas las grandes urbes del planeta. Continue reading